Ella caminaba hacia el colegio cuando lo vio. Un hermoso brazalete dorado con extraños grabados en la superficie. Parecía costoso. Lo cogió con rapidez y se lo guardó en el bolsillo. Luego se cercioró de que nadie la hubiera visto.

Al llegar a la escuela, fue directo hacia el aseo e inspeccionó su hallazgo. Imaginó la cara de envidia que pondrían las chicas cuando la vieran con él. Se lo puso. Se adhirió perfectamente a su muñeca. No obstante, mientras lo admiraba, un cosquilleo comenzó a recorrerle el brazo. Extrañada, intentó quitárselo... y entonces vino el dolor. Un grito emergió de su garganta. Su cuerpo parecía estar siendo bombardeado por intensas descargas eléctricas provenientes de su muñeca.

Trató de sacárselo con desesperación, pero el brazalete se había clavado en su carne. Lágrimas de dolor recorrieron su rostro, y un grito mudo lo desfiguró. Cayó al suelo retorciéndose, embargada por el horror y el sufrimiento. Hasta que, súbitamente, se detuvo.

El terrible dolor desapareció, dejando un extraño hormigueo que le recorría el cuerpo entero. Permaneció largo rato tendida con los ojos cerrados, recobrando la compostura. No podía permitir que sus amigas la vieran así.

Se sentía débil y extrañamente pesada. No podía moverse. Con dificultad, dirigió su vista hacia su brazo, y lo que vio la dejó sin habla.

Su otrora pálida e inmaculada piel ahora era lustrosa y dorada. Se había convertido en una estatua de oro.