Esa noche se sentía extraña. Hacía mucho tiempo que no tenía esa sensación, esa agitación interna que era como un pequeño y constante torbellino que se extendía a lo largo de su cuerpo. Una sensación desagradable.

Decidió que era hora de acostarse, sentía el cansancio del día, de los días, de los años. Con calma externa y con la mejor disposición entró a la cama.

Buscando la calma interna se quedó quieta muy quieta, enseguida se hicieron presente las imágenes: podía ver el lento y rítmico movimiento de su corazón, seguir el suave viaje de su sangre recorriendo cada espacio dentro de ella, sentía con nitidez el aire extendiendo su manto y llenando los lugares. Puso atención a un sonido lejano y profundo que no identificaba, cuando lo identificó sonrió ─ era su corazón─.

Poco a poco fue entrando en ese nublado paisaje que separa el sueño de la realidad. En ese momento llegó su olor, es perfume que por tanto tiempo la siguió y que hacía mucho tiempo se había evaporado en los recuerdos. Él se acostó a su lado y la abrazó, ella sintió la tibieza de su ser y en ese calor encontró una inmensa quietud que la vació de consciencia.

Entró junto a él en un sueño profundo, donde la nada y el todo se mezclaban en una sola nota armoniosa e infinita, no sentía el tiempo, flotaban en la levedad, eran la levedad… Ya no quiso volver a su cuerpo cansado.