Rubor

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Celia era una mujer casada y lo que comenzó como una aventura se convirtió en mucho más. Era un amor prohibido. Sabían que era imposible estar juntos tal y como hubiesen querido. Ella pertenecía a una clase social muy alta donde los matrimonios acordados son comunes, en cambio Mauricio era un hombre pobre. Se conocieron cuando él fue a su mansión a reparar una fuga de gas. Se enamoró de inmediato de su espalda ancha y morena. Aquel obrero representaba todo lo que quería y jamás tendría: un hombre en el sentido más amplio de la palabra, no un mequetrefe como Jaime que no sabía ni cambiar un bombillo. La primera vez había sido en la cocina. Estaba de pie detrás de él observándolo mientras hacía la reparación, paralizada ante aquel hombre musculoso que tenía la mitad del cuerpo desnudo y bañado en sudor. Él se dio cuenta, se levantó lentamente, la tomo por la cintura y la sentó sobre la mesa. Le arrancó la ropa interior que llevaba debajo del vestido y con una embestida precisa y furiosa la despojó de su vergüenza y se convirtió en su amante. Su lengua salvaje se adentraba en su boca que no estaba acostumbrada a besar de esa manera. Su manos callosas recorrían su cuerpo tocando lugares que nunca antes habían sido explorados. Sus movimientos eran enérgicos y la explosión que sintió dentro de su cuerpo cuando él se vació la dejó extasiada. Tuvo que sostenerse de la mesa con ambas manos para no caerse debido al temblor de su cuerpo. Nunca había experimentado nada igual y no le dio tiempo de resistirse cuando Mauricio le separó las piernas y sintió nuevamente la dureza de su virilidad entrar y salir de su sexo húmedo. Celia se dedicó a revisar la casa con detalle para encargarle a Mauricio cualquier reparación necesaria y así justificar su presencia. Se amaban en cualquier sitio: en el baño, el suelo, el patio o donde sintieran ganas. Un día, luego varios meses de pasión desenfrenada, su marido llegó más temprano que de costumbre y los encontró justo cuando Celia terminaba de acomodarse el vestido. Su hermosa y pálida cara estaba sonrojada, con ese rubor que sólo da el orgasmo y él lo supo. Sin decir una palabra, Jaime sacó el arma que llevaba escondida dentro del traje y con tres disparos acabó con la vida de Mauricio.

Danie.