Actualmente estoy leyendo el libro La civilización del espectáculo del escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, y apenas en las primeras páginas, me he topado con una serie de ideas sobre las que yo mismo había realizado algunas reflexiones. Suscribo el mensaje de Vargas Llosa porque son casi las mismas cosas que había pensado y que, aún hoy, sostengo. Debo aclarar que este post no consta, como otros, de una reseña total del libro porque apenas lo he empezado. Sólo quiero hacer eco de la idea principal de ese texto, tras cuya culminación sí redactaré y publicaré un análisis más global de la obra. La tesis central del libro es que lo que se agrupa bajo la definición de "Cultura" ha cambiado significativamente en las últimas décadas y podría resumirse con la siguiente frase de su autor: "La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer". Quizás ya lo haya hecho.

¿Qué era la Cultura? ¿qué es cultura hoy en día?

La manera más directa y clara de observar cualquier cambio es mediante la comparación. Al cotejar una situación actual con respecto a la condición preexistente, puede juzgarse si ha surgido algún cambio y luego analizar si ese cambio ha representado una evolución o un retroceso. Para evitar confusiones y enfatizar la tesis sostenida, hablaré de Cultura (así, con mayúscula) al referirme a lo que considero, igual que Vargas Llosa, Cultura de verdad y nombraré la cultura (así, con minúscula) para referirme a ese conglomerado amorfo e insustancial que ha suplantado la identidad de aquella otra.

En la antigua Grecia, en Roma, durante la época del Renacimiento, e incluso en los albores del pasado siglo XX, la Cultura era la suma de varios factores: se incluían las ideas, los valores, las obras de arte por supuesto, conocimientos históricos, religiosos, filosóficos, y científicos, todos ellos en constante evolución, en busca de nuevos horizontes. La Cultura era entonces una guía social, una brújula para los seres humanos sobre la dirección hacia dónde avanzar, un conjunto de ideales que constituían la condición suprema que esa sociedad, en su tiempo, deseaba alcanzar. Era la mira hacia el próximo paso evolutivo de las personas. Sin embargo, a partir del siglo pasado, ese concepto se ha visto rebajado y se ha esfumado bajo un armatoste que ha logrado suplantar su título. Había reflexionado anteriormente sobre este punto pero no había logrado dar con el origen de ese deterioro. Es decir ¿cómo paso esto? ¿qué originó la devaluación de lo que hasta hace menos de un siglo se entendía como Cultura?

Vargas Llosa, genio pensador, me ha dado luz al respecto. Una de las numerosas razones, alude, es el hecho de que la acepción antropológica de la palabra cultura se ha difundido de tal manera que ha logrado desplazar el concepto anterior. Para los antropólogos, la cultura es “la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora”. Y esa definición y, más aún, su aceptación y difusión más allá de los límites de la antropología, ha llevado a que prácticamente cualquier cosa pueda considerarse cultura, llegando a originar cosas tan impensadas en otro tiempo como la cultura punk, por ejemplo .

El papel del arte

En la Cultura del pasado, el arte (y el conocimiento en general) buscaba perdurar, trascender, enriquecer la experiencia humana. Hombres como Leonardo Da Vinci, René Descartes, Albrecht Dürer, Isaac Newton, Mozart, Tolstoi, edificaban sus vidas alrededor de elevados ideales, en los que la realización de sus respectivas disciplinas constituían su primera recompensa y el fin último, llegando incluso a alcanzar una realización personal y espiritual a través de sus cuadros o composiciones. La cultura actual busca el éxito comercial y aprovecha su momento, porque se sabe efímera e insustancial. No la motiva la transformación humana, sino la cultura del entretenimiento porque “escapar del aburrimiento, es la pasión universal”. Así que “en la actualidad todo puede ser arte y nada lo es”. ¿Qué sienten al leer en Wikipedia que Miguel Ángel fue un artista y luego una publicidad televisiva anuncia al artista Daddy Yankee? ¿Beethoven y Ozuna son igualmente compositores? ¿Y qué decir del mal llamado "arte contemporáneo" en el que absurdos como el de John Cage con su 4'33'' o la Aceleración cigótica de los hermanos Chapman, o incluso un inodoro, son celebradas como revoluciones artísticas y no como los disparates que son? Como un efecto de bola de nieve, la banalización del concepto de cultura ha originado a su vez, el deterioro de otros postulados básicos para la misma, como lo son la música, el arte, las ideologías, entre otros.

Las ideas ya no son la fuerza motora de la vida cultural. Las imágenes han dominado las ideas, la cantidad a la calidad, el precio al valor; y la democratización de la cultura ha decantado en su banalización, porque la única forma de que la Cultura llegase a la mayor cantidad de individuos fue volviéndola cultura, rebajándola, empobreciéndola, hasta hacerla entendible para todos y aupando esa conformidad y esa ligereza de pensamiento. La mayoría de las personas quieren divertirse, entretenerse, pero no quieren pensar. Los lectores de hoy quieren libros fáciles porque buscan diversión. Prefieren leer best sellers ligeros que desentrañar a Borges o a Faulkner; y la llamada literatura light (un nombre a todas luces contradictorio y antinatural) les deja esa cómoda impresión de ser "cultos", sólo por el hecho de pasear los ojos sobre los renglones de un encuadernado de páginas. Ahora resulta que todos somos cultos. Y decir eso, es admitir que nadie lo es.

¿Es posible salvar la Cultura?

Los sistemas filosóficos, las creencias religiosas, las ideologías, todas ellas han sido sustituidas por la publicidad, los conciertos, el fútbol, los deportes, las drogas, en una palabra, por el dios actual: el entretenimiento. Esta cultura de las masas es la que domina porque las voces que disienten han decidido guardar silencio, o no hacer suficiente ruido. Esta frivolidad, esta insustancialidad en las artes, música, escultura, pintura, política, no desaparecerá mientras siga como una enfermedad no reconocida. ¿Cómo se corrige un fallo si no se reconoce en primer lugar? Nos permitimos, como sociedad, como humanidad, llegar a este punto, pero depende también de nosotros, hacernos merecedores del legado de tantos gigantes. En el último de los casos, creo que la Cultura no desaparecerá. Quizás deba arrinconarse y guarecerse a esperar que el temporal de Cronos acabe con todo lo efímero y lo banal, permitiendo un nuevo acercamiento a lo perdurable. Pronto se olvidan los éxitos radiales del verano pasado y con mayor rapidez el noticiero de la noche anterior, pero la vigencia de La Gioconda o de Don Quijote de la Mancha se cuenta ya en centurias y no ha hecho más que crecer.

Mucho queda por decir respecto a un tema tan extenso y, en mi opinión, tan importante, pero dejo las demás reflexiones que puedan surgir para futuras oportunidades. Sin duda alguna, de la lectura y el análisis de ese libro de Mario Vargas Llosa, así como de una observación crítica del mundo que nos rodea, pueden surgir muchas cavilaciones enriquecedoras y que nos llamen a conciencia la próxima vez que vayamos a utilizar términos como cultura, arte, música o artista. Aunque parezca una labor ínfima ante la titánica tarea que representa salvaguardar nuestro legado histórico, estaremos dando un pequeño paso en la dirección correcta. Es un error no hacer nada con la excusa de que podemos hacer poco. Hagamos lo que podamos.