Nuestra Señora de París (Libro): el amor y la tragedia.
Víctor Hugo es un coloso de la Literatura Universal y Nuestra Señora de París es una de sus obras más importantes. Claudio Frollo, Esmeralda y Quasimodo son los personajes más recordados de esta tragedia romántica, pero la verdadera protagonista de la novela es la Catedral de Notre Dame; de allí el nombre del libro.
La obra fue publicada en 1831, pero la historia se desarrolla en el siglo XV y Víctor Hugo aprovechó la oportunidad para denunciar la demolición de construcciones góticas que él consideraba debían ser conservadas como patrimonio cultural. Aunque ya había escrito varios artículos al respecto, fue la historia de este libro, dotada con personajes memorables y descripciones majestuosas sobre la construcción y evolución tanto de la catedral como de la ciudad de París, lo que ayudó a preservar y restaurar varios de esos edificios.
Además, Notre Dame es el escenario de momentos trascendentales de la trama y también desde allí se atestiguan muchos otros. A ello se añade la relación de mimesis, de identificación, existente entre Quasimodo y Notre Dame, pues el jorobado “había tomado su forma, como adquiere el caracol la de su concha” y era el alma de la Catedral. Un alma atormentada porque había crecido prácticamente encerrado doblemente: en la iglesia y en su cuerpo contrahecho y “…el alma se atrofia en un cuerpo deforme”. Era malo porque era salvaje y era salvaje porque era feo.
Quasimodo, campanero de Notre Dame es pelirrojo y deforme; no sólo es jorobado, además es cojo, tuerto y sordo. En contraposición a él, se encuentra Esmeralda, la hermosa doncella gitana de ojos y cabellos negros. Ambos son seres diametralmente opuestos físicamente, pero los dos son compasivos y se socorren mutuamente ante el perjuicio de los demás, en momentos de necesidad. Son dos marginados, él por deforme, ella por gitana, que sólo ansían la felicidad, ella con el capitán Febo y él con la propia gitana, pero cuyas circunstancias (sociedad, poder, raza, origen, aspecto) los condenan al incumplimiento de sus anhelos.
De entre tantas cosas destacables que tiene la novela, hablaré de tres que captaron mi atención. La primera es que hay un pasaje en la novela, que sugiere la concepción inmaculada de Esmeralda en el vientre de su madre:
“No pudiendo tener amante, puso sus deseos en tener un hijo, y como aún era buena cristiana, se lo pidió a dios fervorosamente. Dios se compadeció de ella y le dio una niña”
¿Es acaso la gitana de buen corazón, condenada a morir en la horca, una especie de avatar del Jesús bíblico? Salvando las diferencias, por supuesto, cualquier concepción inmaculada evocará, de inmediato, el mito cristiano.
La segunda a destacar es la pureza del amor que Quasimodo profesa a Esmeralda. El jorobado se sentía condenado a ver la felicidad en los demás, lo amargaba ver parejas porque estaba convencido de que jamás viviría esa dicha. Al socorrer a Esmeralda por gratitud (ella lo había socorrido antes) no se hace ilusiones. Se sabe feo y no aspira a que ella lo ame. Más aún, entiende la incomodidad de la joven ante su fealdad y procura no contrariarla:
“¿Qué os puede importar que yo esté ahí cuando tenéis los ojos cerrados? Ahora me voy. Ya estoy detrás de la pared; ya podéis abrir los ojos.”
Al verla sufrir por Febo, se ofrece a ir a buscarle, pero al ver que él está con otra, le oculta la verdad a la gitana porque “prefería antes ser maltratado por ella que afligirla”. Con triste resignación canta por las noches:
“No mires a la figura,
mira, niña, al corazón […]
la belleza ama sólo a la belleza”
Ese amor le hace confesar silenciosamente a través de un gesto: una mañana deja junto a Esmeralda dos vasos con flores. Uno es de cristal, pero está rajado y por tanto las flores, al perder el agua, se han marchitado. El otro es un sencillo vaso de arcilla, ordinario, con las flores intactas y su interior lleno de agua. Esa imagen es poesía.
Sin embargo, la gitana, y he aquí la tercera cosa que quiero destacar, escogió las flores marchitas (¿conscientemente?) y las guardó en su pecho. ¿Acaso creíamos que se enamoraría del jorobado? Esmeralda es una hermosa muchacha de 16 años, que ama en su sentir adolescente al gallardo capitán Febo de Chateaupers y aunque este no la corresponda, no por eso ve su salvación en la belleza del sentimiento que Quasimodo le profesa.
Víctor Hugo abarcó en esta novela un amplio espectro de dualidades y características antagónicas: belleza y fealdad, principalmente en Quasimodo y Esmeralda; nobleza y marginalidad en el rey y la andrajosa Corte de los milagros con sus falsos lisiados; pasión carnal y espiritualidad en la persona de Claudio Frollo, el sacerdote que se enamora de la gitana; así mismo, en la persona del sacerdote, se enfrentan la fe católica y el misticismo alquímico, herejía condenada en la Edad Media; la doble moral de una sociedad que se proclama cristiana, pero critica y condena a otros por su raza, su origen, su ropa o su apariencia; la caridad y la indolencia; quedando espacio también para la crítica social y política (el juez que condena a Quasimodo es literalmente sordo, pero ello no le impide ejercer su cargo y repartir “justicia”), que sumadas al romance, a la tragedia, a las descripciones de los escenarios, dota a la novela de una impresionante plenitud que cristalizaría el mismo autor tres décadas más tarde en su monumental obra Los Miserables.
Un Clásico de Clásicos, sin duda alguna, Nuestra Señora de París es una joya de la literatura universal y por ello la recomiendo a todo aquel que desee sumergirse en su lectura.