Memorias de la Rosa (Libro): la eterna espera de la Princesa de El Principito.

in #spanish5 years ago

Antoine de Saint-Exupéry junto a su esposa Consuelo

Antoine de Saint-Exupéry fue un célebre escritor y un aviador intrépido. Sin embargo, a través de la lectura de Memorias de la Rosa, descubrimos que también fue un hombre hiperactivo, hablador, arrogante, inconsistente, decidido, resuelto, manipulador; y además un niño grande y torpe que chocaba con los marcos de las puertas.

Y ese retrato tan profundo, humano y contradictorio, alejado de los mitos que pueden rodear a cualquier persona que haya sido besada por la fama, sólo podía venir de una persona: su esposa, Consuelo.
Tras la desaparición de su marido en 1944, Consuelo, viuda de Saint-Exupéry, escribió sobre su vida con él. A ratos una memoria personal, a ratos una novela, y a ratos también una extensa carta para su Tonio, el hombre a quién amó y quién la amó durante aquellos tempestuosos años que duró su relación. Quizás por esa razón, Mémoires de la rose nunca fue publicada en el curso de la vida de Consuelo y hubo que esperar hasta el año 2000 para poder leerlas.
Cuenta Consuelo que al conocer a su Tonio, inmediatamente la abordó, cortejándola, e invitándola a subir a su avión esa misma noche. La chantajeó con un beso, le insistió, lloró, le leyó un fragmento de su libro Correo del Sur y le proyectó una película que él mismo había filmado. ¡La abrumó por completo desde el primer instante! Temerosa ante tanta intensidad, y profética quizás sin saberlo plenamente, anticipó lo que sería su relación:

“- Perdóneme, no sé muy bien cómo es una mujer. […]
- Al final me hará daño. Está algo loco.”

Al leer su libro y oírlo contar las historias que Saint-Exupéry contaba sobre el África y sobre tantas cosas, Consuelo le dice que debería escribirlas. “¡Qué encanto en sus imágenes, qué feroz mezcla de realidad e inverosimilitud!” confiesa ella y desde el primer instante se sintió comprometida a impulsar y apoyar a su Tonio a que escribiera, convirtiéndose en su musa y en su guía. Le impidió que aceptase un trabajo de oficina en la Renault porque, le dijo: “Tu camino está en las estrellas”. Y a pesar de reconocer que ser esposa de un escritor era un sacerdocio, se veía recompensada cuando su amado le prometía “…escribiré porque tú me lo pides”. Decidió apoyar a su esposo, el artista, porque ella misma entendía lo que era el arte: era escritora, pintora y escultora.

Pero a pesar de esa entrega y esa abnegación, Consuelo debió sufrir mucho al lado del aviador francés. Primero ante la suspicacia de la familia de Tonio por su relación. Consuelo no era francesa (era de El Salvador); luego debió esperar noches en vela a que él volviera de las peligrosas misiones que cumplía para la Aeropostale, el correo, luego el Estado, de las que muchos no volvían. A ello se sumaba el carácter impulsivo de su esposo: la misma noche de su compromiso, la despidió en la pista porque debía salir a llevar el correo y en una ocasión la mandó buscar a Francia y cuando ella llegó a Nueva York, la arrastró a una cena con otras personas y luego la dejó sola en una suite.

Saint-Ex estuvo varias veces cerca de la muerte. La primera de ellas fue al amarizar un hidroavión, de la que escapó con lesiones leves. Más tarde se salvó de morir a bordo de un avión ruso que debía pilotar el día que se estrelló, pero que afortunadamente había pilotado justamente el día anterior. Luego, por perseguir a Consuelo que había decidido separarse (él había estado de acuerdo), se estrelló en Guatemala, sufriendo 32 facturas en todo el cuerpo. Y en todas esas oportunidades en que él surcaba el cielo sobre un paraje remoto, abajo, sobre el suelo, estaba su pequeña Consuelo añorando su regreso.

A la intensidad de su esposo y de su relación, se sumaba la de los tiempos que les tocó vivir (estaban en España cuando estalló una revolución; estaban juntos al comenzar la Segunda Guerra Mundial) y los espacios que compartieron: en la casa de París, Rue de Castellane 10, Verlaine y Oscar Wilde habían pasado épocas malas unas décadas atrás; una mujer y dos hombre habían intentado suicidarse; y Gómez Carrillo, el anterior esposo de Consuelo, había muerto allí entre sus brazos. Cabe destacar acá que Consuelo, aunque era joven, ya era viuda cuando conoció a Antoine. La historia parece haberla preparado de antemano para lo que luego tendría que revivir, como si su vida hubiese estado marcada, de antemano, por la tragedia.

Compartieron juntos tiempos, momentos, muy felices. Antoine era un romántico capaz de los gestos más hermosos, como cruzar todo el océano sólo por verla, pero luego al tenerla cerca, su melancolía lo abrumaba y decía cosas como estas:

“Todavía no sé ser tu marido. Te pido perdón”

“…te pido perdón por todas las penas que te he causado y que te causaré…”

“Me dije: es para toda la vida, pero no estoy seguro de hacerla feliz”

Todo esto, la personalidad de su esposo, su fama de escritor, el estar rodeado de tantas personalidades entre las que destacaban André Gide, André Maurois, Salvador Dalí, Max Ernst, Greta Garbo, Marlene Dietrich y centenares de admiradoras del escritor, convirtió su relación en “…una perpetua encrucijada de amores y separaciones”. Consuelo confiesa en sus memorias “Yo lo amaba, pero también me daba cuenta de lo tranquila que era mi vida sin él”. Parecían estar condenados a perseguir juntos una felicidad que sabían que no podrían alcanzar. Se necesitaban el uno al otro. No podían estar juntos, pero no eran capaces de separarse.

Fue una relación en donde Tonio representaba la inestabilidad y Consuelo la eterna espera, un amor marcado por las promesas incumplidas, el desequilibrio, el egoísmo, infidelidades de ambas partes, y por supuesto, aunque parezca contradictorio, el mismo amor. Consuelo, injustamente inmortalizada en El Principito como una rosa orgullosa y con espinas, dijo “La felicidad de la que me hablaba quedaba siempre aplazada de un día para otro” y como para confirmar su juicio, en la última conversación que mantuvo, en vida, con su esposo, éste le hizo una última promesa que tampoco cumpliría, prometiéndole la segunda parte de El Principito:

“Dame tu pañuelo para escribir en él la segunda parte de El Principito. Al final de la historia, El Principito dará este pañuelo a la Princesa. Ya nunca más serás una rosa con espinas, sino la princesa de ensueño que siempre espera al Principito. Y te dedicaré el libro. No puedo consolarme por no habértelo dedicado.”

Una historia a la altura de las grandes tragedias románticas de la Literatura. La historia de una mujer, de un amor que permaneció desconocido para nosotros bajo la sombra del legado de un gran escritor, marcado como tantos por el signo de la infelicidad. Consuelo de Saint-Exupéry, al igual que su esposo, no vivieron esa hermosa historia que muchos imaginan, juzgando por lo poco que conocen la vida real del célebre escritor; sin embargo ¿acaso eran necesarias todas estas tempestades para producir esas obras inmortales?. La misma Consuelo dice que quizás con otra persona, él podría haber escrito otros libros mejores. Eso no se sabrá nunca, pero lo que sí se sabe es que a pesar de la infelicidad compartida, ella representó el apoyo necesario que brindó al autor, y al mundo, esos libros. Todo eso y más está contenido en este libro, en las memorias de una Princesa abnegada, disfrazada para la eternidad bajo la apariencia de una rosa débil y orgullosa, habitante del asteroide B612.

Reseñado por @cristiancaicedo


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