Los viajes oníricos de Sergio Broz: El jardín del oráculo

Sergio Broz y el perplejo soñador se sentaron a tomar algo en una apartada mesa de la cafetería y empezaron a conversar animadamente. Eran raros aquellos momentos en los que Sergio se ponía dicharachero. Quizás aquella tarde revelara demasiado al hombre que había contemplado el jardín por primera vez.

—El jardín contiene una fuente lisérgica, y laberintos de setos carnívoros que te cuentan, entre risas, chistes pasados de moda. Las margaritas lloran y un jilguero se te acerca simulando picotear los lóbulos de tus orejas porque siente nostalgia del cantante con pendientes que ganó su corazón al salir por la tele. Y no olvidemos los geranios, con pasajes del Libro del que no se debe hablar impresos en sus pétalos .
—¿Qué libro? ¿Los tres impostores, Las estancias de Dzyan, El Necronomicón, El signo amarillo?
—No, el Cronicón Dorado.
—¿Te vuelves loco al leerlo?
—Te hace entrar en un estado de latencia profunda que puede prolongarse durante tres días. Podrías morir por no beber agua ni alimentarte.
—Supongo que esos geranios estarán empapados por el LSD del estanque.
—No. Solo por la lluvia, que cae a cámara lenta todos los días a las cuatro en punto de la tarde, haciendo que la campanilla de entrada al jardín tintinee una canción sefardí. El agua lisérgica de la fuente se evacúa por una tubería a un lugar incógnito, muy lejos del jardín. Dicen algunos que desemboca en otro estanque, uno de vivísimos colores. En Yellowstone, a este lado del sueño. La misma leyenda nos cuenta que si el tubo dejara de descargar agua en esa laguna la enorme caldera volcánica explotaría a los siete días.
—¿El ácido serena al magma?
—Pudiera ser. Pásame otra jarra. Esta zarzaparrilla está cojonuda.
Si empezases a ver OVNIS entre torretas eléctricas, u ogros al otro lado de una colina, sería debido al rocío lisérgico. En el jardín, los días de calor, el agua del estanque se evapora y empaña los cristales del minipalacio de cristal. Al anochecer se concentra también en las hojas de la zarzaparrilla. En los geranios no, ahí solo la lluvia.
—¿Qué hay dentro del minipalacio? No me acerqué a él.
—Una cohorte de reyes, cortesanos, pajes, caballeros y doncellas; todos ellos diminutos jíbaros vestidos al estilo imperial vienés. Solo miden veinte centímetros de altura pero son gente orgullosa. Si alteras sus rutinas te metes en serios problemas. Una vez un sacerdote entró en el jardín a predicar, el mismo día que el rey Fetutzuma se coronaba por cuarta vez. Salió pitando de allí, sin nariz. Su apéndice nasal se convirtió en el nuevo trono del rey. Con un simple chasquido Fetutzuma hizo que la napia del predicador se teleportara hasta el Salón de los Oficios. Por eso, al acercarte al minipalacio, siquiera para husmear, la actitud debe ser siempre de máximo silencio, respeto y reverencia. Llevar tréboles en la solapa ayuda, por supuesto.
—¿De cuatro hojas?
—De tres. Los diminutos monárquicos consideran obscenos los de cuatro hojas. Son muestra de exhibicionismo y mal gusto.
—¿Podrías hablarme ya del oráculo en la esquina sureste del jardín?
—Es un tema complicado. No debería soltar este tipo de información en un lugar público. Bueno, ya sabes; el oráculo es un minisol ardiente protegido por esponjas de mar y río; amarillas, verdes y azules. Estas lo rodean y son lentamente quemadas por sus rayos, formando filamentos ennegrecidos de letras, jeroglíficos y enigmas. Estos se van desgajando poco a poco y el visitante puede luego recogerlos del cesped e interpretarlos. Los textos del León de Nemea y el asesinato de Alejandro Magno son bien conocidos. También el del invierno ruso de Napoleón.
—¿Soñó Nostradamus con el jardín?
—Supongo. Sus cuartetas son un tosco remedo de los juegos de palabras del oráculo. El peligro se presenta si te acercas a preguntarle con intenciones egoístas. Sus rayos podrían alcanzarte y las esponjas nada harían para remediar sus horribles quemaduras. Si no les caes bien. Raras veces el sol y las esponjas tienen diferente opinión sobre un consultante. En esos infrecuentes casos es cuando una nube aparece y escuda al sol. De él surge entonces un rayo púrpura que podría desviarse, dada su errática aleatoriedad, hacia el Árbol de la Ciencia, situado en el mismo centro del jardín. Y quemarlo. Cuando eso suceda el fin estará próximo.
—¿Del jardín?
—El fin de todo. Dicen que la brecha se expandiría hasta engullir el universo entero. Y todo comenzará a partir de una rama del Árbol de la Ciencia herida por un rayo púrpura. No sería la primera vez. Sucedió ya hace mucho tiempo que tal rayó hizo temblar ese rincón del sueño. La esmeralda en el fondo del estanque es prueba de ello. Dicen que esta cubre la cicatriz de una herida provocada por ese haz antediluviano. Tras agujerear ese preciso lugar un héroe apareció de improviso e intervino, colocando raudo una esmeralda, alojada hasta ese momento en la diadema de su frente, sobre la brecha, y cauterizándola. Unos cuentan que era una mujer guerrera, otros un héroe solar. No importa tanto si fue Sonia La Roja o el Apolo Vítreo como el hecho de que esa esmeralda salvó al mundo. Es un tapón contra el resquebrajamiento de la realidad, y si alguien se sumergiera en el estanque y la arrancara no haría falta siquiera un nuevo rayo púrpura para destruirlo todo.
—¿Hay hadas y duendes?
—Desertaron hace 380 años, se fueron. No soportaban el nuevo olor humano. Se dice que los monárquicos minijíbaros son una especie híbrida y que su posición central en torno al palacio provocó tal vergüenza e irritación entre los elementales que huyeron por despecho. Es otra forma de verlo. Nunca se sabrá la completa verdad. A menos que regresen. O encontremos su Libro enterrado en el jardín.
—Ya. Alguien me susurró en el sueño que el soloráculo era un espejo miniaturizado de la estrella Betelgeuse IV, fabricado por un mago científico en un acelerador de partículas.
—Eso dicen. Otros creen que los Constructores de la Luna volvieron al sistema solar el 13 de Enero de 1888 y regalaron el minisol a un Marajá indio, pero no creo que sea verdad. El jardín no puede ser tan joven. Debe tener miles de años.
—Quizás todo sea un sueño.
—Es un sueño, pero no es como los otros. Lo que pasa allí tiene consecuencias a este lado.

Sergio hurgó en su bolsillo, abrió su cartera y sacó de ella un reseco pétalo de geranio. Se podían distinguir diminutas palabras impresas en él.

Fuente de la imagen
Texto original de @chejonte