Los viajes oníricos de Sergio Broz: Don Quijote en el desierto australiano

in #spanish7 years ago (edited)

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Cuaderno de bitácora de sueños - 11 de Enero de 2015

Un papel arrugado y con letra barroca flota en el aire. Me acerco a él. Lo rodeo lentamente con la mano, buscando un hilo sustentador que no encuentro. El papel parece antiguo, arrancado a cuajo de un voluminoso libro. Se entienden las letras. Por fin. Por fin doy con la perdida matrícula de acceso de Miguel de Cervantes a la Universidad de Salamanca.

Del papel se desprende arena. Arena de playa primigenia que cae sobre un suelo de mármol ajedrezado. Se forman tímidas dunas, convertidas luego en una extensa llanura desértica. Por él trotan sin prisa Don Quijote y Sancho. Unos salvajes con plumas sobre casco y hombreras de futbol americano se les acercan por detrás acelerando un estrambótico vehículo tuneado por el apocalipsis. Mientras les sobrepasan varios ocupantes disparan bengalas al aire al mismo tiempo que el conductor del boogie blande, cual lanza en astillero, una jabalina con daga malaya atada a su punta. Don Quijote no consigue apartarse a tiempo pese al aviso de Sancho y cae con estrépito de Rocinante. Entumecido, pero sin heridas, intenta incorporarse con parsimonia. Otros dos boogies distópicos aparecen en escena en dirección contraria. Sancho los mira acercarse, conteniendo su estupefacción. Los salvajes conducen haciendo eses y riendo entre espasmos. Chanzas en inglés antípodo. Quijote se incorpora del todo y yergue la cabeza. Los mira de frente, encarándolos. Sonríe sin miedo.

Despierta el caballero de la triste figura soñando con el Nuevo Mundo Austral y aquellos extraños malandrines. Algo sí que los comprende. Le duele el costado. La venta manchega se siente el mejor palacio sobre la faz de la Tierra, pero al mirar por la ventana el horizonte le contempla y le va empequeñeciendo. Cada grano de arena es ahora una montaña, una sierra de altas torres. No son sus ojos los que miran.

La estancia cúbica ajedrezada brilla en sus intersticios. El papel ha caído al suelo, la arena no lo ha sepultado del todo. Lo cojo y me doy la vuelta. La puerta no está ya ahí. La habitación cubo no tiene salida. Miro mis manos, noto sus huesos y el dolor en el costado. Desprecio la materia. Me tienta tocar las iluminadas líneas rectas de las esquinas del cubo. En una de ellas hay una salida. Lo sé. Si empequeñeciese hasta comprimirme en una única dimensión. Creo que con dos sería suficiente. Me centro en el papel cervantino. Lo coloco en mi frente. Cierro los ojos. Pronuncio los siete nombres del demiurgo y los cuatro apellidos del hechizo. Soy Quijano y soy el papel. La ranura de luz entre el mármol blanquinegro transmuta en un inmenso túnel de diez mil carriles. Autopista de Tron que corta un muro tan masivo como lo pudiera ser el cañón del Colorado para una hormiga.

La luz aturde mis oníricos sentidos. Siento la letra del funcionario, la tinta arábiga, la madera leonesa de su pulpa, las huellas dactilares del censor que lo arrancó del registro universitario. Siento la dulce luz que calienta, sin quemar, los granos de arena del Mesozoico, bañados por una ligera marea azufrina. De Australia o de la Mancha.

Despierto. Sudo. No abro los ojos, retengo el sopor. Rememoro el sueño tres veces para acordarme de todo. Pienso en el bolígrafo y el cuaderno. Decido ya mirar mi mano derecha. Vacía. No he conseguido traer el documento a este lado. Decepción. ¿Mad Max? Me levanto de la cama de un salto. Subo persiana y abro ventana. Niebla y frío. Aire tonificante. Desciendo la mirada hacia el portal del edificio de enfrente. Cervantes alza la vista y me guiña el ojo desde la hipnopompia. Se abrocha la zamarra antes de ponerse a pasear al perro. Me ha robado el papel en la tenue transición del sueño a la vigilia, al regresar por el hilo de plata. Él lo sabía, sabía de mi intención y ha esperado pacientemente a que yo hiciera el trabajo sucio. Bien por él, quiere proteger su narrativa y reconocer su propia vida. No le culpo. Aunque el ADN en las huellas dactilares del censor me hubiera proporcionado información muy valiosa.

Tengo la sensación de que el perro era un dingo australiano. Es evidente que Cervantes ha estado en todo momento monitorizando mi sueño. No solo eso. Ha manipulado en parte mi creación subconsciente. Siento escalofríos de admiración por él. Cierro la ventana. Es un hombre poderoso.

Pasan las horas, y meditando sobre los acontecimientos de la mañana me entran las dudas. Quizás no fuera Cervantes quien me quitara el papel donde se acredita su matriculación universitaria. Quizás fueran los otros.


Fuente de la foto: PIXABAY
Texto original de @chejonte

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Me he dicho al principio que el tripi era de muy buena calidad, ese viaje no se da así como así, pero al final de la lectura me acordé de estos versos de Coleridge:
¿Y si durmieras?
¿y si en sueños, soñaras?
¿y si en el sueño fueras al cielo,
y allí cogieras una extraña y hermosa flor?
y si, al despertar...
tuvieras esa flor en la mano?

Coleridge es una de mis cuentas pendientes, en realidad casi toda la poesía. Y eso que lo veo y leo referenciado en docenas de obras que me gustan. Gracias por el aporte.

"quizá fueran los otros". Y ya nos tienes enganchados de nuevo.

Sí, en los sueños hay sombras. Pero es en la vigilia donde se crean facciones y diferentes intereses enfrentados. Sergio Broz tiene enemigos.

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