Grisel era una niña muy solitaria. En el colegio se caracterizaba por ser muy tímida. Sin embargo poseía muchos talentos ocultos. Pero lo que si llamaba la atención era su pasión por escribir, inventaba historias, cuentos, fábulas y si se trataba de escribir sobre ella misma, no era capaz de contarlo a nadie.

Por ser tan callada y tímida, la fastidiaban mucho los compañeros en clase, se burlaban de ella, de su cabellera rizada y de sus brotados ojos enormemente azules. Era de contextura delgada y muy alta. Era buena estudiante pero muy torpe al hablar, pero de escritura impecable.

En el colegio cuando disfrutaban el tiempo de descanso, ella en vez de salir a jugar, charlar con sus compañeros, se dedicaba a escribir a escondidas, todo el mundo la miraba con curiosidad sobre todo porque les llamaba la atención qué tanto escribía.

Siempre mantenía celosamente aferrado entre sus manos, ese pequeño libro que sus hojas llenaba y llenaba, con su característico misterio y con mirada perdida. Pero que la hacía tolerar el tiempo obligatorio de su estadía escolar.

Una tarde las compañeras intrigadas qué contenía aquel libro de Grisel, decidieron hacerle una jugada, y entrar por la ventana de su cuarto, cuando ésta saliera a hacer las compras con su madre. Una de las compañeras comentó que sería grandioso robar ese libro, porque ella había logrado leer el título que decía: GRISEL NO TIENE QUIEN LA LEA.

Al fin pudieron entrar y lograron encontrar el libro, en ese momento sintieron que alguien se acercaba al cuarto por lo que se asustaron y salieron corriendo, pero la que sostenía el libro, no corrió con la misma suerte y fue alcanzada por la vista del tío de Grisel y aún así, huyó con el tesoro de su sobrina. El tío inquieto les gritó:

Por ende, la chica que se llamaba Anaís, se separó del grupo, éstas no supieron que ella conservaba el libro. Lo mantuvo oculto en su cuarto hasta el momento de quedarse sola para poder al fin leer el intrigante y misterioso libro de Grisel.

Cuando al fin lo lee, descubre que Grisel escribía todos sus anhelos, sus vivencias, sus miedos, sus travesuras y cuanto deseaba tener amigas. Todo lo que fue leyendo de ella la cautivó. Supo que tocaba el piano, la flauta, hacía muñecas de tela con el nombre de cada una de sus compañeras de salón, incluyendo el de ella, Anaís.

Escribía cuanto soñaba con un día ser aceptada e invitarlas a su casa donde tenía demasiados juguetes sin tener con quien compartirlos. También hacía vestidos para las muñecas de tela, y todas esas manualidades las donaba a orfanatos y las repartía entre todas esas niñas sin padres, que ansiaban recibir sus muñequitas, porque Grisel las visitaba todos los domingos. Les tocaba el piano para entretenerlas, le leía cuentos de su autoría y las hacía reír y soñar con un mundo mejor. Conmovida, brotaron lágrimas de sus ojos y notó que al final del libro había un trozo de papel que decía: