El tipo del espejo.

Fotografía: Manuel Cano
Instagram: mancanoa

Esa fue probablemente la ducha más larga que hubiese tomado en mucho tiempo. Es el inicio de la tercera semana desde que renuncié a mi cargo de supervisor de calidad en una compañía de servicio al consumidor, en la que básicamente ofrecíamos el servicio de dilatar, divagar, e ignorar, cualquier requerimiento, justo o no, que un usuario expresara, y lograr que este al final de la llamada, calificara nuestro servicio como excelente. ¿Mi trabajo?, hacer que la mayor cantidad de teleoperarios lograran esquivar o engañar a los usuarios, con la mejor calificación de nuestro servicio, y en el menor tiempo posible. Podría pensarse que cualquiera con un poco de empatía saldría de ese lugar muy pronto, sin embargo fui ascendido en gran parte gracias a mi escrúpulos flexibles, y ahí, en ese lugar que me proporcionaba un confort increíble, pase diez de los mejores años de mi vida. Hoy me siento algo extraviado, incluso compré una cámara fotográfica, solo para sentir que tenía motivación de hacer cosas, y un sombrero, para hacer juego.

Todos tenemos rituales en la mañana, uno de los míos era tomarme nunca menos de veinte minutos preparando a mano el primer café del día, entre selección de la marca, llevar la temperatura del agua en punto a fuego lento, y realizar el filtrado con tanta parsimonia como fuese posible, mientras pensaba en las tareas del día. Hoy el sabor es menos que aceptable, digamos tolerable, no debí tardar tanto en la ducha. Lo bebo igual, con esa pequeña frustración del desajuste en la rutina hormigueando en mi hombro izquierdo, el hormigueo no tarda en convertirse en dolor.

-¡Tortícolis!, ¡Maldita sea!

Eso lo explica todo, había descuidado mi postura al dormir anoche, lo que causó que mi ducha se extendiera, y por consiguiente no me concentrara en mi café lo suficiente.

Trato de ignorar esta ridícula sensación tomando mi fruta de la mañana, el día de hoy serían manzanas verdes. Al probar la primera noto que no está en ese punto medio de acidez que había aprendido a descubrir con solo mirar el brillo de su verde, tomo la siguiente y tampoco lo logra. Tomo una tras otra, y no logro encontrar el sabor que busco, el hormigueo se intensifica y ya baja por mi tórax.

-¡Maldita sea!, ¡Pero si ayer en el mercado escogí las mejores veinte manzanas que vi!

De pronto encuentro la causa de mi tortícolis, el haber cargado esas veinte manzanas durante los 30 minutos que me toma volver a casa del mercado que minuciosamente había seleccionado para mis compras, y que hoy me traiciona. Ya siento las hormigas en mis piernas. Pero hay algo más. Cada dos semanas cambio mi maquina de afeitar para disfrutar de la mejor experiencia de las mañanas frente al espejo, el último ritual antes de salir de casa. Ayer decidí comprar 6 que se encontraban en descuento, y así, con la bolsa de las maquinas en la mano derecha, y la de manzanas en la izquierda, decidí caminar a casa, causando una sobrecarga en mi hombro izquierdo que produciría la maldita tortícolis. Es muy claro que hoy debo tomar mi desayuno completo afuera. Sin embargo, antes de salir quiero disfrutar de una afeitada con una máquina nueva, una de las sensaciones más placenteras que existen.

Me acerco pues al espejo y abro el estuche de la máquina, tiene ese aroma de las cosas nuevas. Estrenar un objeto, he ahí otra gran sensación. Me aplico la espuma de afeitar, tomo la máquina, y al levantar la mirada hacia el espejo noto como el hormigueo que ya abarca completamente mi cuerpo, se va convirtiendo en una especie de ruido blanco, cada vez más intenso y frecuente hasta transformarse en una masa, pesada, dura, consistente. Es ahí cuando lo noto, el tipo del espejo. Para afuera, podría parecer que me encuentro completamente paralizado, pero lo único que quiero es detallar a éste sujeto. Su silueta es como cualquier otra, su facha es normal, parece un buen tipo, incluso me parece familiar, sin embargo me llama poderosamente la atención su mirada, estoy completamente seguro de que no conozco a esta persona.

-Mucho gusto.
-Igualmente.

Definitivamente un buen tipo. Entiendo ahora que la masa no era otra cosa que la presencia de otro ser humano al rededor mío.

-Pareces tener mucha prisa viejo, tu jefe te va a reprender igual si llegas 10 o 20 minutos tarde.

Me río con discreción. Siempre he considerado que romper el hielo con un chiste, en una conversación con un desconocido, requiere de habilidades sociales notables, y de confianza en sí mismo. Este sujeto empieza a agradarme.

-Hace unas semanas que soy mi propio jefe. Me dedico a gestionar la entrega exitosa de mi curriculum en una amplia gama de compañías.

El tipo se ríe, tiene una carcajada amplia y contagiosa.

-No me digas hombre, ¿Entonces eres otro ejecutivo más que pierde su empleo por culpa de los recortes y la austeridad?
-No, de hecho yo renuncié.
-¡Vaya!, eso sí que es de valientes, se ve que eres un tipo con energía y que no se conforma, así que estoy seguro que lo haces para mejorar tu calidad de vida, ¿O me equivoco?
-Así es viejo, acertaste. Aunque disfrutaba mucho ser supervisor de calidad, creo que el sector de servicio al consumidor se ha quedado algo corto, así que me encantaría incursionar en otros más exigentes como el financiero.
-¡Debes hacerlo viejo!, pasa que por casualidad yo me desempeño como auditor de calidad senior en un banco muy importante, y debo decirte que hasta el día de hoy han sido diez de los mejores años de mi vida, ese lugar me proporciona un confort increíble. Pero ten cuidado, debes saber que en las finanzas eres cazador o eres cazado, así que debes ser, digamos, flexible con tus escrúpulos. Sin embargo puedes estar seguro que la recompensa es esa calidad de vida que buscas.

Es increíble como la vida te pone gente con tus mismos objetivos delante, para que te des cuenta que jamás debes darte por vencido.

-Sabes brother, esas son las palabras que necesitaba, muchas gracias. Realmente anduve un par de semanas algo extraviado, hasta compré una cámara fotográfica y un sombrero a juego, vamos viejo tomate una foto conmigo seguro que recordaremos esta charla con cariño en un futuro.
-¡Por supuesto!

El clic activó el flash, deshaciendo poco a poco conforme parpadeaba para recuperar la vista, a la masa que se transformaba de nuevo en ruido blanco y sucesivamente en hormigueo. Abro los ojos lentamente notando la espuma de afeitar que aún tengo en la cara, la maquina de afeitar sobre el mesón, y la cámara fotográfica en las manos. De toda la escena, el único objeto que tenía sentido para mi, era precisamente la cámara. Decido entonces limpiarme la espuma, tirar la máquina, tomar la cámara y ponerme el sombrero, no sin antes comerme entera con avidez una manzana, y empacar otras tres para el camino. No tengo idea de lo que me espera afuera, solo se que me invade un deseo irrefrenable de retratalo a través de mi lente.

Cardenio de la Sierra

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