Gerda y Kay eran vecinos y muy amigos, pasaban el día juntos mirando las flores que sus padres habían dejado crecer en el único caño que separaba los tejados de ambas casas. Un día de invierno en el que la nieve caía con intensidad la abuela de Kay les contó sobre la misteriosa Reina de las nieves, sus palabras fueron: “Con los copos nevados forma un enjambre del que ella es la abeja blanca de mayor tamaño. En ocasiones vuela sobre la ciudad, observa por las ventanas y estas se cubren de hielo formando figuras extrañas”.- ¡Quiero que venga la reina!, expresó Kay.

Esa noche Kay deseó ver a la Reina de las nieves, observó con detenimiento en movimiento de los copos de nieve cayendo sobre el marco de la ventana, en ese instante, uno de gran tamaño cayó, en el caño donde de las flores. El copo creció y creció hasta que emergió la brillante Reina, vestía de blanco, era deslumbrantemente bella y estaba hecha de hielo puro. Kay se espantó de tal forma que cayó de la silla donde estaba trepado y se fue corriendo a la cama a dormir.

Al día siguiente llegó el deshielo que daba comienzo a la primavera. Los niños que jugaban afuera sintieron que caían astillas sobre ellos. Kay sintió que algo se metió en su ojo y en su corazón, su amiga Gerda lo reviso de inmediato sin encontrar astilla alguna. Pero algo extraño sucedió en él porque desde ese momento no volvió a ser igual, al parecer el pinchazo que había sentido le hubiera congelado el corazón y en el ojo parecía tener un cristal opaco que le impedía ver las cosas como son en realidad, ahora todo lo veía de una forma negativa, se volvió hostil y se burlaba de los otros niños.

Al día siguiente Kay jugaba en la colina a deslizarse con su trineo, en su descenso alcanzó una gran velocidad, no podía detenerlo y cuando se dio cuenta había salido de la ciudad. Cuando el trineo se detuvo lo hizo justamente enfrene de la Reina de las Nieves. Al verlo la reina le preguntó si sentía frío, él contestó que un poco pero en realidad su corazón estaba helado, ella lo besó en la frente y ya no sintió más frío, bastó otro beso en la mejilla para que Kay se olvidara de su familia y de Gerda.

Gerda al ver que su amigo no volvía con el trineo empezó a buscarlo, según le dijeron lo habían visto descender atado un trineo más grande y lujoso de oro. Al no saber dónde pudo haber ido pensó que cayó al rio y fue a buscarlo, lo buscó entre los juncos y accidentalmente cayó al agua, por poco se ahoga hasta que apareció una anciana y con un bastón largo la sacó del agua.

La anciana al saberla hambrienta la invitó a su casa, Gerda asustada aceptó solo por agradecimiento, una vez en casa la anciana le ofreció cerezas frescas mientras peinaba sus cabellos mojados con un peine de oro mágico, con cada paso del peine Gerda olvidaba a Kay. Como bajo una especie de encanto se quedó con ella haciéndole compañía durante el invierno, al llegar la primavera vio en el jardín una flor que le hizo recordar a su compañero de juegos y comenzó la búsqueda de nuevo.

Mientras caminaba encontró un cuervo que le preguntó a dónde iba, ella le contó que buscaba a Kay y le preguntó si lo había visto, el cuervo permaneció pensativo y contestó, - creo que sí, está en el castillo y se ha casado con la princesa.

El cuervo guío a la niña hasta el castillo y cuando estuvieron muy cerca se dio cuenta que no era Kay. Gerda se sintió muy triste, al verla así el príncipe y la princesa la ayudaron. Le dieron unas botas, un par de guantes, una hermosa carroza de oro con cochero y dos guías para continuar su búsqueda. Unas palomas se acercaron en el camino y le dijeron, - hemos visto al pequeño Kay, está en el palacio de la Reina de las nieves.

El palacio de la Reina era enorme, todo estaba hecho de hielo, al caminar por el gran salón Gerda vio a Kay, estaba congelado no se movía, lo tomó con sus brazos cálidos y lloró sobre él, sus lágrimas calientes cayeron en el pecho del niño y llegando hasta su corazón helado derritiéndolo, besó sus mejillas y estas se sonrojaron, le besó las manos, los pies y comenzó a moverse. Gerda lloró de nuevo pero esta vez de felicidad, lo que hizo que el cristal en el ojo de Kay finalmente saliera.

Kay despertó de su sueño frío y se alegró tanto de ver a su amiga que ambos saltaban de alegría, salieron del castillo y emprendieron el camino a casa. Al llegar al pueblo vieron que todo seguía igual, las calles y las calles eran iguales pero ahora no eran niños, se habían convertido en adultos durante su aventura. Las flores del caño habían hecho una enredadera y cerca estaban las dos pequeñas sillas donde solían sentarse, allí se quedaron para recordar sus días de juegos, ya que en sus corazones seguían siendo niños.