Al voltear mira a un hombre alto, moviéndose como una bruma negra que no deja de generar rasgos chacalilesticos en su vestir.

—¿El chacal? —pregunta, al reconocer el superhéroe.

—Sí —dice mientras se ajusta la máscara—. ¿Quién eres tú?

—Yo soy… Gueeko.

—No me refiero a eso. Quiero saber quién eres, y por qué has estado causando dolor en la ciudad.

Pensando la respuesta a aquello, el niño se expresa lo mejor que puede.

—Dinosaurio, regalo mamá, una lagartija, ¡y podía ser spider-man!

—Ajá, lo entiendo —Se cruza de brazos—. Mira, niño, no sabes lo que estás haciendo…

—Sí sé lo que hago. Yo sé como causar marrón…

—¿Es eso lo que hacías hoy?, ¿poner marrón a la gente?

—Sólo a los que se los merecían, a los que no eran marrón.

Zamir se molesta un poco al ver como Chacal se ríe.

—Viste las personas que no padecían dolor, y les ocasionaste mucho malestar. Mira, aquí entre nos, mi poder es causar desesperanza, pero no me ves causándola.

—¡Pero si tú traes esperanza!

—Uso mi poder para hacer mejor la vida. Dime, ¿a ti te gusta sentir dolor?

—No…

—Entonces, ¿por qué dañas a los demás?

Zamir baja la cabeza, arrepentido, y comienza a llorar.

—Remédialo, ¿sí? Yo te enseño.

Asintiendo, Zamir se seca los mocos.

Zamir siente la presencia del abusivo. Al instante roza su mano con la del chico, y con asombro ve como deja de ser marrón.

—¿Qué sientes?

Luego de ese día el chico no molestó más nunca a Zamir. Es más, después de aquello, se hicieron buenos amigos, y armaron un dinosaurio juntos, y un par de dibujos de su superhéroe favorito “El Gueeko”.