Ser princesa en una experiencia maravillosa. Ser releída hasta la saciedad es una putada; en serio, no hay nada peor que ser el libro favorito de un niño que aún ni siquiera sabe lo que es leer. Producto de lo anterior, ante la perspectiva de buscar un momento de relajación, los personajes fantásticos del estante decidieron hacer algo más cómodo, como irse a una revista porno mientras los niños duermen.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta la Cenicienta—. Ya sólo quedamos nosotras, y caperucita roja.

—Cabrona —dice la antes mencionada—. ¿Puedes aceptar que trabajo tanto o más que una princesa, necia?

Diciéndose cosas impropias para un cuento infantil, me veo obligado a censurar las ofensas que se transmiten.

—¡Sos una puta empleada de servicio, lesbiana machorra!

Bueno, esa se me escapó.

—Ey, ¿tienes algún problema con las lesbianas? —pregunta Ariel, comiendo gaviar con doritos.

Discuten hasta que la bella durmiente toma la palabra, y callándolas a gritos, deja en claro con su caminar su ya conocida adicción al café.

—Llevo meses siendo leída una, y otra, y otra vez… —dice a punto de fumar hierba por el estrés.

—Sí, Lucía es…

—¡No, no es Lucía quien obliga a releerme! —exclama—. ¡Es el maricón de su hermanito! Ya estoy harta de estar dormida sin sueño justo cuando debería seguir limpiando.

—No sé de qué te quejas —dice Ariel—. ¿Te digo qué es horrible? La versión original de mi cuento. ¿Sabes lo que es sentir que caminas por el vidrio, para que una y otra vez el hombre te deje?

—A mí la puta hada madrina no me dejó estar hasta después de las doce en la fiesta; es una ladilla.

—En el mío hay un lobo. Un puto lobo al que le hablo, y con el que debo fingir cual esquizofrénica que me responde. Al menos en sus cuentos hay hombres…

—¿Para qué un hombre? Yo me siento amenazada por el que está en mi historia —expresa mientras toma más café—. ¡Me besó estando muerta, por favor! Es tan raro… ¡y cada vez que lo hace siento que me va a violar!

—Al menos a ti te besa un necrófilo —dice la cenicienta—. El hada madrina no me deja tiempo ni para eso.

—También es que eres lenta; en ese tiempo me acuesto con tres de mujeres y una cuarta… —menciona Ariel acicalando sus escamas.

—Yo sólo me puedo acostar con el lobo, mi tío, y mi abuela.

Cruzada de brazos, Ariel mueve su aleta.

—Mejor que caminar en vidrio por un hombre; es antifeminista. De paso, soy una sirena. Como el único tritón es mi padre, es obvio que soy lesbiana.

—Ya, y por eso todos piensan que esto es un club lésbico…

—¡Eso es! —exclama—. ¡Ya tengo una idea!

—No, no haremos un grupo lésbico que satisfaga a José para que jamás deje de leernos y así ser libres.

—Oh… Ya se me ocurrirá algo más.

A la mañana siguiente se les ocurrió cambiar de cuentos, y fue un desastre. Los niños quedaron confusos con una cenicienta de pelo negro adicta a la cafeína, limpiando, sin interés por ir al baile; se alarmaron por lo exhibicionista que era una bella durmiente cenizosa que se lanzó a besar al príncipe; lloraron con una sirenita que demostraba demasiado placer al caminar entre vidrios, y se traumaron con una caperucita pelirroja que realizó un muy explicito trío con el lobo y la abuela.

Un día después los cuentos fueron quemados, los niños comieron perdices, y todos fueron felices por siempre.