Saludos #steemados amigos y amigas:

Para hoy les presentaré un #cuento que habla un poco de una de esas interrogantes que muchos nos hemos hecho. Será que en verdad tenemos libre albedrío o será que nuestro futuro está signado o escrito de antemano por el universo, el destino o como quiera que lo queramos llamar. Un fuerte y fraternal abrazo...

 

Coincidencias

.: Por: Arturo Pérez Arteaga :.

Un hombre muy organizado, es como podemos describir a don Alejandro Núñez, nacido en un hogar muy tradicional y como el mayor de cuatro hermanos varones, se podría decir que su vida siempre estuvo signada por un plan, por una situación premeditada o simplemente por un movimiento bien pensado, bien calculado, porque como el mismo decía: 

- No es posible andar por la vida como un tonto sin rumbo fijo, ¿acaso somos animales para andar así?.

Así vivió su vida y así planificó su muerte, tenía 14 relojes de pulsera y uno de péndulo que pudo recuperar de las posesiones de su difunta abuelita y lo conservaba como un tesoro, incluso ante las quejas de su esposa que sintió enloquecer los primeros meses, cuando don Alejandro lo puso a funcionar en la sala de su casa y comprobó que aquel armatoste sonaba una lúgubre campana tantas veces como horas marcaba, lo que convirtió su casa en una pesadilla cada media noche cuando rompía el silencio con sus 12 campanadas. 

Pero como a todo nos acostumbramos en la vida, luego de mucho pelear y hasta de idear un “accidente” para el bendito reloj, la señora terminó por aceptarlo. Don Alejandro por su parte se sentía muy satisfecho de poder saber con exactitud que hora era a cada momento del día y de la noche.

La rutina era la mejor arma de don Alejandro y nunca se le veía romperla por nada del mundo, quienes lo conocían le comparaban incluso con un robot, y él a manera de chiste les decía que ni un robot podía superar su instinto de organización: Siempre caminó por el mismo lado de la calle y nunca se perdió una comida, aunque no tuviese hambre, para él la disciplina de su rutina era asunto de vida o muerte.

Su obsesión por la planificación era tal que no solamente compró un paquete de servicios funerarios para toda su familia, cuyas cuotas pagaba religiosamente cada sábado al motorizado encargado del cobro, sino que daba una visita semestral a la funeraria a revisar su ataúd, donde se metía a fin de medirse y corroborar que fuese el mismo que pagó con tanto esfuerzo y que desde luego que no hubiese crecido en cualquier dirección, situación que le haría estar incómodo en su última morada. 

Para estas visitas no pudo convencer a su esposa que le acompañase a hacer lo mismo, sólo el menor de sus hijos, Rafita, se prestó una vez a acompañarle pero con el único objetivo de burlarse de las locuras de su padre a sus espaldas y sólo con la condición de que no le hiciera meterse en el ataúd que le correspondía, a lo que don Alejandro accedió bajo el argumento irrefutable de que aún estaba el plena etapa de crecimiento.

Una noche de viernes normal previa a una visita semestral de medición de ataúd, luego de ver las noticias internacionales, se dispuso a hacerle el amor a su esposa como estaba dispuesto y diez minutos después dormía el sueño de los justos, o de los rápidos debería decir.

Continuará...

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