Él era tímido y tranquilo, pero siempre existía algo que lo aferraba, ya sea sus miedos y temores, aquello que todos los días se manifiestan en preguntas simples. 

—¿Será que..?, ¿Tal vez me diga que no?, ¿Tal vez que si?. No, ella me rechazará.— Se preguntaba desde el instante que la vio.   

Día a día él se torturaba, día a día se enamoraba. Una cosa era cierta, su pelo le fascinaba. Todas las mañanas bajaba feliz, esperando encontrarse a su adorada, cuyo nombre se imaginaba como un canto celestial de los ángeles.   

—Me pregunto, ¿Será Sasha? O tal vez bonita, quien sabe si Chichi, quizás Andrea.— Se preguntó él. 

—¡Canelaaa!. — Así la llamaron a ella. 

—¿Canela?, ¡Canela!, si, Canela, me encanta ese nombre. — Emocionado y contento de conocer el nombre de tan hermosa dama. 

Cada vez más, obtenía confianza, cada vez más se enamoraba. Todas las veces que la veía a lo lejos intentaba establecer contacto. Una simple mirada era suficiente. Pero sus intenciones se desmoronaban ya que él ya tenía dueña.   

Un día, su dueña se encontraba distraída conversando con un viejo amigo. Su corazón latió y no desaprovecho la oportunidad.   

— Es ahora o nunca. — Se dijo en su interior. 

Salió corriendo con todas sus fuerzas, esquivando a su dueña quien no pudo asegurar sus cadenas ante la fuerza de sus cuatro patas, atravesó grandes manadas de animales metálicos, tembloroso de lo que podría ocurrir, de lo que ella dirá o de lo que su dueño hará. Su corazón palpitaba más y más, todos a su alrededor observaban lo que ocurría hasta que llego a su destino, hasta que se encontró con ella, con su amada Canela. Ella lo vio, no entendía lo que ocurría, él se paralizo y su nariz se tornó fría. 

—¡Hola! ¡Hola! ¡Hola! ¡Hola! — Dijo él con el poco aire que le quedaba en sus pequeños pulmones. 

—¿Hola?. Podías morir, ¿Por qué hiciste eso?— Mirándolo con asombro tras lo ocurrido. 

—¡Me gustas! ¿Quieres un hueso? — Le preguntó. 

Canela sonrojada comienza a mover la cola, su corazón palpita y sin querer, se enamora. 

La dueña de él, de Legolas, sale corriendo tras darse cuenta lo ocurrido y al llegar a él preguntándose porque realizo semejante acto escucha una dulce voz. 

—Creo que nuestras mascotas se enamoraron. — Dijo el dueño de Canela, quien la mira sonriente. 

Ella apenada levanta la mirada y sin querer, ella también se enamora.