El cine y la muleta de la memoria

A veces siento algo parecido a lo que pudieron sentir las primeras personas que vieron la llegada del tren en el cinematógrafo de los Lumière. Grabar con una cámara fuera de fines artísticos es visto como una muleta de la memoria. Puede ser un buen índice para quien quiere recordar algo, pero también es un contacto directo con un momento determinado de la historia del que graba e involucrados. No puedo evitar traer a la memoria a Bazin y su ontología de la imagen fotográfica cuando decía que la cámara capta la realidad tal cual es, objetivamente, por el carácter mecánico que evita las distorsiones de la subjetividad de la mente humana. Siguiendo esta lógica, la cámara cinematográfica capta momentos.

En estos días encontré en la computadora unos videos de vacaciones familiares de hace unos años, y no pude evitar sentir miedo ¿Miedo a qué? Fue casi como un miedo a recordar, y también un miedo a darme cuenta de que las cosas no son necesariamente como yo las recordaba. Por un momento recobré esa inocencia de antaño y temí que de un momento a otro mis padres me hablaran a través de la pantalla, o que me miraran cuando miraban a la cámara, como a un mirón que se esconde tras un velo o una distancia. Esa gastada imagen del cine como “ventana” cobró sentido, ya que a través de mi monitor tuve la oportunidad de ver otro momento de la historia, donde mis padres eran otros a los que visitaba y con los que convivía durante la breve duración de los videos. En varios puntos reviví las tensiones de ciertos momentos, y en otros tuve alivio al encontrar afectos antes desapercibidos. Sentí esa pena ajena que maquillamos cuando pensamos en el nosotros de otros tiempos: Mis primeros selfies, una pose frente al espejo de un centro comercial, lo infantil de ciertos comentarios y expresiones. En general pude echar un vistazo a ese adolescente que parece tan cercano pero que ya ha quedado atrás. Discusiones teóricas aparte, es cierto, en este momento concuerdo con Bazin (a pesar de que también sea defensor de la cualidad distorsionadora de la cámara), mi memoria recordaba muy distinto a lo que vi en pantalla.

Sé que este texto suena a lugar común, pero, como sucede con algunos géneros y subgéneros ya gastados del cine, hace falta estar en un contexto que nos conecte física, emocional o intelectualmente con ellos (Tampoco descarto la curiosidad o el esfuerzo para hacer contacto). Desde ahí escribo. Y este texto nace de las interrogantes: ¿Por qué no puedo pasar de unos segundos cuando comienzo un video sobre un momento espontaneo de mi vida? ¿Por qué normalmente siento miedo de ver uno de los videos que acabo de mencionar? Un gesto indeseado queda congelado y puede ser reproducido innumerables veces. Por eso tememos a ser grabados sin consentimiento. De ahí el placer del voyeur cinematográfico, que observa a la gente en su más indefensa y palpable honestidad. También creo que es un miedo parecido al de la introspección, a vernos a nosotros mismos, a darnos cuenta que poseemos rasgos que no son de nuestro agrado en un terreno donde el desenfoque mental no altera lo que tenemos enfrente (a menos que demos pausa o tengamos a disposición un programa de edición de video).

Creo que con este texto me muevo dentro del terreno del cine primitivo o al menos como se veía al cine en sus inicios. Noel Burch, en su libro El Tragaluz del Infinito dice que el cine en un principio, dentro de las funciones que le asignaba la ideología burguesa, buscaba, además de captar la naturaleza para su dominio, inmortalizar al hombre, que con el advenimiento de la modernidad comenzó a preocuparse cada vez más por la muerte. Dentro de este campo creo que es interesante preguntarse dónde estarán las personas atrapadas en esas imágenes, cómo se verán ahora esos desconocidos con los que nos topamos una vez y para siempre. Creo que la cámara cumple esa función de inmortalizar, pero también de dar cuenta de la propia mortalidad, del paso del tiempo, y en ese sentido es también una forma de aceptar la muerte y el olvido. Miles de millones de historias posibles condensadas en la imagen cinematográfica, y también ninguna historia en absoluto, solo el paso del tiempo, modificado por nuestra percepción de lo que vemos, nosotros que somos tan selectivos. Recuerdo una frase de Lost Highway de David Lynch, en la que el protagonista dice algo así como que no tiene una cámara porque prefiere recordar las cosas a su manera. Si bien es fácil dudar de la fe que sentía gente como Bazin sobre la imagen cinematográfica de captar “lo real” objetivamente, como es, solo hace falta volver a esas imágenes que tenemos escondidas en la computadora, gavetas o cámaras, olvidadas casi a propósito, para dar cuenta de que el cine no es solo una muleta de la memoria, sino que su mecanismo permite contrastar nuestros recuerdos con algo que fue real, que es búsqueda de inmortalidad y testimonio del olvido, que es una ventana a otro mundo que fue el nuestro.

¿Nunca han pensado en congelar un momento determinado, y repetirlo como un Loop? ¿O que cada momento de nuestras vida puede ser uno aislado, y que un momento de dolor particular, es uno de dolor eterno, por ejemplo?