Capítulo 46 | Alma sacrificada [Parte 2]

in #spanish6 years ago

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—Samantha. ¡Por amor a Cristo! Te he estado llamando todos estos días y me estaba volviendo loco al no saber nada de ti —articuló con evidente desesperación en su voz. Estaba bastante preocupado por mí—. ¿Qué pasa, mi amor?

Esa voz hizo que de nuevo dudara de mi elección; por esa razón no quería llamarlo, con solo oír esa voz cambiaría de opinión. Hundí mis hombros y observé el fuego. Así como la madera no soportaba el calor del fuego, Keith no soportaría que me despidiera de él por teléfono. Lamí mi labio inferior e introduje un brazo entre mis muslos.
—No quiero despedirme de ti, Keith —respondí al final—, eso sucede.
—Entonces no lo hagas.
—No es tan simple. —Tragué saliva y supliqué a mi corazón no quebrarse de nuevo—. Yo te amo con todo mi corazón, y te necesito tanto como necesito el ballet, pero no es justo darte esperanzas de un futuro en el que no estaré.
—No entiendo, Sam —pronunció él—. ¿No se suponía que nos veríamos luego? ¿Por qué ahora me dices todo esto? ¿Te estás despidiendo de mí porque no volverás?
Cerré los ojos y escuché el sonido de su respiración mezclarse con la madera crujiente dentro de la chimenea. Toqué mis labios con la mano libre y pestañeé tantas veces como me fue posible, para así alejar las lágrimas que escocían mis ojos.
—Así es —afirmé al pestañear para no llorar—. No planeo volver. Y sé que esto acaba con todos los planes que teníamos, pero no podemos vivir en una eterna espera, Keith. Tú tienes tu contrato, tus planes, tus sueños y tu familia aquí. Yo solo soy un capítulo más en el libro de tu vida; una vida a la que tampoco te permitiré renunciar para seguirme cuando esto se vuelva más fuerte y sea inevitable estar separados.
—¿Y yo dónde quedo, Sam? —preguntó bajo un sonido fuerte, similar a lluvia torrencial cayendo sobre el techo de una casa—. ¿Dónde queda lo que yo pienso y decido? ¿Solo tú tienes derecho a decidir lo nuestro? Sé que solo llevamos juntos unos meses, pero esto que siento no tiene sentido del tiempo. A mi corazón no le importa si apenas te conoció ayer o llevamos años siendo algo más que amigos.
Cerré los ojos y sentí cada una de sus palabras como una puñalada en el alma. Me habría vuelto un manojo de nervios de haber estado frente a mí y no a través del teléfono. Primero, porque sus ojos me doblegarían. Segundo, su voz me habría hecho cambiar de parecer algunos segundos. Y tercero, lo habría abrazado y besado hasta que mi cuerpo se cansara de él y mis células tuviesen su nombre grabado.
Lo mejor habría sido subir a ese avión con la duda de si Keith lograría perdonarme por no despedirme de él, y no esa asquerosa ansiedad por acabar todo de una vez, sin anestesia, mientras el corazón aun palpitara. Ambos teníamos el Jesús en los labios, mientras el cielo se caía fuera del edifico. No pensé en nada que no fuésemos nosotros o ese instante de profunda indecisión sobre colgar la llamada o continuar.
—¡Mi jodido corazón te ama, bailarina! —vociferó antes de escuchar cómo su voz se quebraba—. ¿Dime cómo le digo que debo arrancártelo de las manos?
Me levanté y caminé hasta los ventanales. Las luces titilantes de los autos que transitaban por la calle, las farolas que alumbraban a los peatones bajo los paraguas y hasta los edificios al otro lado de Central Park, era un mejor lugar donde estar que dentro del pent-house, con esa extraña sensación en el cuerpo. Keith esperó todo el tiempo que fue necesario para responderle algo, pero ninguna palabra salía de mi boca.
—¿Por qué me haces esto, Samantha? ¿Ya no me amas?
“Ya no me amas”; esa frase era tan cruel como arrancarme las uñas con una pinza. No era justo que después de todo lo que le había dicho, me preguntara si sentía algo por él, cuando lo único que hice en todo ese tiempo fue amarlo. Me marcharía con ese amor tan vivo como un organismo celular, aun cuando conocía los riesgos de quedarme en otro país con el corazón roto. Mi profesión dependía de la felicidad, no del dolor y la tristeza de bailar como si fuese el último baile de toda mi miserable vida.
Inserté mi brazo bajo el otro y toqué mis costillas. Me dolía en demasía la pregunta de Keith, lo que condujo mi interior a lanzar lágrimas a mis ojos. Creí que había soportado mucho tiempo sin derramarlas, aunque me dije a mí misma que no volvería a llorar esa noche. Era como si no me secara y la voz de Keith fuese una especie de ácido que corroía todo mi interior y lo mostraba con mares y mares de lágrimas.
—Eso es muy cruel —pronuncié al derramar una lágrima—. Sabes lo que siento.
—Entonces dímelo frente a frente, no a través de un teléfono.
Cuando las palabras abandonaron su boca, escuché el timbre de la puerta principal sonar. Giré de inmediato y solté un gemido al saber que él estaba del otro lado. Cerré los ojos y me desplomé al suelo. No pensaba abrir la jodida puerta para verlo frente a frente y decirle que no estaba preparada para abandonarlo todo y regresar años después, cuando él quizá tendría a alguien más y su corazón ya no fuese mío.
Todo era muy bonito, pero ambos sabíamos que los primeros amores son efímeros, esos que recuerdas cuando ves a tu hijo en el juego de béisbol y dos adolescentes se besan a través de la reja. Los primeros amores son intensos, apasionados, poderosos e incluso pueden cambiar la vida, pero la mayoría no pasa de unos meses. La inocencia, la falta de conocimiento y las inseguridades, acaban tan pronto como inician.
A nosotros nos separaba algo distinto, pero igual de fuerte que lo que nos unía.
—Ábreme, Samantha —suplicó sollozante—. En nombre de esto, abre la puerta.
Colgué el teléfono y limpié mis mejillas con ambas palmas. Las froté en mis muslos, respiré profundo y me coloqué de pie. No pensé en las consecuencias de abrirle la puerta a Keith, así que crucé la sala con mis pies descalzos y sujeté la manija de metal. Estaba helada, mis pies se congelaban y mi corazón no desaceleraba sus pulsaciones. Si continuaba palpitando con tanta rapidez, explotaría como el átomo del Big Bang.
Bajé la manija de un tirón y abrí con lentitud la enorme puerta, encontrándolo detenido en el umbral, con su cuerpo contra la pared. Estaba empapado, su cabello destilaba agua, el teléfono aún seguía en sus manos y sus labios temblaban. Por sus mejillas corrían lágrimas, sus ojos tenían el contorno rojo y su ropa goteaba líquido. Él relajó el rostro al verme en la puerta, mas no hizo ningún movimiento en falso.
Quité mi cuerpo de la abertura y le indiqué con la mano que pasara. Escuché sus zapatos chapalear el agua que contenían, mientras dejaba las marcas sobre el piso.
—Estás empapado —comenté al cerrar la puerta—. Voy a buscarte una toalla.
—No la necesito. —Sujetó mi codo y me hizo detener frente a él, con su cuerpo helado tan cerca del mío que podía sentir la humedad empapar la parte delantera de mi suéter y del pantalón—. Tú eres lo único que necesito.
Keith insertó sus manos bajo mi cabello y las detuvo en la parte trasera de mi cuello. Escalofríos recorrieron mi piel al sentir la frialdad de sus manos. Sus ojos se clavaron en los míos y en ellos atisbé en grado de dolor que aumentaba en su interior. Keith tragó y de la nada estampó un beso en mis labios. La usurpación fue irrevocablemente placentera, cuando mis manos se ascendieron por sus costados y el beso se intensificó.
Me sentía tan viva estando con él, que todo lo malo desaparecía. Ese beso fue como la medicina que mi cuerpo necesitaba para soportar la enfermedad que en solo días dejaría de encubarse y se expandiría por todo mi organismo. Fue un beso recatado, sin toques más allá de los convencionales, pero en el que dejamos el alma del otro grabada para recordarlo el resto de nuestros días separados de allí en adelante.
Keith reposó su frente en la mía y aspiró algo de oxígeno.
—Sé que prometí tiempo atrás que no te pediría nada, pero estoy en una encrucijada, Samantha, y no sé qué hacer —pronunció al rozar mi nariz y apretar mi cuello con ambas manos—. Lo único en lo que pienso es que te quedes, pero sé lo cruel que sería contigo misma, así que me muerdo la lengua para no pedirte que te quedes conmigo.
—No sabes cuánto quisiera quedarme, pero…
—No es sencillo ni justo —completó al separarse de mí.
Di un paso atrás y abracé mi cuerpo. Él seguía goteando, mi ropa estaba húmeda y el frío comenzaba a hacer estragos. Keith miró la chimenea por encima de mi hombro y, tras sujetar mi mano, me condujo hasta los escalones frente al calor. Frotó sus manos frente al fuego antes de sentarse a mi lado. Las lágrimas ya no empañaban nuestros ojos, pero sentíamos la distancia que provocó mi error y su insistencia.
—Por eso no quería hablar contigo —continué al reacomodar mi cuerpo en los escalones y frotar las palmas para entrar en calor—. ¿Entiendes que esto duele?
—¿Me estás preguntando si duele? —inquirió con una sonrisa irónica en sus labios y la misma dulzura de siempre—. Un disparo dolería menos que esto, Samantha.
Regresé de nuevo la mirada al fuego, pero los dedos de Keith me devolvieron a él.
—¿No pensabas despedirte de mí? ¿Por eso no contestaste ninguna de mis llamadas?
—Mamá me dijo que te llamara, que no merecías esto. —Miraba mis manos antes de ser valiente y mirarlo a los ojos—. Pero, ¿te soy sincera, Keith? No te iba a llamar ni me iba a despedir de ti. Te esquivaría a toda costa para no sentirme así como me siento o herirte por decirte que… en mis planes no esta regresar a Nueva York.
—¿No merecía que te despidieras de mí? ¿Creíste que te amarraría a una cama y te dejaría allí para siempre? —Elevó mi mano derecha y dejó la huella de sus labios impresa en el inverso—. Te amo, maldita sea, Samantha, te amo tanto que me arde el pecho de solo sentir como mi jodido y despotricado corazón late cada segundo por ti, pero tú vida siempre estará por encima de esto. Lo único que deseo es tu felicidad, siempre lo he deseado, aun cuando esa dicha este alejada de mí o de mi alcance.
Conduje su mano hasta el lado izquierdo de mi pecho, donde reposaba el corazón. Era cierto que mis latidos eran demasiado rítmicos, como si estuviese asustada o corriera un maratón a toda velocidad, justo antes de llegar a la meta. Bajé la mirada a su mano bajo la mía, antes de dejarla varada en mí pecho. Keith utilizó su mano derecha para acercarme por la cintura a su cuerpo y apresarme como su persona favorita.
—¿Sientes mi corazón? —pregunté al rozar su nariz con mi dedo y recorrer el lado derecho de su rostro con el mío—. Desde que nos despedimos ese día, no ha vuelto a latir con normalidad. No he dejado de llorar en estos cuatro días, desaparecí de la vida de todos y me enfoqué por completo en mi baile. No quería pensar en ti. Lo lamento.
—Y yo no he hecho otra cosa que pensarte y preguntarme por qué —susurró en mi oído, al desprender su palma de mi pecho y abrazarme—. Te adoro, gomita.
—Te amo, Keith —logré pronunciar—. Te amo demasiado.
—Eso lo sé, bailarina. Y porque me amas de esta manera, quizá era mejor no despedirnos —aseguró al enroscar mi cabello en sus dedos—. No podría haberte visto partir en ese avión y quedarme mirándote alejarte en el aeropuerto. Habría sido una escena demasiado cruel de presenciar. Pero sí quiero despedirme de ti.
Keith se colocó de pie, buscó el teléfono en su bolsillo y lo dejó sostenido de un cuadro de mamá que estaba en la repisa de la chimenea. Buscó algo en el reproductor y una melodía conocida comenzó a sonar. Él limpió sus manos en la parte trasera del pantalón y extendió su palma derecha ante mí, cuando aún sus ojos permanecían secos y los míos no se cansaban de mirarlo por última vez, como si de un fantasma se tratase.
—Una última pieza —articuló con la mano extendida—. Bailemos como en la feria.
Me impulsé con las manos en los muslos y sujeté su mano. Keith disminuyó la intensidad de la luz y reprodujo de nuevo la canción. Sujetó mi mano con la suya y la otra la descansó en mi espalda, mientras la mía reposaba sobre su hombre. Bajo la tenue luz dentro de la sala, comenzamos a movernos por gravedad, en un sutil vaivén de nuestros cuerpos, sin seguir del todo el ritmo de la canción, enfocándonos en el otro.
—Loving and fighting. Accusing, uniting. I can't imagine a world with you gone. The joy and the chaos, the demons we're made of —cantó con esa gruesa voz que amortiguaba sobre mis entreabiertos labios—. I pull you in to feel your heartbeat. Can you hear me screaming "please don't leave me".
—Hold on, I still want you —continué el coro—. Come back, I still need you.
—Let me take your hand, I'll make it right. —Me dio un giro rápido, antes de regresarme a sus brazos—. I swear to love you all my life. Hold on, I still need you.
No existía letra más perfecta para el momento que esa. Era la personificación clásica de un amor desprovisto de buena fortuna, que suplicaba una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para sujetar la mano del ser que amabas y suplicarle que no se marchara de tu lado, mientras le decías que era el amor de tu vida. Esa fue la canción que nos unió la primera vez que bailamos, y sería la que escucharíamos por última vez.
Me acerqué más a Keith y subí mis manos hasta su cuello, donde las entrelacé.
—¿Recuerdas la canción? —preguntó él por curiosidad.
—Fue la que tocaron esa noche en la feria —respondí—. Inolvidable para mí.
—Nuestra canción; algo vieja, pero nuestra.
Nos unimos en la melodía hasta que la canción llegó a su fin, las miradas buscaban algo más que fundirse y el lapso de la despedida llegaba al final. Habíamos retrasado el adiós por mucho tiempo, hasta que fue imperativo separarme de su cuerpo y retroceder un par de pasos. Keith entendió de inmediato el porqué de mi repentina ausencia, mas no comentó nada que pudiese arruinar ese momento por segunda vez esa la noche.
—Tienes que irte —emití al insertar las manos en el pantalón.
—Sí, es lo mejor.
Él quitó la canción y guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta. Usaba la misma chaqueta de militar que portaba la tarde que lo conocí en la tienda. Todo eran recuerdos que dolían como el infierno. Él giró para caminar hacia la puerta, sin un beso de despedida o un último abrazo. ¿De verdad iba a dejarlo ir así, sin decir nada más? Él no pensaba decir la palabra, pero en sus ojos sabía que la pensaba.
Mientras él caminaba al pasillo principal, seguí sus pasos con rapidez.
—No nos digamos adiós —pronuncié, antes que él girara de nuevo y esos hermosos ojos me miraran por última vez—. Veámoslo como un “hasta que nos volvamos a ver”.
Keith soltó un suspiro y rascó la parte trasera de su cabeza. Mis manos estaban apretadas entre ellas y las suyas no encontraban qué sujetar para apaciguar un poco ese desasosiego que sentía. Su cuerpo se movió hacia adelante y hacia atrás, antes de detenerse en un solo lugar y fijar su mirada en mí.
—¿Te confieso algo? —emitió después de frotar su nariz—. Asistir a esa tienda y que me tratasen mal, fue lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Dicho eso y al no tener nada que responder, siguió su camino a la puerta. Era la primera vez que Keith me decía que conocerme de esa manera tan aparatosa era lo mejor que le había pasado. Y por otra parte era impresionante como defender a una persona terminaría una ruptura por un viaje. Recordé cuando comimos espagueti el siguiente día para compensar el que lo defendiera, cuando fuimos al parque, la vez que me asustó en la salida de la academia o nuestro primer beso en la orilla de la playa.
También recordé cuando le comenté sobre Francia, la noche que nos besamos en la feria, cuando visité a sus padres y me coloqué su ropa, la noche en la discoteca cuando bailamos sin cesar y todas las veces que fue al pent-house a ver películas. Nuestra primera vez juntos fue memorable, y quizá habíamos sido algo en otra vida y por eso el amor emanaba de nuestros cuerpos como sudor brota del cuerpo ejercitado.
Lo miré por última vez, empapado, tan cercano a la puerta, que no evité decirlo.
—¡Te amo! —grité al verlo sujetar la manija—. Nunca lo olvides.
Keith abrió la puerta y volteó a verme antes de marcharse. Me mostró la última calurosa sonrisa y miró el techo antes de suspirar y soltar aire.
—Nunca te olvidaré, Samantha —afirmó—, porque yo también te amo.
Él no esperó más dentro del pent-house.
Mi amado vaquero desapareció tan rápido como llegó, y mi corazón con él.

Sort:  

Tan lindo pero tan triste. Que les deparará la vida y Max?

Qué triste pero van a estar juntos si se aman de verdad eso espero pero van a sufrir para lograrlo Aime cuantas cosas tendrán que pasar que nervios

Aime Yajure, estoy llorando 😭😭😭😭😭

Yo sé que Max no tiene nada que ver en esto y que todo este sufrimiento es meramente causado por el destino y las circunstancias.

Y duele demasiado 😢💔

Q triste...pero se volveran a ver...eso espero 😐

Las despedidas son tristes aunque suene trillado, en el caso de Sam y Keith, han intentado crear un recuerdo menos doloroso con la promesa del amor eterno. Se cumplirá o se diluirá en el tiempo?

Oh no no no no me gustan las despedidas es lo mas triste cuando dos presonas se aman solo se que su destino estaba marcado y na habra vuelta atras pobre de keith .......
Mi corazon cada vez se fractura mas no quiero pensar como quedara cuando todo esto termine Aime nesecitare una buena dosis de no se que para recuperarme. 😭😭😭😢😢😢💔

No jodas tengo el corazón nuevamente apretujado, las despedidas son muy tristes pero desafortunadamente hay que seguir los sueños. Si el destino lo desea volverán a estar juntos, de lo contrario tuvieron un hermoso primer amor. Lo mejor de todo fue que ambos fueron valientes para despedirse cara a cara. Lloro y lloro y lloro.....

¡Malaya sea muuujer! 😭😭💔 has roto mi corazón en pedacitos imposibles de recomponer. Obvia lo que dije en el grupo sobre Keith, lo amo :c Sam fue muy valiente, yo a ese hombre lo hubiese agarrado y no lo dejo ir nunca. Me duele como el infierno que se tengan que separar.

Sin embargo, espero con ansias la historia de ellos :c mi hermoso Keith no puede quedar solito :c ellos tienen futuro. La vida es buena, la vida es bonita y tiene que demostrarselos a ellos también.

Mujer no pensé que ponerme al corriente me dejaría el corazón roto, ojos hinchados, congestión nasal y sin ganas de salir de la cama. 😭💔 haz el favor que esta despedida valga la pena, que Sam sea la primera en su promoción de ballet o en su estudio. Porque para algo se esta separando de su gran amor, no por tonterías y para perder el tiempo joder.

Y proclamo que ninguno de los dos tenga pareja hasta que se vuelvan a encontrar, fin.

cruel destino pero se encontraran!...

Ay dios me rompen el corazón

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