Capítulo 43 | Alma sacrificada [Parte 2]

in #spanish6 years ago

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Sentí una patada de caballo en la boca del estómago. Aunque estaba preparado para recibir esa revelación, una parte de mí no creyó que fuera cierto. Le fui fiel a esa mujer por ocho años, y eso recibía de ella: una maldita infidelidad. Esa parte racional quería encontrar entre los cientos de recuerdos, el momento exacto en el que empezó todo. Tuvo que existir un detonante: mis ausencias, mis problemas, su ansiedad. Algo tuvo que desencadenar esa sensación de infidelidad en Skyler. La pregunta era qué.

Alaya desligó sus dedos y tocó la orilla de la mesa con la yema del pulgar. Sentía como mis neuronas chocaban entre ellas y buscaban las preguntas adecuadas para la situación. Era la primera vez que me engañaban sentimentalmente, así que era un sentir distinto a cualquiera antes experimentado. Toqué mi cuello con ambas manos y presioné mi carne hasta sentir dolor. De allí subí los dedos por mi cabello y bajé por la frente.
—¿Hace cuánto? —pregunté—. ¿Hace cuánto me engaña?
—Ocho años —susurró.
Si antes sentía que hervía, allí la olla perdió el seguro.
—¿Ocho años? —repetí y desencajé mi quijada—. ¿Quién es?
—Ezra, yo…
—¡Dime! —grité y batí la mano contra la mesa.
No me importó que los comensales nos observaran o que pensaran que era una pelea doméstica. Nada evitará que destruyera al desgraciado que se metió en mi matrimonio. Y sí, me importaba una mierda si era el presidente. Lo único que me haría sentir bien, era romperle cada jodido hueso de su cuerpo por verme el rostro de imbécil durante ochos malditos años. Mi cuerpo temblaba de la ira y mis dientes comenzaron a sangrar por la presión contra la mandíbula. Alaya no sabía hacia donde mirar. Me temía.
Ella le sonrió al hombre que atendía la cafetería y le susurró que todo estaba bien. Mis ojos no se apartaron de su rostro el lapso que tardó en terminar de contarme lo que sucedía. Sentía el sabor de la sangre en mi boca, la presión en la cabeza por la cantidad de ideas que me golpeaban y ese ardor en la garganta, junto a la comezón en los puños por destruir el rostro del hombre que me arrebató una felicidad que nunca existió.
Cuando sentí que explotaría de nuevo y destruiría la mesa, Alaya respondió.
—Steven —susurró atemorizada—. Steven es el amante de Skyler.
Conocía un solo Steven, así que preguntar si era mi amigo era una estupidez. De entre todos los dolores, ese fue el peor. Me llené de una ira que no sabía que podía existir en mi interior. La persona a la que le confié mi vida, mi carrera, mis problemas, mis secretos y mis miedos, los usó en mi contra para destruirme. Steven era la persona que jamás imaginé me haría algo como eso. Él fue la persona en la que confié cuando decidí abandonar a Nicholas Eastwood. Fue quien me abrió las puertas de su compañía y me enseñó lo que sabía. Steven fue el único amigo que tuve después de Charles.
No lograba reconocer en qué momento mi vida se fue a la mierda. Steven, el mismo Steven que conocía de años, de más de una década, me hizo una bajeza como esa. De haber amado a Skyler, hubiese comprado un rifle y lo atravesaría a balazos. Pero como no la amaba, sentía una jodida desilusión que se comía los recuerdos buenos que alguna vez tuve con él. Me importó una mierda la sociedad o los dieciséis años de amistad.
—Tengo las pruebas. —Alaya hurgó en su bolsillo y extrajo el teléfono. Tocó la pantalla varias veces antes de extenderlo ante mí—. Escucha las conversaciones.
Primero escuché un audio que Skyler le envió, en el que le decía lo emocionada que estaba por quedarse con Steven todo el fin de semana, lo mucho que le encantaba que yo saliera de viaje y la dejara sola. Seguí mirando las conversaciones y llegué a una parte donde le contaba que tenía un retraso. Una de las últimas cosas que le envió fue un video, con la prueba de embarazo y la incógnita de que no sabía de quién era el bebé, aunque se inclinaba más al lado de Steven, ya que yo no la había tocado en días.
Detuve el video, incapaz de seguir torturándome con él. Se lo entregué a Alaya, relamí mis labios y rasqué el borde la mesa con mis uñas.
—Ese bebé no es mío, ¿cierto?
Alaya guardó el teléfono y meneó la cabeza de lado a lado.
—Lo lamento mucho. —Veía el dolor en su mirada y el gran esfuerzo que le tomó contarme la verdad. No era sencillo colocarme por encima de su hermana, de la niña de los ojos de su padre—. Sé que debí contarte antes, cuando me enteré… Yo siempre le dije a Skyler que te contara la verdad, y ella me aseguró que pronto lo haría. Y ya vez, no hizo nada. Hace cuatro años me enteré, cuando los descubrí en… tu casa.
¿Qué más daba que lo hicieran en mi casa? Me habían engañado, y esa era la peor parte. Lo que sí me asqueaba era imaginar que ella gimió con él en las mismas sábanas que lo hacía conmigo. Del tirón me levanté y volteé los saleros en la mesa. Alaya reacomodó el servilletero y recogió la sal. No podía pensar con claridad, cuando la ira que sentía no me lo permitía. Skyler me reclamó tocarle la mejilla a Andrea bajo la lluvia, cuando ella se revolcaba como una zorra con mi mejor amigo.
Alaya se colocó de pie y rodeó la mesa. Extendió su brazo para tocarme el hombro, pero antes de colocar sus manos sobre mi chaqueta, retrocedió. Ella alisó su uniforme y guardó las manos en los bolsillos delanteros de su franela.
—Ezra, por favor, prométeme que no cometerás una locura.
Promesas. Estaba harto de fingir prometer cosas que no cumpliría. Lo único que le podía prometer, era que dejaría a Steven vivo para que rindiera cuenta por sus actos, mas no sería tan fácil como él pensaba. Tampoco le prometería que tendría piedad con Skyler, cuando lo único en lo que pensaba era causarle el mismo daño que ella hizo en mí. No me dolía porque la amara, sino porque se burló de mí en mi rostro.
Di un paso adelante y rocé la mejilla de Alaya con mis labios. Le agradecía contarme todo de esa forma tan neutral. Ella no se colocó en los zapatos de Skyler ni en los míos, aunque vivió en carne propia una infidelidad similar. Ese eslabón caído en su vida, fue uno que quitó y reemplazó. Alaya me enseñó que cada situación era una prueba, y cada prueba sucedía por una razón. Al instante no entendemos que las pruebas se hacen para probar qué tan fuerte y si vale o no la pena llegar al final.
—Gracias, Alaya.
Franqueé a su lado y salí del hospital. Tenía tanta ira, que no sentía el frío exterior. Subí a la camioneta y manejé al único lugar que podría quitarme un poco la ira que sentía. Omití los semáforos en rojo, los transeúntes o esa densa capa de nieve que cubría todo el camino. Las personas se resguardaban en sus casas en épocas de nevadas, para evitar accidentes o conservar sus dedos. Yo en cambio, quería quebrarme los míos en el rostro de alguien más. Estacioné, bajé y evité saludar a los empleados.
Pulsé el ascensor y no descendió tan rápido como quería, así que subí trotando las escaleras. En el piso de las oficinas gerenciales, respiré ese aire atestado al perfume de la secretaria y una vela aromática de vainilla que me asqueaba. Ella tenía la mirada en el computador cuando arribé al piso, soné los tacones de las botas contra el suelo y di grandes zancadas a la puerta de Steven. Las oficinas eran de vidrio transparente, así que lo noté detrás del escritorio, con el teléfono en el oído y la espalda relajada.
Si era posible, mi sangre hirvió aún más. La secretaria se colocó de pie y salió de su escritorio con el sonar de sus tacones cortando el silencio.
—Sr. Wilde. El Sr. Rothman esta ocupado con una llamada.
—No tardaré —pronuncié antes de sujetar la manija y abrir la puerta de cristal.
Steven elevó la mirada de unos documentos que revisaba y elevó su dedo índice para que esperara a que terminara. Apreté mi puño derecho y escaneé el escritorio. La foto de su esposa seguía adornando la esquina derecha, junto a una más pequeña donde aparecían los dos con el bebé. Me atesté de ira al recordar a Naomi y notar lo idiotas que fuimos por todos esos años. Ella no merecía que la engañaran así.
No soporté la iracundia que sentía. Caminé a su escritorio cuando él terminó la llamada y me detuve a su lado, con el ceño fruncido y los puños apretados. Él colocó el teléfono sobre el escritorio y se colocó de pie.
—Ezra. ¡Qué sorpresa! ¿Cómo esta el bebé?
Cuando Steven alzó uno de sus brazos para abrazarme, descargué mi puño derecho en su rostro. Él se dobló hacia atrás y se sujetó del escritorio. Trastabilló y tocó su rostro, con los ojos abiertos de sorpresa y los labios despegados. Antes de que lograra colocarse de pie, arrecié otro puño en su rostro, del mismo lado. Escuché el impacto de mis nudillos contra su carne y el sollozo que él dejó escapar por el abrasivo dolor.
—¡Eres un maldito desgraciado! —vociferé entre dientes—. ¡¿Con Skyler?!
Steven retrocedió y se llevó los documentos y las fotos con su brazo derecho. No sabía de dónde sujetarse o esconderse de mi venganza. Caminé paso a paso, a medida que el retrocedía por miedo. Escuché sus cosas caer al suelo, mientras mis ojos se clavaron en los suyos y atisbé un alto grado de miedo en su mirada. Cuando el escritorio terminó, quedó desamparado en la oficina, sin nada a lo que sostenerse.
—Ezra, espera —suplicó y alzó la mano—. No es lo que tú piensas.
¿Y aún quería con las pruebas quería mentirme? Steven elevó las palmas para que tuviese clemencia con él. ¿Y cuál de ellos tuvo clemencia conmigo? ¿Creían que su mentirita les duraría toda la vida? ¿Que el pobre idiota no lo notaría nunca? No sentía amor hacia ellos, ni siquiera un gramo. Lo que mi interior gritaba era la palabra venganza una y otra vez, junto a un grito desamparado de justicia.
Di una gran zancada y arrecié otro puño en su rostro, seguido de un par de más. El rostro de Steven se contorsionó de dolor y sus piernas flaquearon. Sujeté sus hombros con ambas manos y estampé mi rodilla en su estómago. Lo doblé de dolor. Él cayó de rodillas al suelo, como un tentado pidiendo la liberación de sus pecados. De rodillas, golpeé de nuevo su rostro y sentí un crujir en mis dedos.
Un rojo prominente se formó en su pómulo izquierdo, a medida que mis puños lo golpeaban sin descanso. Di un paso atrás para tomar fuerzas, momento que él aprovechó para intentar colocarse de pie. No le di oportunidad. Levanté mi pierna derecha hacia atrás y estampé con más fuerza mi rodilla contra sus costillas. El ardor me abrazó la piel y un dolor se propagó por mi hueso. Me convertí en un animal.
Steven soltó un quejido y encorvó su espalda. Era impresionante la fuerza que sentía expandirse por mis extremidades y la agresión que nunca antes experimenté. Sí peleé años atrás, en prisión, en Charleston, pero siempre fue para defenderme de las personas que buscaban herirme. Esa fue por pura ira y deseo de venganza. Steven ni siquiera se defendía. No le interesaba pelear conmigo. Dejó que lo moliera a golpes.
Cuando recobré fuerzas, me impulsé para atestar otro golpe contra su pómulo herido y él detuvo mi puño en el aire. Su fuerza doblaba la mía, pero me sentía demasiado enérgico como para detenerme. Impulsé de nuevo mi pierna, pero esa vez estampé la punta de la bota en su rostro. Steven cayó de espaldas al suelo, con los brazos abiertos y un hilo de sangre manando de su nariz. Di un paso adelante y me levanté sobre su cuerpo. Agarré su chaqueta con ambas manos y lo coloqué de pie.
—¿Por qué con ella? ¿No había más mujeres que pudieras cogerte?
—Yo… —tartamudeó, con sangre en su boca—. No sé qué decirte.
—No hace falta.
Caminé con su chaqueta entre mis manos y lo estampé contra la mesa de alcohol. Steven patinó por el suelo y cayó de bruces contra las copas y las botellas. La mesa se quebró bajo su peso y los vidrios se clavaron en su piel. Me mantuve de pie, con los puños apretados y una furia que no cesaba. Steven se removió entre el licor y los trozos de vidrio. Su ropa se rasgó en varios lugares y su rostro era una máscara de sangre.
Sus piernas flaquearon cuando intentó colocarse de pie y sus manos temblaban. Su labio superior se rompió de una forma horripilante, su frente se rasgó en varios lugares por los vidrios y la corbata se colgó de un lado. Era un desparpajo de hombre, reducido a nada. Él se dobló y elevó la mano temblorosa en mi dirección. De su boca brotaban gemidos de dolor y un sentimiento que podía catalogarse como arrepentimiento.
—Ella es la mujer… de la que te hablé cuando fui a…. verte en la cárcel.
—Y aun así me la presentaste cuatro años después… como una amiga.
—Éramos amigos —gritó por encima de mi voz, al sujetarse de sus rodillas y doblar el rostro—. Volvimos a estar juntos después que ustedes se conocieron.
—¡Y por eso me mentiste! —vociferé a todo pulmón.
Di grandes zancadas a su lugar y lo cogí de la corbata. No sabía de dónde sacaba tantas ideas, pero agradecí tenerlas. Lo arrastré como a un perro a la puerta adyacente, la pateé con todas mis fuerzas, abrí la llave del lavado y arrojé su cabeza dentro del mismo. Lo mantuve presionado a medida que al agua subía y cubría su cabeza. Él se removió entre mis manos, cuando tiré de su cabello para mantenerlo ahogándose.
—¡Maldito, maldito, maldito! —Con cada retorcijón fue un maldito que brotaba de mi boca, junto a una cantidad menos de oxígeno para él—. ¡Púdrete en el infierno!
Saqué su cabeza y batí su frente contra la orilla de la cerámica. Escuché los huesos de su rostro crujir, antes de soltarlo y dejarlo desplomarse al suelo. Una huella sangrienta adornó la cerámica blanca y un Steven doblado de dolor se tiró en el suelo, sobre el agua que se derramó. Esa vez no tuve clemencia para que recobrara energías. Estampé el filo de la bota en sus costillas y estómago, mientras él cubría su rostro.
—¡Te cogiste a mi esposa durante ocho años! ¡Ocho!
—No queríamos… —masculló sollozante—. Ezra, por favor. Tú no eres así.
—¡¿Ahora si recuerdas que existo?! —Le propiné una patada en el rostro cuando quitó sus brazos y cayó de espaldas contra la pared—. Eres una maldita escoria.
Él lloraba, no sabía si de dolor por los golpes o de arrepentimiento. Gimoteaba, con la espalda pegada a la pared y un hilo de sangre saliendo de su boca. Su frente no tenía lugar sano, sus labios se rompieron, sus dientes eran un mar de sangre y los pómulos cambiaban a un morado oscuro. Él tocó su labio inferior con la punta de sus dedos y arrugó los ojos. Sus manos temblaban como un paciente de Parkinson.
—No quería que sucediera así.
—¿No querías? —Di un paso hacia adelante y presioné su pecho con mi bota, hasta que él soltó un alarido de dolor—. ¿Tu pene se equivocó? No me salgas con mentiras. Eras consciente de lo que hacías, del engaño… Ahora todo tiene sentido. Por eso te emocionabas cuando salía de la ciudad. En cuanto me marchaba, te cogías a mi esposa.
Quité la bota y usé un trozo de cristal que aún tenía en la chaqueta para causar más dolor. Rasgué lo poco que quedaba de su camisa y deslicé el vidrio por su estómago hasta llegar a su ombligo. Bajé un poco más y comencé a pulsar su piel con el filo. Steven no apartó la mirada de mí y lo que hacía con el trozo de vidrio.
—Yo quise decirte…
—¡¿Qué me ibas a decir?! —Hundí el vidrio—. Eres un maldito. ¡Te maldigo!
Me quité de su cuerpo y di grandes zancadas afuera. El lugar quedó revuelto, con vidrios por todas partes, documentos en el suelo y gotas de sangre en el suelo. Hundí mis dedos en el cabello y pateé el escritorio. Arrecié con el resto de los documentos y lancé su teléfono contra la pared. Creí que nunca me calmaría, que me llenaba y rebosaba de ira. Me deslicé por la pared y me senté en el suelo, con las piernas arriba.
Acaba de darle una paliza al único amigo que tenía. ¿En qué clase de persona me convertí? Miré mis nudillos y la carne que se veía en ellos. Rompí mi piel y mi sangre se mezclaba con la de Steven. Tenía las manos amoratadas y un dolor en la rodilla, pero ninguno se comparaba al malestar tan profundo que sentía en el pecho. ¿Por qué se burlaron de esa forma de mí? ¿La vida de unos era más importante que la de otros? Yo valía lo mismo que ellos… ¡No! Valía más que ellos. Tenía honradez.
—Somos amigos —escuché una casi inaudible voz.
—¡¿Amigos?! —Me coloqué de pie y lo encontré recostado al umbral del baño, con un brazo rodeando su estómago y sangre en su ropa—. ¡Un amigo no hace esto!
Di grandes zancadas de nuevo hacia él y lo arrastré hasta el escritorio. Steven cayó de espaldas y cerró los ojos. Alcé mi puño para estamparle más golpes. Él no se restiró a ninguno de ellos. Cuando estuve a punto de noquearlo, detuve mi mano en lo alto y observé el nudo de su ropa que tenía apretado entre mis dedos. Steven quería que lo matara para no rendirle cuentas a Naomi. Pensé en Andrea y en que no era un asesino.
Solté su ropa y di un paso atrás. Steven escupió un hilo de sangre y la saliva sangrienta quedó colgando de su labio inferior. No entendía por qué me detuve o qué esperaba para matarlo; esa era la pregunta que todos afuera se hacían, cuando giré y observé a los empleados mirando el espectáculo a través del cristal. Regresé la mirada a Steven y noté la ausencia de uno de sus dientes, junto a un trozo de su oreja derecha.
—Tienes suerte que no te mate. —Lo señalé—. Agradece que no sea asesino.
Por un instante caí en cuenta del lugar donde estaba y las personas que me observaban como a un monstruo. Vi el nombre de Steven en la puerta, en los trozos de reconocimientos que yacían quebrados en el suelo y en esa unión que tuvimos años atrás. Una década, juntos, se vino abajo cuando él acabó con mi vida social. Tenía los cuernos que rozaban la estratósfera y el nombre de cabrón tatuado en la frente.
Cuando me acerqué a la salida, los empleados se dispersaron y la secretaria volvió a su silla. En parte era buena señal que me temieran. Antes de sujetar la manija de la puerta o derribarla a patadas, —aún no estaba seguro—, miré atrás una vez más y observé mi obra de arte. Al ver las heridas en el cuerpo de Steven y esa sacristía que tenía con ellos caer al suelo y romperse, me sentía mejor conmigo mismo
—Haz con tu sociedad lo que te dé la maldita gana. Cógete a Skyler cada vez que te de la puta gana, pero dile a Naomi que tendrás un hijo con tu amante. Dile, o yo lo haré, y no seré tan piadoso como lo hicieron conmigo. —Señalé las heridas en su cuerpo y la oficina—. No mereces un hijo suyo. ¡Ella no merece una escoria de mierda como tú!
Retrocedí y sujeté la manija.
—¡Yo amo a mi esposa! —vociferó entre quejidos.
—Tienes suerte que no amo la mía —emití de espaldas, con la mano en la puerta y una liberación en mi interior—. Te regalo a Skyler en bandeja de plata.
Bajé en el ascensor y subí a la camioneta. Con suerte, esa sería la última vez que pisaría la compañía. Le diría a mi abogado que rompiera la sociedad y reclamara mi parte de las acciones. No quería volver a ver a Steven el resto de mi vida, ni siquiera por equivocación. Subí a la camioneta y conduje despacio. No sentía tanta ira como al principio, pero aún me quedaba una persona por confrontar.
Estacioné en la calle, junto al buzón y un abeto que Skyler le compró a un jardinero de Carolina del Norte. No guardé el auto en el garaje. Lo necesitaría pronto. Abrí la puerta de la casa y la azoté contra los goznes. Escaneé el lugar en busca de Skyler. La encontré en la habitación, entre las sábanas, con un libro de maternidad en sus manos. Ella bajó el libro al verme llegar, bajó de la cama y hundió los pies en las pantuflas.
—¿Qué te pasó en los nudillos? —preguntó y elevó su mano.
—¡No me toques! —pronuncié fuerte—. No quiero que me toques nunca más.
—¿Qué pasó?
Dibujé una sonrisa en mis labios y caminé a la cómoda. Me sostuve de la orilla y apreté la madera. Me susurré que debía controlarme con ella. Era una mujer y yo no golpeaba mujeres. Skyler estaba embarazada, y aunque esa criatura no era mía, tenía respeto hacia ese niño; era la única persona inocente de todo ese enredo. Skyler dio un paso adelante y repitió la pregunta. ¿Se podía alcanzar un grado mayor de descaro?
—No te hagas la inocente conmigo, Skyler —articulé con la mirada en el espejo y el hombre que se reflejaba—. Tu carita de niñita dolida, me importa una mierda.
—No entiendo. —Aunque mintió, dio un paso atrás—. ¿Qué pasó? ¿De qué hablas?
—¿Es en serio? ¿Todavía mantendrás la mentira? —Me erguí y arrastré los perfumes con mi mano derecha. Ella tocó su pecho con ambas manos y soltó un gritillo por lo bajo, opacado por el estridente sonido de los vidrios en el suelo—. ¿Qué otra cosa me vas a inventar ahora? ¿Qué mentiras más dirás para librarte de esto?
—Yo no…
Caminé hasta ella y Skyler recostó su espalda de la pared.
—¡Que no me mientas, maldita sea! —grité y ella tembló. Debía sentirme mal por gritarle de esa manera, pero no lograba encontrar un grado de cariño en mi interior. Lo único que podía sentir por ella era un alto grado de asco y desprecio—. ¿Qué clase de mujer eres al mentirme sobre un maldito niño? Me hiciste creer que eso que llevas dentro era mío, cuando te cogiste a mi mejor… a Steven y tuviste un hijo de él.
—Yo lo.
—¿Lo lamentas? ¡Dime qué arreglo con una lamentación! —Golpeé la pared detrás de ella y dejé la huella de mis sangrantes nudillos—. ¿Por qué no me dijiste la verdad? ¿Por qué engañarme por ocho años? ¿No merecía sinceridad?
Ella derramó lágrimas de miedo. La conocía lo suficiente para reconocer sus lágrimas. Skyler no era una mujer que llorara, por lo que resultaba sencillo descifrar sus sentimientos. La noche anterior lloró de ira hacia mí, por contarle la verdad. En ese momento, bajo mis brazos y con mi penetrante mirada sobre ella, lloraba de miedo al no saber qué haría. Al parecer Skyler no me conocía. Sería incapaz de golpearla.
—Me entregué a ti por todos estos años. Fui fiel, un buen esposo, no te mentí, y tú me agradeces con una infidelidad de casi una década. —Golpeé de nuevo la pared y ella sollozó por la bajo, seguido de un mar de lágrimas—. ¿En qué estabas pensando?
Skyler abrió sus ojos y relamió sus labios. Nuestros rostros estaban a centímetros. Un movimiento en falso y terminaría besándome. Ella tragó saliva y empujó mi pecho con sus manos. Solté la pared y retrocedí. Skyler limpió las lágrimas en su mejilla, bajó la mirada a los cristales en el suelo y la elevó para estudiarme mejor. Cuando creí que soltaría a llorar, socavó una carcajada que me sacó de trance. ¿Por qué se reía?
—Tú nunca me amaste como la amas a ella —emitió y señaló—. ¡Ayer me dijiste!
—Agradezco habértelo dicho. Ahora me siento menos basura. —Socavé una carcajada como la suya y terminé de rociar mi veneno contra ella—. Me acosté con esa mujer más de diez veces en esos días, y fueron los mejores de mi vida. Luego apareces y lo arruinas todo con más mentiras. ¿Cuánto creíste que duraría tu farsa?
—Más que esto —comentó sin problemas.
—¿Ocho años te parecen poco?
Ella no comentó nada más. Di un paso atrás y gire sobre mis talones. Busqué dos maletas grandes, quité la ropa del colgador y lancé todo como cayera, sin doblarlo, sin importarme que la ropa se ensuciara con los zapatos. Me agaché para recoger una caja de herramientas, caminé al baño a buscar el cepillo y los artículos personales. Una vez que la primera maleta se llenó, abrí la otra y atesté hasta el cierre.
Skyler permanecía con las manos en su regazo y un rostro de constipación. Cuando bajé las maletas de la cama y saqué la manija, Skyler dio grandes zancadas hasta mí y me sujetó por el codo. Sentía miedo de quedarse sola, sin nadie. Steven no pensaba hacerse cargo de ese niño para mantener su mampara de matrimonio, así que Skyler pensó: “vamos a metérselo al idiota de Ezra. Él me ama, se lo creerá todo”.
—Ezra, espera —suplicó con lágrimas en sus ojos.
—Suéltame. —Sin pensarlo empujé su cuerpo—. Dije que me soltaras.
Ella cayó de lado sobre la cama. Un puntazo me atravesó. Era la primera vez que empujaba a una mujer por ira, y no me sentía bien con ello. El problema fue que si me ablandaba con ella me suplicaría, y aunque no accedería, sería ver a Skyler demasiado rebajada. La odiaba con todo mí ser, sin embargo no deseaba que sufriera lo que yo sufrí. No era la clase de hombre que deseaba males. El destino se encargaría de ello.
—¿A dónde vas? —inquirí sobre la cama—. No tienes donde vivir.
—Sí tengo.
—¿Con ella? ¿Por qué no me extraña?
Sujeté las maletas y salí a la entrada. Abrí el auto y arrojé las maletas dentro. Skyler salió bajo la nevada a suplicarme que la perdonara. La observé una última vez. Vislumbré a la hermosa mujer con la que me casé y la horrible de la que me divorciaría. Por más que ese rostro fuese hermoso, no todo era la belleza exterior.
—Suplícale a Naomi. Que ella te perdone. —Bajé la mirada y observé el aro dorado en mi dedo anular. Del tirón me lo quité y lo coloqué en su mano—. Eres libre.
Subí a la camioneta y cerré la puerta. Skyler caminó de lado a lado, con las manos hundidas en su cabello. Cuando encendí el motor, ella tocó el vidrio hasta que lo bajé.
—¿Qué pasará con el bebé? —inquirió preocupada.
—Ese es tú problema —articulé antes de subirlo y arrancar el auto.
Cerré los ojos y respiré paz. Ver mi dedo libre de anillo fue lo mejor que me ocurrió en mucho tiempo. ¡Era libre, maldición! Sonreí y tracé mi destino. Nada evitaría que encontrara a mi taheña y selláramos para siempre nuestro destino.

Sort:  

Aunque nadie esperaba una reacción tan violenta por parte de Ezra Steven se tenia merecida la golpiza que Ezra le dio, no superare lo del vidrio jamas te juro demasiado violento nuestro chico no era así, es en este momento donde en verdad uno siente que cuando le han mentido, engañado y burlado de todas las maneras posibles y ni siquiera sospechabas te encegueces. ahora quiero ver la reacción de Naomi que hará se ira? separara a Steven de su hijo? y en verdad Alaya una gran amiga poner a Ezra por encima de su hermana, sangre de su sangre que se demoro en confesarle a Ezra la verdad si no es justo pero pues ella no tiene culpa de nada solo de tener una hermana zorra.

Bueno :v me ha traumatizado la parte del vidrio (creo que era vidrio ._.) tuve que leer dos veces para saber que no estaba alucinando jajajajajja pero estaba buenísimo :3 me encantó que se desquitara, que se cobrara todo el daño que le han hecho. Me gustó que no se dejara manipular, me gustó que se fuera, me gustó que al fin pensara en él y no es la zorra regalada de Skyler.

Al fin podrán estar juntos, al fin aunque sea por un corto período de tiempo :3 (sí sí ya sé, soy toda una bipolar :v en el capítulo de Andrea pensé que era una buena decisión que permanecieran juntos pero al diablo con eso :3 yo los amooooooo, solo que me hacía la dura para no sufrir 😏) cuando llegue y Andrea lo reciba no me imagino la felicidad de ambos :3

Lo que hizo Ezra con Steven es aceptable, es como dicen aquí "si así es de amigo, ¿como será de enemigo?" sape gato chama, de lejitos con esos dos.

Cuanto mas dolor se podra soportar pero mas que eso Erza salio herido su orgullo mas que su amor y bien me alegro el rumbo que va tomando esta historia.y lo dije todo cae por su propio peso .🙄

Emoción, emoción, emoción...

*Inserte grito súper fangirl

¡¡¡Aimeee!!! Lo amé 😍 Disfruté cada golpe dado y cada palabra dicha a ese par. No sé por qué me sigue sorprendiendo el descaro de Skyler, pero bueno.
Yajureeeeeee, esto se está poniendo más bueno que los tacos.

Brinco, brinco, brinco (°u°)/

Ahora me voy al búnker a atender las costillas rotas y el rostro sangrante de Steven, a Ezra dejaré que los nudillos se los cure Andrea porque lo merecen... Mientras mi bello Max reaparece con sus maldades dignas de un demonio :3

Me encantó ❤

Que capitulo por Dios!!!! Ahora Skyler pagará toda su maldad... ojalá Andrea se entere cuanto antes toda la verdad. Cuanta satisfaccion me dio este capitulo 😃😃😃 gracias Aime

Siiiiii 👏🏽🙌🏽👏🏽🙌🏽

deseo concedido.... buen capitulo gracias!....
aunque las cosas no swran faciles seguira el curso....

Bravo...bravisimo.
En realidad estupendo capitulo
Cada parrafo mejor que el anterior

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¡Diosssssssssssssss! Imagina mi cara, frente a la pc, leyendo e idealizando la pelea con Steven, la discusión con Skyperra... Sentí una paz en mi interior. Mi pobre Ezra no merecía tanto dolor.

"Nada evitaría que encontrara a mi taheña". ¡Lo amé!

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