28 | Steven [Alma sacrificada]

in #spanish6 years ago (edited)

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[Imagen tomada del libro]

Escuchar los gritos de mi esposa en labor de parto era algo que no deseé escuchar nunca más en mi vida. Y no, no era como si la estuviesen matando. Era igual a un perro cuando le quiebran una pata. Era el estridente sonido de su voz en casa contracción, las gotas de sudor que salpicaban su rostro, la opresión de los dientes cuando pujaba y la fuerza tan descomunal que ejerció sobre una de mis inocentes manos. El doctor repetía una y otra vez que respirara por la nariz y soltara el dióxido por la boca, antes de pujar una vez más. Sus piernas estaban abiertas, solo un poco cubiertas por una sábana azul. Todos los que llenábamos el pequeño cuarto de la clínica teníamos cubiertas las cabezas, un tapaboca para evitar la contaminación, guantes, cubre zapatos y batas hospitalarias que llegaban hasta el suelo. Todo debía estar esterilizado. Naomi comenzó a sentirse mal pasada la medianoche del cinco de diciembre. Comenzó a sentir dolores en la zona baja de la espalda y su fuente se rompió al buscar un suéter para el frío. Mantuvimos la calma al tiempo que buscaba un pantalón de algodón para ella y subía la maleta al auto. Ella respiró con calma todo el camino al hospital, pero los primeros dolores comenzaron segundos antes de aparcar el auto. Corrí a la entrada y pedí una silla de ruedas para ella. Las enfermeras emergieron de inmediato y la llevaron a una habitación. Allí permanecimos diez horas. El dolor se calmaba un poco cuando masticaba trozos de hielo, limpiaba el sudor que corría por su rostro o sobaba su espalda. No tenía comodidad en ninguna parte. Me decía que era el dolor más grande nunca antes experimentado, ni cuando sufrió de peritonitis. El doctor entró varias veces esa noche a la habitación y revisaba los centímetros de dilatación. Siempre estábamos esperanzados cuando el doctor cruzaba el umbral de la puerta, pero al revisar y decirnos que solo tenía dos o tres centímetros de dilatación, las esperanzas volvían a caer al suelo. Naomi no soportaba el dolor que le producían las contracciones. Y me causaba un dolor aún más grande a mí por no poderla ayudar.

—¿Ya has pensado en un nombre? —le pregunté para hacerle olvidar el dolor que se acrecentaba cada segundo más—. Yo estaba pensando en Dawson. Me gusta mucho.
Ella estaba de lado en la cama, cansada. Sus ojitos se mantenían abiertos, el cabello azabache que caía sobre su frente se pegaba a su lustrosa piel y sus manos se aferraban a la almohada de la cama. Ella cerró los ojos unos segundos, cuando el dolor menguaba un poco. Masticaba un pequeño trozo de hielo y apretaba la tela de la almohada.
—Es un buen nombre —afirmó al final, con el dibujó superficial de una sonrisa. Extrañé su risa durante todas esas horas. Su felicidad cambió al entrar en labor, pero su emoción seguía tan latente como las contracciones de su vientre.
—¿De verdad?
Asintió. Justo allí, después de pasar toda la noche sentado en una silla junto a su cama, sentí el boyante amor en mi pecho. Había ganado esa batalla sobre el nombre del bebé después de ocho meses de mala racha. Quería sentirme orgulloso de colocarle el nombre de mi primogénito, pero con el consentimiento de su madre. No me habría perdonado tomar una decisión tan importante como esa sin su apoyo.
Poco tiempo después de eso, al levantarme y depositar un beso en su frente, el doctor entró de nuevo a la habitación, revisó su dilatación y nos indicó que estaba lista para tener el bebé. La llevaron en una silla de ruedas hasta la sala de partos. La colocaron en una cama con una especie de pedazos de metal en las zonas inferiores de la misma, donde debía insertar sus piernas. Al parecer era para que no las cerrara.
De allí en adelante el dolor se tornó cada segundo más incontrolable. Las enfermeras le indicaban que debía pujar con mayor fuerza o el bebé comenzaría a ahogarse por la falta de oxígeno. Ella se aferró a mi brazo derecho izquierdo con todas sus fuerzas. De hecho, creía que hasta yo pujaba para ayudarla. El doctor le decía que tomara un descanso de segundos, en los que podía secarse el sudor o recostar la cabeza en la cama.
Cuando el doctor vociferó que podía ver su cabecita, mi corazón palpitó con demasiada rapidez. Estaba tan cerca de poder tocarlo que la emoción no cabía en mi pecho. Habíamos esperado pacientemente por lo que pareció una eternidad tener al bebé en nuestros brazos y poder colocarle un rostro al nombre elegido. Naomi inhaló una gran cantidad de aire cuando el doctor indicó que debía pujar con más fuerza.
Apretó sus dientes con todas sus fuerzas y dejó marcada el agarre de su mano en mi brazo. Sabía que el momento que tanto esperamos había llegado. El doctor no dejaba de decir que el bebé estaba a punto de salir, mientras Naomi pujaba con todas sus energías. Al final, cuando sintió la expulsión total, el doctor sujetó la masa de carne rosa recién nacida y comentó en gran voz que era un hermoso varón.
Él le pidió a una de las enfermeras que le entregara unas tijeras para cortar el cordón umbilical. Había un total de cinco personas en ese lugar, seis con nuestro bebé. Pero cada uno de nosotros tenía algo diferente que hacer. El doctor supervisaba todo el parto por él mismo, las enfermeras le pasaban todo lo que él pedía y limpiaban el sudor de su frente. Naomi traía al bebé y yo solo era un espectador en todo ese espectáculo.
Ella recostó de inmediato su cabeza en la cama cuando el bebé salió de su interior. El doctor se lo entregó a la enfermera que lo condujo a una mesa especial en la esquina derecha de la habitación, aspiró sus pulmones y escuché por primera vez la voz de mi bebé al soltar su apretado llanto de bienvenida. Lo limpiaron un poco y envolvieron en una manta de algodón, antes de caminar de regreso a nosotros y entregárnoslo.
—Felicidades —articuló la enfermera—. Son padres.
Naomi soltó una lágrima cuando la enfermera colocó al bebé en sus brazos y comentó que éramos dichosos de tener un varón. Él tenía los ojos cerrados, un escaso y menudo cabello negro, una piel tan suave y rosa como las mejillas de Naomi y unas manitas tan pequeñas que apretaba como si sostuviese algo. Besé con fuerza la frente de mi esposa y la felicité por cuidar tan bien de nuestro bebé.
Ella debía ser suturada y limpiada antes de llevarla a la habitación de reposo. La enfermera nos comentó que le bebé debía ser estudiado antes de llevarlo a nuestra habitación. Tenían que medirlo, pesarlo, hacerle la prueba del talón y limpiarlo mejor. Naomi no quería despegarse de él, ni cuando la enfermera lo retiró de nuestras manos. De hecho, ninguno de los dos quería despegarse de él, aún menos cuando lo cargué.
Pesaba tan poco, era tan frágil y pequeño que tuve miedo de dejarlo caer o no sostenerlo como era debido. Había leído mucho sobre cómo ser un buen padre, pero la mejor escuela siempre ha sido la vida. Con él aprendería lo que en verdad significaba ser un buen padre. Íbamos a cometer errores, todos los cometen, pero aprenderíamos juntos como era el hermoso y borrascoso camino de la paternidad.
Naomi, antes que la enfermera se llevara al bebé, me preguntó si quería cargarlo. Lo sostuve como la parte más preciada de mi vida. Era una carga valiosa que no pensaba descuidar ni un segundo del día. Él estaba tan rosadito que provocaba morderle las mejillas o solo recostarse en su piel para sentir la suavidad. Era una preciosura de revista; aunque también podía ser los ojos del cariño que lo hacían parecer más bello.
—Bienvenido al mundo, Dawson —susurré tan suave como la respiración.
Lo mecí en mis brazos por primera vez, antes que la enfermera lo arrebatara de mis manos. Dejé que se lo llevaran y curaran a mi esposa. Me indicaron donde podía depositar la vestimenta utilizada. Dejé todo en un inmenso recipiente de color azul, el cual era vaciado cada tiempo promedio. De nuevo regresé a la habitación y esperé que Naomi volviera a descansar. Me recosté en el mullido sillón pegado a la pared, justo frente a su cama y cerré los ojos unos segundos antes que la puerta se abriera.
Los enfermeros la colocaron en la cama, reacomodaron su almohada, insertaron tratamiento en su vena para estabilizarle algo que tenía bajo y nos dejaron solos. Ella estaba tan cansada que sus ojitos se cerraban solos. Sonreí un poco al acercarme a la cama, arrastrar la silla que adornaba junto a una mesa de madera junto a la ventana me senté a su lado. Naomi extendió una de sus manos para que la sujetara entre la mía.
—Estoy cansada —susurró con los ojitos cerrados.
—Descansa. —Besé su frente al tiempo que cerraba los ojos—. Estaré aquí.
Le habían colocado un calmante para el dolor, mientras el bebé era examinado. Solo serían un par de minutos de sueño, porque en cuanto el bebé cruzara la puerta, tendría que amamantarlo. La observé dormir con tanto placer que quise ser ella por esos minutos y poder descansar. Pero al pensar en todo lo que pasó para llegar a ese momento, se me quitaron las ganas de ser mujer automáticamente.
Con su mano entre la mía, tanteé el teléfono en uno de los bolsillos del pantalón. Me costó extraerlo de mi muslo derecho con la mano izquierda. Naomi permanecía con los ojos cerrados, su respiración constante y el cabello sobre su mejilla. Estaba suelto sobre la almohada, derrapándose sobre el trozo de tela azul. Aun después de medio día de parto, seguía luciendo igual de hermosa que la mujer con la cual me casé.
Bajé la mirada al teléfono y marqué el número de Ezra. Era la primera persona con la cual quería hablar en ese momento. De hecho, fue él quien me exigió ser el primero en saber que mi hijo había nacido. Por eso y el hecho de que era mi mejor amigo, me impulsó a marcar su número. Lo busqué entre la lista de contactos y pulsé llamar. Esperé cada uno de los timbres, hasta que la voz de una mujer rompió los repiques.
—Hola —saludó algo exhausta.
—Hola —regresé el saludo—. ¿Dónde esta Ezra?
—Se esta bañando. Acaba de llegar del viaje. ¿Por qué?
—Era para decirle que ya nació mi hijo.
La línea permaneció en silencio por lo que pareció una eternidad. Entendía el malestar de Skyler por el nacimiento de mi hijo, pero creí que podría aceptarlo o asimilarlo tanto como yo acepté que ella se casara con Ezra. No podía decir que no me sentía incómodo con la situación que ella vivía con Ezra y la presión que él ejercía sobre ella para tener un hijo, cuando sus aspiraciones eran con otra persona.
Escuché como respiraba con dificultad por la bocina, mientras mi mano era sujetada por mi esposa. Observé a Naomi dormir, mientras el bebé seguía fuera. Alcé la vista al techo al no saber qué decir antes de colgar. Ella no tenía intenciones de decir nada y mi oído comenzaba a calentarse por la actividad del teléfono. Esperé algunos segundos más, y justo cuando pensaba colgar, ella comentó una corta palabra.
—Felicidades —articuló ella sin emoción.
—Gracias.
De nuevo el silencio, excepto que esa vez fue más corto. Solo le tomó un par de segundos sobreponerse a la noticia de mi hijo. Escuché, en la lejanía, la voz de Ezra. La llamaba para pedirle un favor, a lo que ella respondió que estaba al teléfono e iría en cuanto colgara. Le dije que no se preocupara, que debía atender a su esposo, sobre todo por el hecho de una ausencia tan grande como el último viaje.
—Le diré que vayamos a la clínica.
—Esta bien —afirmé con la mirada en Naomi—. Gracias.
—Adiós.
No esperó que colgara. Ella lo hizo por ambos. Retorné el teléfono al bolsillo del pantalón y me recosté en la silla. No era tan cómoda como el sofá, pero no quería separarme de Naomi. Ella sujetaba mi mano como si fuese a proteger sus sueños o evitase sus pesadillas. Ella se aferró a mí como su único protector. Estaba mal si la dejaba sola para acostarme en el sofá e intentar dormir un poco antes de marcharnos.
Cerré mis ojos y estiré las piernas bajo la cama. Los hombros me dolían por el largo rato en la misma posición, mas no me quejé en voz alta o me alejé de la cama. Estuve allí hasta que la enfermera regresó con el bebé en una cuna de vidrio templado. Con una manta y la ropa que habíamos elegido. Lo colocó en silencio al final de la cama, en los pies de Naomi. Yo agradecí la hospitalidad y el silencio, antes de marcharse.
La enfermera comentó que le habían dado un poco de leche antes de llevarlo a la habitación y por eso estaba dormido, pero que en poco tiempo tendría que amamantarlo. Dicho eso, se retiró una vez más y nos dejó en silencio. En ese momento si tuve el impulso de desprenderme de la mano de Naomi y caminar en silencio hasta la cuna del bebé. Estaba dormido boca arriba, con sus manitos de lado y la boca un poco abierta.
Me arrodillé en el piso y coloqué mis manos a ambos lados de la cuna, observando su respiración como todo un psicópata. Su tercia piel olía a bebé recién nacido, con una mezcla de algodón puro. Tuve la necesidad de acariciar un poquito su mejilla con la punta de mi dedo para no despertarlo. Ya quería enseñarle a caminar, sujetar un bate, montar bicicleta, patear una pelota de futbol e incluso afeitarse el rostro.
Quería todo con él, desde sus primeros pasos hasta la graduación de la universidad. No soportaría la idea de alejarme de mi hijo cuando la olla de presión explotara y llenara de suciedad a todas las personas que me rodeaban. Justo allí, cuando mi bebé sujetó mi dedo, me arrepentí de cometer injuria contra mis votos matrimoniales. No la amé a ella como debía, no fue la única y tampoco lo sería.
Quise borrar esos pensamientos de mi cabeza, pero nada de lo que hacía lograba arrancarlos de mi mente. Ella estaba cada segundo más pegada a mi cerebro como una especie de calcomanía que no podía despegar, aunque usara una crema especial para ello. Creí que el bebé me limpiaría un poco el alma, pero en lugar de eso, hacía que me sintiera aún más negro que tiempos atrás, cuando seguía en el vientre de Naomi.
Permanecí a su lado un rato más, hasta que un golpecito en la puerta de la habitación me hizo levantar. Las personas en la puerta giraron la manija y entraron, con cuatro globos de helio y las insignias de “Feliz nacimiento”, “Es un varón”, “Felicidades”, y “Bienvenido al mundo”. Ezra los llevaba en su mano izquierda, junto a un ramo de flores de colores que adornaban su mano derecha, y una enorme sonrisa.
—¿Se puede? —preguntó al asomar la cabeza y los globos.
—Claro.
Entró, seguido de Skyler. Se abalanzó sobre mí y depositó un apretado abrazo en mi cuerpo. El olor a jabón de baño impregnó mis fosas nasales, junto a un ausente aroma a perfume varonil. Él dijo algunas cosas en mi espalda, como felicidades o sé que serás buen padre, aun cuando apenas era mi primer hijo. Ezra tenía las esperanzas puestas en mí, e incluso fue quien compró el libro de cómo ser buen padre.
—Vinimos en cuanto nos enteramos —pronunció con una mano en mi hombro y los ojos en los míos—. Iba a dormir un rato, pero preferí venir. ¿Puedo verlo?
Señalé la cuna donde reposaba. Los ojos de Ezra se iluminaron de inmediato, cuando colocó su mirada en Dawson. Sabía lo entusiasmado que estaba Ezra de ser padre y lo mucho que quería tener un hijo propio. Por desgracia, Skyler era una mujer de una sola palabra, y la suya había sido un no rotundo. Ella no quería tener hijos de él, aun cuando siempre supo que las ilusiones de Ezra estaban puestas en la descendencia.
—Hola, bebé —murmuró en la cuna, con una sonrisa—. Eres hermoso.
Desvié la mirada de él a Skyler. En sus manos llevaba un elefante de peluche. Lo cotidiano siempre eran los osos, conejos o ratones, pero ella se inclinó por los animales gigantes como los elefantes. Tenía la trompa hacia abajo, las orejas caídas y unos grandes ojos negros. Ella lo apretó a su cuerpo en cuanto mis ojos se colocaron sobre él.
—Felicidades… otra vez —masculló antes de abrir sus brazos ante mí—. Creo que lo correcto sería un abrazo para el padre en ascenso.
Di un paso en su dirección y le permití abrazarme. Inhalé de nuevo el aroma de su perfume, el suave olor del champú para el cabello y la loción de manos. Ella colocó en peluche en mi espalda, mientras apretaba su cuerpo al mío y susurraba que estaba feliz de que el bebé estuviese bien. Yo solo cerré los ojos ante el toque de sus manos en mi espalda y las palabras de Ezra hacia el bebé frente a mí.
—Gracias, Skyler —agradecí al separarme de su cuerpo. Ella extendió el peluche ante mí y emitió una sonrisa apretada—. Uno más para la colección de la selva.
El bebé movió un poco su cuerpo cuando Ezra lo acarició. Notaba como moría por tenerlo en sus brazos una vez. Por esa razón, le pregunté si quería cargarlo. Él no dudó ni un segundo antes de atraerlo a sus brazos con suaves movimientos. No tenía experiencia con los bebés, pero lo hizo bastante bien para ser la primera vez. Skyler le indicó cómo colocar su cabeza y la forma de sostenerlo para no lastimarlo.
—Se llama Dawson —proferí al Ezra sostenerlo.
De inmediato Skyler colocó la mirada sobre mí. Era un duro golpe para ella colocarle el mismo nombre que habíamos elegido tiempo atrás. Nos inclinamos por un nombre poco convencional y convergimos en ese. Ella tragó la saliva en su boca, se disculpó al fingir tener un poco de tos y salió casi corriendo de la habitación. Quedamos solo nosotros cuatro, mientras ella se escondía de lo que su corazón sentía.
Le pregunté a Ezra si podía quedarse con el bebé mientras iba a la cafetería por un poco de jugo. Él respondió de inmediato que no tenía ningún problema con ello, que lo haría con gusto. Le encargué el cuidado de mi bebé al tiempo que salía de la habitación y veía en ambas direcciones. Caminé hacia el lado derecho, cerca de sala de espera y los elevadores para quirófano. Me topé con la recepcionista y un par de doctores.
Caminé un poco más, adentrándome a un callejón que daba al área de rayos X, tomografías y la zona de placas. Me desvié por traumatología y pediatría, hasta encontrarla sentada en una de las sillas del cafetín. Tenía las manos en el rostro y apretaba sus ojos con los talones de la palma. Estaba caída contra la mesa, con los codos sobre el metal limpio y los pies a ambos lados de la silla.
Me acerqué con cuidado y en silencio. No quería alarmarla o asustarla. No entendía a ciencia cierta lo que su corazón sentía, pero no era algo bueno. Enterarse que el hombre que amaba acababa de tener un hijo con otra mujer, no era una buena noticia entre tanta desgracia. Y aunque intentaba ser fuerte por ambos, enterarse que había decidido colocarle un nombre pensado por nosotros, la derrumbó por completo.
Sujeté el espaldar de la silla frente a ella con ambas manos. Mis pies tocaban el suelo pulido, mientras entraba por mis fosas nasales el aroma a pan tostado y limpiador de mesas. Ella elevó la mirada el notar la persona frente a ella, mas no emitió palabra alguna. Permaneció así, mirándome con una inmensa tristeza en sus ojos y la desilusión de faltar a una promesa irrompible que creí había olvidado.
—Lo lamento —murmuré con tristeza.
—¿Qué parte? —indagó adolorida—. ¿Colocarle ese nombre o tener un hijo?
—El nombre. No me arrepiento de mi hijo.
Ella soltó el aire que comprimía sus pulmones, al tiempo que se colocaba de pie, dejaba un par de billetes por el café descafeinado que siempre tomaba y daba varios pasos en dirección opuesta. Intentaba alejarse lo más posible de mí, aun cuando seguí sus pasos y tiré de su codo para hablar como los dos adultos que éramos.
—¿Qué quieres que diga? —pregunté al mover los hombros—. Tengo un hijo.
—Puedes tenerlo, es tu esposa. Pero no le coloques mi nombre… El nombre que elegimos juntos al pensar en nuestro hijo. —Sus ojos se empañaron de lágrimas que tragaba para evitar las preguntas de Ezra—. No recrimino que tengas al bebé, de hecho me alegra que seas feliz. Pero es demasiado cruel que le colocaras ese nombre.
—Entiendo.
—¿Entiendes? ¿Dime cómo se siente lo que estoy sintiendo? Y así te digo si entiendes o no —articuló ella entre dientes—. ¿Sabes lo que siento? Como si el mismo bisturí que la rompió a ella, me hubiese apuñalado el corazón sin piedad. Así se siente.
Skyler soltó todo lo que sentía en esos escasos minutos que estuvimos juntos. Fue como si un camión lleno de rocas me pasara por encima; así se sintió cada palabra que soltaba en mi contra. Sus ojos no tardaron en humedecerse, al mismo tiempo que el cielo comenzó a llorar con ella. Quise aliviar su dolor con alguna palabra de aliento, pero no tenía nada que decir que pudiese calmar su tristeza o apagar su dolor.
Las personas pasaban junto a nosotros, charlando sobre alguna anécdota interesante sucedida ese día o tiempo atrás. Los transeúntes en la calle de afuera surcaban el asfalto con sus rechinantes ruedas. Los pacientes dentro de la clínica mantenían las esperanzas arriba sobre la pronta recuperación de alguna dolencia. Los familiares comían algo ligero en la cafetería o se sentaba en la sala a esperar noticias alentadoras.
Skyler y yo nos conformamos con tener un momento a solas en medio de tanta gente, pero sin aquellas que nos impedían hablar sin censura. Permanecimos silenciados durante mucho tiempo, en el cual el resto de las personas vivió sus vidas tal como les fue predestinado. No sabíamos si nuestro hilo rojo era el mismo o solo nos empecinábamos en hacernos creer que lo correcto era estar juntos, cuando no lo era.
Y como dije antes de empezar todo, las amaba a las dos por igual, sin inclinarme por ninguna en particular. Pero ahí estaba ella, tan hermosa como siempre, con sus manos apretadas a su cuerpo y un par de lágrimas bajando por su mejilla. Creí en ese momento que todo había terminado, cuando de sus labios brotó aquello que tanto odiaba escuchar.
—Lo nuestro fue un error.
—¿Un error de ocho años? —inquirí escéptico—. No lo creo.
—Lo es. Solo una idiota como yo podía fijarse en alguien como tú.
Una lágrima se derramó por su mejilla en cuanto las palabras salieron de su boca. Ella la limpió de inmediato, impidiendo que mojara aún más su mejilla. Le causaba una especie de asco llorar por un hombre como yo. Y la entendía. No merecía las lágrimas de alguien como ella. Y sí, los dos éramos igual de culpables por engañar a nuestra pareja, cuando lo único que hacían era amarnos con todas sus fuerzas.
Naomi era la mejor esposa desde el momento que nos casamos. Y Ezra, bueno, que decir de un hombre que antepone las necesidades de su esposa por encima de las suyas y no la ha dejado, aun cuando ella no quiere tener hijos. Otro hombre en su lugar se habría conseguido cualquier mujer en la calle que quisiera un hijo de él. Y no era de extrañarse que no la buscara, considerando el apego tan grande que sentía por Skyler.
Ambos teníamos a personas maravillosas a nuestro lado, pero no teníamos lo que en verdad queríamos. Los humanos somos muy inconformes con los que nos provee la vida. Siempre buscamos la manera de arruinarnos la vida, aun cuando lo ideal es quedarse con quien se eligió. ¿Por qué buscar en la calle lo que hay en casa? La respuesta a todas esas preguntas se concentraban en: no tenía ni puta idea.
—Supongo que ahora menos la dejarás —emitió Skyler con una voz casi melodiosa y superflua—. Ahora que tienes un hijo con ella, estás más unido que antes.
—Es cierto —confirmé con todo el dolor de mi alma aquello que ella ya sabía. No dejaría a Naomi sola con el bebé—. No puedo. Hay otra persona ahora, lo que complica todo aún más. Quiero decirte que lo solucionaré y seremos felices. Pero no puedo.
¿Existía algo más doloroso que decirle adiós a la persona que se ama? Algo que siempre me gustó de Skyler fue la forma en la que amaba. No se apegaba a nada material, solo a personas o animales. Pero si ese animal le fallaba, jamás volvía a buscar otro de su especie. Y quizá ese desprendimiento fue lo que la ayudó a sobrellevar toda esa carga que llevaba sobre sus hombros y era imposible traspasar de dueño.
—¿Sabes otra cosa? —preguntó entrecortada—. Es mejor dejarlo así.
—No, por favor —supliqué piedad en un momento de debilidad—. Te amo.
—¿Y yo no? —Tocó el centro de su pecho con sus uñas rosas—. Te amo tanto que sigo rebajándome a ser la otra, cuando tú duermes con tu esposa cada maldita noche.
—Tú estás con Ezra. ¡Tú te casaste con él! —vociferé más alto de lo que debía, sin importarme que las personas me escucharan—. Yo iba a dejarlo todo por ti, pero cuando volví te encontré con un anillo de compromiso. —Me tragué las lágrimas que querían salir—. Así que sí. Sí sé lo que se siente perder a la persona que amas por alguien más.
Esa relación —si es que se podía llamar relación—, no tendría un final feliz. Llevábamos años ocultando lo que sentíamos. Y no entendía en qué momento el camino que transitábamos juntos se bifurcó a lugares diferentes. Cuando Nicholas estaba en prisión, lo visité para saber cómo estaba. Allí le hablé de una mujer que amaba con todas mis fuerzas y esperaba convertirla en mi esposa.
Todo se vino abajo cuando me enfoqué más en el trabajo que en ella. Skyler decidió que lo mejor era alejarnos para no hacernos más daño. En ese lapso de separación conoció a Ezra, le fascinó y se enamoró de él. Con el paso de los años se casaron y construyeron una vida juntos. Yo busqué refugio en los brazos de otra mujer —una mujer que amé desde que la conocí tal como era—, e intenté olvidarme de ella.
Una tarde, mientras bebíamos y recordábamos momentos del pasado, terminamos enredándonos en una cama. Pensamos que solo sería algo de momento, ya que ambos estábamos comprometidos, pero no fue así. La adrenalina, el peligro y toda esa mezcla de sensaciones primitivas que nos envolvieron no nos soltaron. Y cuando nos dimos cuenta del error, ya era demasiado tarde para arrancar las hojas de esa historia.
Ella se abrazó con ambas manos y bajó la mirada a sus botas. Hacía eso cuando estaba nerviosa o indecisa sobre algo. No se sentía segura con lo hablado o las decisiones que el impulso nos haría tomar. Sabía que nos arrepentiríamos cuando se nos enfriara la cabeza, pero el daño primordial, a las personas principales, estaba hecho.
—¿Ibas a dejarlo? —pregunté.
Elevó su mirada y apretó aún más sus brazos.
—Habría hecho lo que fuera por ti.
—¿Entonces por qué te casaste? —golpeé de la forma más baja existente.
Existían muchas respuestas a esa pregunta, pero ella eligió dos palabras con la certeza necesaria para acabar con todas mis dudas. Solo dos jodidas palabras que colocaban en duda lo que decía sentir por Ezra Wilde.
—Por idiota —replicó al secar sus mejillas.
Lo más triste de la historia fue que sin decirnos mucho habíamos llegado al momento crucial de toda la discusión. No había vuelta atrás para lo que sentía por ella, y tendría que morir con ese sentir. Lo que más deseaba en ese momento era limpiar sus lágrimas con mi pulgar o abrazarla hasta borrar sus heridas internas.
Sus labios se llenaron de lágrimas al fijar la mirada en mí. Noté como sus manos temblaban un poco, antes de limpiarse todo el dolor con la manga del suéter. Imaginé cómo sería una vida sin ella, sin sus chistes, las bromas de humor negro, la forma en la que sus dedos fríos tocaban los míos, el sonido de su risa en la mañana, los ricos panques los domingos a primera hora o cuando reposaba su rostro en mi hombro.
Imaginé cómo sería despertar cada mañana con ella, sin detenerme a pensar en más nadie. Mi corazón se dividía en dos, sangraba y sufría como un desgraciado, mientras el escritor de nuestra historia reía y se revolcaba en la sangre inocente. Quería pensar que ese no era el final de casi un siglo de conocimiento, pero no estaba en posición de cerrarme para siempre a una vida de puras falacias y utopías.
—¿Así que este es el adiós? —preguntó ella.
Mordí mi lengua dentro de la boca antes de responder.
—Es lo mejor.
Skyler cerró sus ojos y separó un poco sus labios para absorber las últimas lágrimas saladas que entraban en su boca. Una vez que sus ojos se abrieron de nuevo, el brillo que me ofrecía cuando estábamos juntos, cambió por completo; ella cambió por completo ante mí, como si la vieja mujer hubiese sido solo un espejismo.
—Perfecto —asimiló mi respuesta—. Espero que seas muy feliz.
Limpió sus lágrimas restantes con la manga de la camisa, apretó sus mejillas y caminó un paso en mi dirección. Creí que me besaría por última vez antes de alejarse para siempre. Pero en lugar de complacerme con la dulzura de un beso en los labios, se colocó en puntillas y depositó un sutil y fugaz beso en mi mejilla. La opresión aceleró mi corazón lo suficiente como para no desear que se separara de mi cuerpo.
Al separarse, se alejó por el mismo lugar hasta la habitación. Tardé algunos segundos en regresar, después de apretar mis puños hasta blanquecer mis nudillos. Lavé mi rostro con abundante agua fría y repetí en el espejo que todo estaría bien de allí en adelante. Nos habíamos separado para siempre, con ese beso de Judas. Y aunque me costaría un tiempo aprender a vivir sin ella, lo lograría.
Regresé a la habitación cuando Naomi alimentaba al bebé por primera vez. Su semblante era diferente, como si una divinidad hubiese besado su piel. Ella sonreía y le hablaba al bebé, mientras Ezra le preguntaba muchas cosas sobre el bebé. Tenía un centenar de dudas con relación a los niños que ninguna persona toleraría responder.
Al cabo de un rato, ambos se marcharon, no sin antes Skyler cargar a Dawson. Observé al bebé en sus brazos e imaginé cómo hubiese sido tener un bebé con ella. ¿La sensación habría sido diferente? ¿Me habría emocionado más? Tampoco tenía las respuestas a esas y una gran cantidad más de interrogantes. Pero sí sabía que cada acción generaba una inmensa reacción, y no siempre era favorable. ¿La nuestra? Tener que cargar con un enorme cargo de consciencia el resto de la vida y una sangre ligada.

Sort:  

¡Lo sabía! ¡Maldita Skyler! Aime, no tengo ni qué decirtelo, la odio más que nunca a partir de ahora. Tengo tantas palabras malas para ella en mi cabeza, pero no las escribo por que no es mi estilo insultar así.
Sé que Steven comparte la culpa con ella, pero nada hará que piense que ella no es más culpable que él, porque lo es. Ya sé que tal vez me dirás que no entiendo las razones de Skyler y que en un futuro me harás entender el porqué hizo las cosas, pero no importa.

La odio, la odio, la odio, ¡la odio!

En cuanto a Steven, quiero odiarlo, pero no puedo. Hay algo que me dice que aunque culpable, también es sólo una víctima de Skyler.

Creo que no tengo más que decir, o mejor dicho no quiero decir más. Iré a despotricar contra una almohada antes de que te pida que mates a la "loca" esa.

Dios mío, esme-olguin. Puedo sentir tu odio a través de la pantalla. Sé que no puedo ponerme en tus zapatos justo ahora, pero sí que es feo lo que ella hace.

Y créeme que el odio que sentiste a través de la pantalla es bien poquito en comparación a lo grande que es xD

La verdad me esperaba cualquier cosa de Skiler menos esto. Qué se haya casado sin amar a Ezra y sobre todo q Steven, el hombre que lo ayudó a salir adelante y se convirtió en su mejor amigo. Lo traicionen casi durante todo su matrimonio. Encima mi Nicolás es re fiel a esa víbora q tiene de esposa. Digo sino lo amaba no se hubiese casado no?

No merece perdón de Dios Skyler pero en esta vida todo se paga y a ella le llegará su día junto con el traidor de Steven.

¿Quieres que sufran y lloren como los protagonistas?

No, claro que no ellos estan enamorados y lo entiendo, pero a quien le gusta ser engañado, mejor que lo deje vivir su vida, que sea sinsera y le diga la verdad de su amor a su mejor amigo

Mucha gente se casa por idiota, por tener una venda en los ojos pero una vez q se cae reacciona y trata de enmendarlo, pero el caso de estos 2 si es grave, a pesar de haberse dado cuenta que uno era el amor del otro, permanecieron en sus matrimonios, fingiendo q era su más grande felicidad, prefiriendo engañar a quienes sí les brindaban amor sincero y un hogar.... ayshhhhhh q los descubran por tramposos !!!

Pues sí, mucha gente se casa por compromiso, pero ellos no debieron engañarlos de esa manera.

Odio a Skyler. Steven se siente culpable por au engaño pero ella parece q ni un poquito. Mejor asi Ezra puede dejarla sin remordimientos

La odio mas que lo que dije el primer día, puede ser una victima pero ella supuesta mente se enamoro de Nicholas/Ezra y por eso no lo dejo si estaba tan enamorada de Steven porque lo cambio por Ezra y ahora quiere dañarle la vida a los dos hay esta la razón por la que no quiere hijos con Ezra porque es una maldita que solo piensa en ella.

En este circulo las victimas son la pobre naomi y nuestro Hombre. Maldita bruja.

Siempre lo sospeche, de que ella es una desgraciada.. Siento que le tengo un odio nada normal. Si es así, debería dejar en paz a ezra y dejarlo libre. Aunque todo no es color rosa y se que aun eso no pasara :(.

Dios!! Que malvados!! Ya me imaginaba yo que estos dos engañaban a Ezra... Espero con ansias el siguiente capitulo.

Pronto subiré el próximo capítulo.

Pobre Naomi, que pasara cuando se entere de todo y mas por el nombre del Bebe, y dice llamarse mejor amigo

Imaginate cuando esa pobre mujer se entere de ello :3

lo sabia, siempre supuse q Skyler era la amante de Steve... pero algo me dice que aqui acaba todo.. No ese par swguiran ella no lo dejara pena x Ezra q el la quiwre en serio pese a q ama a Andrea.
deagraciada infeliz perra Skyler

Detecto mucha hostilidad de tu parte xD

Matala aime por favor... asi mi ezra puede correr a los brazos de andrea 😭😭😭

Jajajaja
No. Lo siento. Ella no morirá en esta hermosa historia.

Deberia por zorra

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