El arte de la intuición en tiempos de verdades a medias

El verbo “intuir” proviene del latín intueri que significa “contemplar” o “mirar hacia adentro”. Se podría decir que la intuición es esa voz baja pero constante, casi imperceptible pero contundente que nos dice la verdad sobre las cosas, una pequeña voz guía, una especie de sexto sentido del cual nos hemos olvidado.

Hallar la verdad es algo que impregna cada acción que ejecutamos, la curiosidad que siempre ha tenido el ser humano deriva en la formulación de preguntas que son el eje del axioma humano y la intuición siempre ha sido una de las formas mediante las cuales conocemos al mundo o le damos forma, es decir, la intuición es un factor importante a la hora de tomar decisiones sobre nuestras acciones. Pero sucede que quizás en medio del afán por hallar las “verdades absolutas” hemos hechos las preguntas incorrectas e incluso hemos buscado responderlas con lógicas equivocadas y terminan transformándose en afirmaciones absurdas que rayan en la locura dentro de la sociedad.

Según el psiquiatra Peter C. Whybrow, la intuición es una auto-conocimiento reflexivo regulado por la red neuronal preconsciente. Viene siendo la habilidad que nos permite sobrevivir y que se alimenta con cada experiencia que vivimos ya que va generando un “archivo” en nuestro cerebro que va etiquetando los conocimientos adquiridos en dichas experiencias para posteriormente hacer uso de ellos en el futuro. La red neuronal preconsciente se hace más fuerte con el tiempo; aprendemos patrones sociales, creencias personales, hábitos y luego los ejecutamos de manera automática por el resto de nuestra vida; lo mismo ocurre una vez que hemos aprendido a manejar bicicleta o a nadar. La intuición nos permite no solo realizar ciertas acciones una vez aprendidas sino que también regula nuestra percepción de la realidad, pasando un filtro por la información en la que el cerebro transita a diario.

La intuición viene siendo entonces una herramienta para filtrar todas las “verdades” que nos arrollan, dándonos pistas sobre lo que podría ser verdad o haciéndonos reconocer cuando algo es falso, nos ayuda a discernir y ser escépticos; es como una voz de la conciencia que trabaja en secreto, la mejor manera de sobrevivir en estos tiempos de verdades a medias y bombardeos que buscan alejarnos de lo realmente importante.

Recuerdo que en la universidad tuve un profesor que nos decía que “la verdad no existe”, mi manera de entender esto era que solo existen “verdades parciales” que son las que va captando nuestra intuición poco a poco y que terminan moldeando la realidad. Básicamente, la verdad no es un fin sino un proceso, como decía el filósofo polaco Adam Schaff. Esto es: siempre vamos a necesitar de nuestra intuición puesto que no existen verdades absolutas de las cuales aferrarse.

Sin embargo, hay otro punto de vista con respecto a la intuición (a dejarnos guiar por ella) que es importante acotar y es aquí donde reside la elección: la intuición no es infalible, aunque nos sintamos inclinados a reaccionar o comportarnos de esta u otra manera ante una situación, los impulsos que provienen de la red neuronal preconsciente no toman en cuenta las características nuevas que la situación puede presentar; el reflejo condicionado o trauma frente a situaciones es irracional y muchas veces si nuestra razón no interviene hace más daño que bien. Según esto, la intuición es una herramienta concreta que podemos utilizar cuando andamos en bicicleta o leemos ya que no tenemos que aprender una y otra vez el mismo código porque nuestro cerebro ya lo integró al sistema.

Nuestro inconsciente almacena muchas respuestas y patrones aprendidos a partir de experiencias previas y nos las muestra en forma de sentimientos de repulsión o atracción; confiar ciegamente en estos impulsos nos impide notar las diferencias o características nuevas de la situación que se nos presenta pero por otro lado también confiar en estos impulsos nos hace más conscientes de nuestra experiencia.

No obstante, el asunto radica en saber diferenciar entre una intuición, un deseo y un miedo. La intuición confiable transmite información neutral, despojada de emociones, como cuando nos colocamos más allá en una situación y la observamos o analizamos de manera desapegada, desde lejos; en cambio los deseos y miedos son manipulaciones o autoengaños para tomar decisiones que creemos nos protegen o benefician a corto plazo (y me atrevería a decir a veces a largo plazo).

He aquí el verdadero reto con respecto a la intuición, aprender a confiar en ella es un arte que debe ejecutarse con atención, reconociendo en nosotros mismos esos sentimientos de repulsión o atracción y discernir cuales honrar, pero en lo posible sin dejar de prestar atención a lo diferente que ofrece el entorno. La intuición es una cuestión de valor, de nada sirve intuir sin actuar: eso sería una forma de traición. Aun así, debe tomarse en cuenta el beneficio de este valor: sea el resultado una mala experiencia o no, siempre debemos tener presente que de las experiencias se aprende (no es más que otro código aprendido que el cerebro jerarquizará y nos servirá más adelante al aplicarlo en situaciones similares para evitar futuros peligros).

Siempre me he considerado una persona muy intuitiva, por lo tanto este tema de la intuición me parece algo crucial, he pasado por muchas situaciones en que la intuición me ha ayudado a sobrevivir, otras en las que no he sobrevivido por no haberle hecho caso y más recientemente otras en las que debido al no actuar (a traicionarme) permanezco flotando en un espacio de no verdad o “verdad a medias”, al punto de que vuelve recurrentemente ese pensamiento de mi profesor en la universidad “la verdad no existe”, o para ser más exacta aun: “no existen hechos, sino interpretaciones”.

Así que cuando no sepas en quien confiar, dudas sobre si algo es cierto o no, no sabes si pasar por ese callejón oscuro al volver a tu casa por la noche, siempre podrás recurrir a la herramienta cognitiva más básica que poseemos como seres humanos: dejarte guiar por la intuición. Más allá de hablar sobre “vibras”, sobre sentimientos inexplicables de agrado o desagrado con respecto a lugares o personas con las que podríamos establecer lazos inmediatos o simplemente repelernos sin razón aparente, recordemos que la intuición es parte de nuestro armamento evolutivo más que una habilidad mágica; no olvidemos ese maravilloso sexto sentido, esa también llamada “inteligencia emocional”, esa percepción directa de lo real que nos reivindica humanamente y mucho más en estos tiempos en los que el pensamiento racional parece haberse erigido como el predominante. No perdamos la cordura, silenciemos un poco la mente, aprendamos a escucharla y actuemos.