Camino por el parque buscando distracción y salir de las labores rutinarias, hago un alto para observar todo aquello que me rodeaba, cayendo en cuenta de los incalculables avances que surgen y pasan como si nunca antes hubiesen existido, a veces otros siguen vigente en distintas formas. El día a día sin duda alguna nos envuelve exigiéndonos cada vez más ser calculadores, autómatas y poco sensibles. La calidez humana se desvanece como humo en el aire, la muestra de afecto es más carente aún, haciéndome sentir perdido e internamente inadaptado, porque ¿a quién no le agrada un buen gesto, un abrazo reconfortante?

Sin embargo, en ese malestar la vida, el destino, la pasión o como lo quieras llamar nos continúa impulsando a explorar caminos inimaginables en la búsqueda del bienestar propio de la calidez del corazón. Al principio, el entorno es árido, la soledad es agobiante y los pensamientos divagantes, sin norte fijo más que el de continuar. Cruzándome con aventuras e infortunios que parecen nunca acabar y me llevan a ser huraño, solitario e incrédulo. Dejando la ilusión y fantasía de lado, aspectos tan vivos en la infancia y que en la adultez se frustran, apagan, pero de vez en cuando piden salir a gritos.

Continuo caminando, preguntándome ¿a dónde van esas ganas de una vida de ensueños? ¿De dónde viene tanto pensamiento nefasto? ¿Qué pasa con esa motivación que de la nada se desgasta? ¿De verdad estoy tan solo? De pronto un grato recuerdo me asalta, llenándome de felicidad hasta las esquinas de mis huesos, todo parece posible nuevamente, las energías suman. El cuerpo ya no pesa como antes, y las ideas se reorganizan vislumbrados un éxito en puertas. Sonrío y vuelvo a creer en mí, agradezco y sigo, brindándole una sonrisa al cercano, un saludo afectivo al amigo y un “todo va estar bien” a quien lo necesite.

Ahora todo se vuelve a equilibrar en mí, pero esta vez soy yo quien comanda, entonces ¿somos nosotros mismos quienes nos deshumanizamos? Vuelvo a caer en preguntas introspectivas, cuando de pronto aparece ella, la musa de siempre, la fuente de amor, salvavidas de mí ser cuando ni yo mismo sabía que la necesitaba, ella de ojos celestiales, que con solo una mirada me acaricia el alma, estremeciendo cada parte de mi ser y quien puso mi mundo de cabeza, sacándome de toda inercia. Me detengo a admirarla y pienso: -¿Ha sido ella quien me regresó la sonrisa?- Me confundo, solo sé que nunca estuve solo, siempre me he tenido a mí y su esencia me ronda -.

Cada caricia, el contacto humano, la calidez de un gesto es un salto al corazón y una llamarada más de vida a la esperanza. La tomo más de cerca y le digo: -Gracias, tú mi buena compañía-. Grabando en mí, este nuevo recuerdo, del tipo que aparece en los peores momentos y te hacen despertar del letargo emocional, encendiendo tu pasión e ideas, mostrando una nueva oportunidad. Ahora, soy consciente aún más del poder de una sonrisa, de un aliento.