El demonio de Laplace

Fue puesto en el centro del universo por el caos mismo desde su incepción. Después de los primeros segundos de la gran explosión, la vorágine se expandió y permitió a éste abrir los ojos, los puños, su ovillo de inteligencia y su voluntad. Al poco tiempo se volvió conciente de sí mismo y se halló al medio de una sopa de quarks ebullendo, aniquilándose entre sí, para volver a crear otros quarks y cambiando energía por masa y viceversa.

Cuando por fin logró estabilizar su visión, ya en la época de los fotones, se dio cuenta de que estaba sólo. El ardor en sus ojos por esos fotones ultraenergéticos, que hoy nosotros vemos como el fondo de radiación cósmica, era bastante doloroso y le causaba un inmenso dolor de cabeza, algo como una resaca de talla universal. Tras esos primeros años del universo, se fue aburriendo y así tras bostezar se fue preguntando la razón de todo este sinsentido. Fue acostumbrándose a tanto movimiento, a tanta violencia, a tantos hadrones en pleno plasma, a tanta expansión espaciotemporal y luego se fue sintiendo ya más cómodo, cuando había más espacio para que se formaran los átomos. Fueron 380,000 largos años.

Comenzó a observar a su alrededor cada fenómeno físico que ocurría durante esos primeros cientos de milenios universales y así fue aprendiendo los cómos y los porqués. En su mente extraordinaria fue desarrollando las reglas que regían ese caos tan complejo. Llegó a tal punto de entendimiento que luego fue todo tan predecible y trivial. Todo seguía las reglas al pie de su intuición desarrollada. Entonces se le ocurrió hacer hipótesis sobre lo que pasaría en unos milenios, pero cuando se dio cuenta que sus predicciones se cumplían, se aburrió de nuevo. Resulta que es mas o menos aburrido vivir en un lugar tan predecible, saberlo todo y no tener espacio para la sorpresa. Ya de antemano sabía que tal nube de gas generaría planetas y soles. Que los neutrones decaerían a protones y neutrinos, o que los soles terminarían siendo agujeros negros o masas frívolas sin mayor sabor.

Así se fue desencantando del universo entero. Un tedio existencialista de talla universal, y eso que apenas si comenzaba la eternidad. Al no hallar consuelo en su situación se puso a divagar en contrafactuales. Qué hubiera pasado si el universo hubiera tenido otra rapidez de expansión, o si los fotones tuvieran masa, o si la fuerza fuerte no hubiera surgido tras romperse esa simetría inicial, o si los neutrinos no existieran, o si la gravedad generara fuerza rotacional como los campos magnéticos, y muchos etcéteras.

Esto fue entretenido al principio. Pero siempre estos disparates terminaban en conclusiones aburridas. El universo era perfecto así como estaba. Le cambiaba un detalle, y de repente ya no habían soles o se colapsaba todo en agujeros negros supermasivos, o de repente se enfriaba todo de cuentazo. Así que cesó de proponer universos alternos con reglas distintas que terminaban en desastres absurdos. Volvía al tedio universal.

Decidió pensar en el futuro. ¿Qué pasará cuando el universo se enfríe un poco más? Se preguntó. ¿Qué pasará cuando hayan condiciones de temperatura, humedad, radiación y estabilidad como para que puedan organizarse moléculas con carbonos? Indagó. Fue hallando que en el futuro del universo irían surgiendo organizaciones inesperadas de átomos. Moléculas que se moverían por sí mismas. Siguió pensando en qué vendría después. A veces pasaba que tales moléculas morían, pero otras perseveraban y generaban arreglos más y más complejos.

Fue así como llegó a toparse con los humanos. No en su presente sino en sus predicciones. Fue así como llegó a la intriga de estos seres auto-concientes, capaces de hacer las cosas más absurdas por las razones más inesperadas bajo las circunstancias menos propicias. Los humanos en su autocontradicción le resultaron por lo menos interesantes, al principio.

Y así, en el pensamiento de esta criatura universal, hormigueaban los humanos persiguiendo en movimiento browniano sus faenas constantes. Se detuvo a pensarnos y aquí estamos. Vamos ahora mismo, mientras tecleo este texto, montados en el pensamiento del demonio de Laplace. En realidad estamos aún en algún año menor al millón del universo. No nos enteramos, pero es así. Así como no nos enteramos, por ejemplo, que vamos en un planeta que se mueve a 30 Km por segundo alrededor del sol.

Pasa que le hemos causado mucho enigma a este ser supremo y entonces nos piensa. Vivimos en su mente, como la amada de José Batres Montufar en su poema. Se ha enamorado de nosotros al punto de que se ha detenido a pensarnos con inmenso denuedo. Nos contempla mientras va deduciendo cada uno de nuestros actos, nuestros destinos y ensimismamientos. Se identifica con nosotros. Ha llegado a amarnos.

Si se detienen por unos momentos a sentir la existencia, podrán sentir un viento impetuoso que agita nuestro centro, es eso la intriga de ese ser, que nos pasa como a páginas de un libro, nos reproduce como en un cinematógrafo pensandonos femtosegundo a femtosegundo, que nos induce en su mente para darnos un respiro de vida. Es el afán de su curiosidad, la entrega de su amor explorándonos.

Una distracción leve, y cesaríamos de existir en esa mente hiperactiva.

Es tan frágil la existencia estando en esta leve brisa de conciencia ajena. Somos una mera abstracción, un mero sueño diurno de una deidad con resaca que acaba de despertar hace apenas unos cientos de milenios.

De un momento a otro desapareceremos.

Pero no hay de qué preocuparse ya que todo esto, todo este filme que el demiurgo reproduce en su mente volverá a pasar dentro de unos billones de años. Es cuestión de tiempo. Por ahora somos sólo una de sus predicciones. Tan sólo un atisbo a la distancia. Una mera intuición como también un anhelo de su sensibilidad caprichosa. Dentro de muchísimos años seremos por fin reales, sin necesidad de ese sustrato mental que en este momento nos sostiene.

Ya no sentiremos esta ansiedad que nos sopla como a bolsas plásticas arremolinándose en una calle desolada en la madrugada del universo. Será la vida un poco distinta ya cuando no sea la mente entusiasmada del demonio de Laplace pensándonos nuestro sustrato existencial.

Pero existiremos aunque ya no sea esta existencia tan frágil, a merced de la atención y el apego de ese ser supremo.

Es por eso que no cesa de pensarnos. Quiere que disfrutemos esta existencia hiperestésica en su mente. Quiere que sepamos que existió al inicio del universo, que conozcamos que quizás no nos creó, que no es ese dios creacionista en el que muchos creen, pero que por lo menos sí nos pensó con esmero y predilección. Quiere que le recordemos. Que lo sepamos.

Así como ha podido predecir nuestra existencia, ha podido predecir también su muerte. Sabe que dentro de unos millones de años, antes de que la tierra organice la fiesta de la vida, él se disolverá entre el vacío. Es por eso que quiere experimentarlo todo antes de dejar de existir, antes de que se le acabe su tiempo. De modo que se entromete en nuestras conciencias. Experimenta todo lo que nosotros experimentamos, nuestros enamoramientos, nuestras desilusiones, nuestros entusiasmos, enojos y miedos. Todo eso lo va experimentando él a través de nosotros y en ese modo vive unos años más, en ese modo trasciende, se vuelve eterno, en cierto modo, y en cierto modo también viene a ser algo como una omnisciencia atemporal.

Pero pasa también que este ser supremo es tan sólo un pensamiento de Laplace, aquél físico que propuso la existencia de tal demonio. Ese humano que le ha ideado a su imagen y semejanza. El demonio de Laplace se disolverá en el vacío del universo imaginario de Laplace ya que éste considerará absurda la idea, le cuestionará y por lo tanto cesará su existencia imaginaria. Se hundirá en la falta de plausibilidad.

Y ¿porqué no? Ese Laplace es también tan sólo un personaje imaginario en la mente del escritor. Cosa que ya se había delatado antes. Laplace no pudo haber sabido los detalles que conocemos hoy en día de la mecánica cuántica. Así que el Laplace histórico no podría haber ideado a su demonio tomando en cuenta la cronología del universo, el modelo standard de las partículas o la relatividad general de Einstein y sus implicaciones cosmológicas. Ese Laplace inverosímil es entonces imaginario.

Y aún queda como residuo la tentación de llevarlo un paso más y proponer que vos, lector, y yo podríamos ser también personajes imaginarios en un universo imaginario en la mente de algún otro ser. Apelar a la otredad extra-universal. Podría así alargarse este texto considerablemente, no sólo en este post cyborg, si no incluso hacia universos externos contenidos en otros universos más externos; Matrioshka infinita y multiversal.

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_{Debo dar crédito a @ficciones ya que gracias a su post de divulgación científica sobre el demonio de Laplace me ha traído la idea para este relato. Relato cuya noción ya tenía pensada desde hace mucho, pero hasta ahora he logrado concretar.}

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CC BY-NC 4.0