¿Podemos resolver el conflicto entre la ciencia y la religión?

A través de la extensa historia de la humanidad, la religión y la ciencia han chocado incesantemente buscando adquirir predominancia en la cultura. La ciencia occidental racionalista está en pañales en comparación con la antiguedad de la práctica religiosa; sin embargo, ha venido conquistando impetuosamente —y cada vez con mayor rapidez— los espacios de poder de la sociedad moderna.

Si esto hace pensar a algunos que la actividad científica ha barrido completamente cualquier necesidad de religión, debieran observar hoy el surgimiento de aquellas nuevas religiones, en forma de innumerables ideologías sociales que fanatizan a las personas en nuestro mundo cientificista, a causa de una sed indescriptiblemente grande por motivos trascendentales para la existencia en nuestras sociedades, tan repletas de medios tecnológicos pero tan carentes de sabiduría.

Muchos de nuestros sabios en ciencias sociales han afirmado que la desaparición de las religiones, según su forma tradicional, solo arroja en nuestra realidad una infinidad de ideologías en desarrollo —enraizadas en temas políticos, sociales, medioambientales y otros—, en las que las masas consiguen, inconscientemente, algún tipo de nutriente anímico que, en otros tiempos, eran provistos por las prácticas religiosas.

De forma muy reveladora para mí, en uno de sus documentales acerca de los males causados por la fe religiosa, Richard Dawkins —uno de los principales representantes del movimiento del nuevo ateísmo— se mostraba sorprendido por el hecho de que, en nuestro mundo altamente tecnológico, todavía sobrevivan con gran fuerza muchas expresiones de esa irracional religiosidad... ¿En qué época vivimos?

Yo pude comprender, hace algunos años, que el problema de fondo en este asunto descansa en una expresión inadecuada de dichas manifestaciones en nuestras culturas.

Lamentablemente, parece que demasiados simpatizantes de la predominancia cientificista no están dispuestos a comprender la profunda necesidad que sigue conduciendo una gran parte de la humanidad al pensamiento religioso. De forma paradójica, esa indisposición a comprender los motivos de la religiosidad es, en sí misma, una clara demostración de irracionalidad.

Si uno respeta íntegramente a la racionalidad, permanece siempre abierto al entendimiento de todas las cosas, incluso de aquellas que, personalmente, podrían traernos alguna incomodidad en su descubrimiento. Ese es el significado de la objetividad —a pesar de la relatividad de ese concepto—: la disposición a reflexionar libre de las cadenas mentales y prejuicios de nuestra propia personalidad, el esfuerzo por observar la realidad más allá de nuestras reacciones emocionales.

Si uno trata de esa forma a la realidad, inmediatamente comenzará a percibir que existen tendencias naturales en nuestras psiquis que impulsan a las personas a la búsqueda de razones trascendentes para continuar existiendo, resistiendo.

La actividad mundana de alguien puede ser lo suficientemente absorbente para que dicho individuo no se sumerja en el mar de tales motivaciones metafísicas y subconscientes, pero cuando aparecen grandes dificultades en la vida, todos los seres humanos son arrastrados a los profundos abismos del sentido existencial. Viktor Frankl lo llamó “la búsqueda del hombre por un sentido”.

Ninguna clase de aparato tecnológico, ninguna cantidad de conocimientos científicos podrán anular esto, pues se trata de la relación entre el ser humano y su misma existencialidad, y no de simples sucesos concretos que requieren respuestas de la ciencia.

La religión es —en su esencia, en el corazón de nuestras psiquis— la búsqueda del hombre por esos significados existenciales. Por desgracia, en el campo religioso, fuera de las hermosas, extáticas —y siempre posibles— perspectivas místicas, solo se encuentra el fanatismo y una constante apología a la ignorancia humana. Por esa razón son demasiados los dirigentes religiosos que se caracterizan por sus guerras santas contra la duda, el pensamiento crítico y la racionalidad. De acuerdo a las palabras de Jiddu Krishnamurti, tales dirigentes religiosos son los explotadores de la ignoracia.

Sin embargo, mientras nosotros, los racionalistas, permanezcamos indispuestos a abordar este problema con sabiduría, también continuaremos incapaces de aportar propuestas sanas para una espiritualidad que no mutile las capacidades mentales de los seres humanos. Tal espiritualidad sería la verdadera solución a este conflicto innecesario, que sin duda es, psíquicamente, un conflicto entre las dos partes más importantes de nuestra propia humanidad.