Cuando muera, recuerden.

Cuando mi cuerpo se vuelva inerte, pierda la calidez y dé mi último respiro. Cuando el día o la noche se detengan y ya no tenga fuerzas para seguir adelante, ese día sólo quisiera pensar que será un sueño nocturno más.

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Cuando muera, no quiero que me guarden luto ni vayan regando lágrimas por el camino. No quiero hipócritas que se llenen la boca diciendo que me conocieron cuando apenas recordaban mi nombre. Por el contrario, el día de mi sepulcro sólo puedo desear que lleven a mi tumba flores azules y blancas; que vayan bien vestidos en mi despedida y hagan de cuenta que es un hasta luego porque sólo me jubilé y me fui de viaje.

Quiero que hablen conmigo como un día normal porque a pesar de que físicamente no esté, una parte de mi perdurará en la memoria de aquellos que se tomaron la molestia de conocerme tal cual soy. De aquellos que se adentraron en la aventura de pelar, capa por capa, aquella cebolla que muchos no querían tocar por miedo a llorar.

No les pido que una vez la tierra me cubra visiten mi tumba religiosamente, pero si aunque sea uno se toma el detalle por hacerlo, te doy las gracias y egoístamente te pido que te sientes a hablar frente a mi lápida; te aseguro que servirá para desahogarte.

Si me despido joven, recuerden que la muerte puede ser inesperada y hasta de momentos injusta.

Si me despido adentrada en años, recuerden que todos tenemos un final y son las acciones que hacemos en vida lo que marca la diferencia.

Si me voy sin avisar, recuerden: lo que no se dice o hace hoy, para mañana puede ser tarde.

Si la muerte viene en mi búsqueda de forma natural, recuerden que el cuerpo es una máquina maravillosa, pero no eterna.

Y si decido ir yo en busca de la muerte, no me tomen por egoísta. Cada quien es dueño de sus actos; cada quien tiene una forma de ver la vida; cada quien es dueño de su cuerpo; cada quien tiene el derecho a elegir cómo vivir y morir.!