El niño estaba jugando con unas metras de colores en la acera de su casa. Estaba semidesnudo: solo un pantalón corto, desteñido y roto, cubría su famélico cuerpo. Descalzo y con el pelo revuelto, sonreía enfocando la mirada en la bolita que tenía al frente. Sus rodillas afincadas en el suelo sucio, sostenían el delgado cuerpo del niño. Una mano mugrienta en la acera, otra dispuesta a darle al círculo de color. El niño le dio y con alegría vio cómo su pelotica le daba a otras que fueron a dar en la cuneta llena de agua estancada.

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Cuando el niño metía la mano en el agua putrefacta, dispuesto a rescatar sus tesoros, miró como de un automóvil bajaban los padres de Sebastián, su amigo de siempre. Los padres llevaban una piñata colorida y grande en forma de barco. Al niño se le iluminaron los ojos, y apresuradamente se levantó y salió corriendo hacia el carro. En ese instante, Sebastián bajaba con una galleta en la mano y en la otra, llevaba muchas chucherías en una bolsa plática azul. El niño saltó alrededor como lo hacen los perros de contentura. ¿Esa piñata es tuya, Sebastián? –preguntó el niño eufórico. Sebastián tenía en el rostro un gesto de cansancio, pero respondió: Sí, es para mi cumpleaños. ¿Y estoy invitado para tu cumpleaños? –preguntó el niño casi en una súplica. No, mamá dice que eres un niño mugroso que se la pasa descalzo. Sebastián entró a la casa y el niño, por primera vez, se dio cuenta que no tenía zapatos.

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Cuando llegó a su casa, la madre planchaba, pero con el rabito del ojo, ese otro ojo de las madres, lo miró. El niño se sentó en el piso y cruzó sus piernas y puso sus manitas en el regazo:

_ ¿Por qué no tengo zapatos, mamá? –preguntó el niño.

_No tenemos dinero para comprarlos –contestó inmediatamente la madre con la mirada puesta en la plancha y en la camisa.

_En la fiesta de Sebastián habrá piñata, pero no puedo ir porque no tengo zapatos, -dijo el niño triste.

La madre levantó el rostro y vio a su pequeño de 6 años enfrentarse ya a las carencias de la vida, así que le dijo:

_No te preocupes, ya verás como Diosito hace una gran piñata para que caigan del cielo dulces, globos y hasta unos lindos zapatos para ti.

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El niño la quedó mirando incrédulo, como si el rostro de la madre fuera de plastilina y se estuviera derritiendo.

_Si en el cielo hicieran zapatos, mamá, a los angelitos de Dios no le tomarían fotos descalzos.

Con estas palabras el niño se levantó y corrió para la calle, se le había olvidado que había dejado sus metras en el agua estancada.

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS