Un viaje en transporte público en Venezuela es increíblemente agridulce. Vas cansado, ya sea de del día o del curso que va tomando tu vida, probablemente estás de pie rodeado de gente que invade tu espacio personal porque ellos también tienen el deseo de llegar a su destino y no puedes pensar en otra más que en que no quieres estar ahí, o simplemente no piensas en nada. Para mi esos viajes conforman unos minutos u horas, depende del tráfico, de desconexión de mis problemas (esos que me esperan al bajar del autobús) y de conexión con la sociedad que me rodea. Ver a las personas, imaginarme lo que pasa por sus mentes, tratar de entenderlos sólo por la expresión que tienen en sus rostros, escuchar las risas de esas señoras que siempre tienen un entusiasmo increíble a pesar de la terrible situación, ver un poco de humanidad cuando alguien tiene el acto gentil de ceder su puesto, escuchar una que otra frase de educación, asustarme por alguien con una actitud extraña entró en el autobús... todas esas cosas, me recuerdan que estoy viva y que así como yo sobrevivo, el resto también lo hace, me recuerdan que estamos todos juntos en esto y que a pesar de lo que sea que pase en nuestras vidas, la humanidad siempre nos ofrece aunque sea un poquito de consuelo.