Olas rompían contra el acantilado. Cuatro hombres se acercaban a la orilla de la isla desierta. Una inacabable neblina cubría toda la bahía, en silencio caminaron por el borde del agua hasta la cueva para instalarse.

Uno de los pescadores señalo algo blanco en medio de la playa. Era una niña, casi irreconocible por la niebla.

Con mucha destreza saltaba entre las piedras. De pronto se detuvo y giró la cara hacia donde estaban los hombres y los miró fijamente.

En su angelical rostro de mejillas regordetas y rulos café, se dibujo una sonrisa espectral. Sin previo aviso abrió los brazos dejándose caer perdiéndose entre la ola que chocó contra el pedrusco.

Todos corrieron sin detenimiento, saltando entre las rocas.
Con manos en carne viva llegaron a la piedra donde estuvo la jovencita encontrando un trapo blanco; en su interior una muñeca de porcelana con rulos café.

Un frió embriagador les erizó el vello de la nuca y una risa se escuchó en toda la isla. Con nerviosismo deciden volver a recoger sus cosas y marcharse del lugar.

Al llegar a la cueva, un grupo de muñecas de porcelana los esperan, con caras pétreas y congeladas en una sonrisa eterna.

El primero en reaccionar tomó una piedra y al arrojarla algo invisible les atravesó el estomago manchando de sangre a sus compañeros que gritaron exaltados.

En conjunto se escuchó una risa aguda mientras la sangre manchaba la arena cuando algo les cortó de forma abrupta la garganta dejando la isla sin visitantes una vez mas.