El chico de la bicicleta

Esa noche tuve que faltar a clase por alguna razón que ya no recuerdo, pero la mañana siguiente lo vi, el chico de la bicicleta que asistía al mismo curso que yo; titubeé un momento, pero tomé fuerza y caminé hacia él, le pregunté los detalles de esa noche y lo que hizo me sorprendió, no solo me contó todos los acontecimientos, sino que me entregó su cuaderno para que copiara los apuntes, así, sin conocerme, el solo lo colocó en mis manos y se fue al comedor. Ese mismo día más tarde, coincidiríamos en la siguiente clase, le devolví su libreta, le agradecí y él se sentó a mi lado. Llamó mi atención que era zurdo.

Con el paso del tiempo, aumentó nuestro compartir, ya no solo en los salones, ahora hablábamos por el celular cada vez más. En una ocasión llegó a contarme lo enamorado que se encontraba de una chica llamada Ema, pero su corazón permanecía roto, pues ella no mostraba interés alguno. Un día confesó, entre tanta conversación, que era un poeta, enamorado eternamente, de la vida y de las letras.

Una noche, ingresó una llamada, era el chico de la bicicleta, estaba agitado y expresó que había tenido una pesadilla, se encontraba frente a una encrucijada y debía elegir uno de los dos caminos, el nuevo o aquel al que por tanto tiempo se sentía aferrado. Guardé silencio un rato, pensando mi respuesta para ayudarlo, en verdad podía sentir en su voz la preocupación sincera -elige el camino que te haga feliz- fue mi respuesta -sí, es verdad, ese voy a elegir- respondió él.

Con el pasar de los días, le notaba más alegre y tranquilo, pasaba más tiempo conmigo y nos conocíamos cada día más, siempre existía algo nuevo en común. Una tarde, me entregó un pequeño papel con unas cuantas letras, extendí mi mano, lo tomé y lo leí, era un hermoso poema; busqué su rostro y encontré una mirada cálida y una sonrisa y esos mismos labios fueron los que exclamaron "ahora eres la dueña de mis letras".