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Escribo esta carta para un padre que la recibirá en el cielo, o donde quiera que se encuentre, con mucha satisfacción porque se la envía un hijo con quien compartió intensamente los últimos años de su vida, pero tanto él como yo sabemos que no eran necesarias esas expresiones de los más acendrados sentimientos. Nunca nos hizo falta sumergirnos en confesiones fraternales ni evaluar la calidad de la relación que, después de un tiempo separados, establecimos sin que hiciesen falta aclaratorias ni recriminaciones, porque solo nos dedicamos a disfrutar de la especial cercanía que nos regaló el destino.

De todas maneras, nunca está de más reconocer, o evidenciarlo en este caso a través de una misiva, lo que callamos en aquella oportunidad por miedo, quizás, a que surgiesen obstáculos que interrumpieran nuestros efusivos intercambios cotidianos e intelectuales.

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Barcelona, 05 de junio de 2024

Que vaina, papá...

Siempre será difícil para mí explicar esta amorosa admiración por quien se fue de mi lado cuando era apenas un niño de nueve años, este cariño por quien fue tan irresponsable con sus hijos y, sobre todo, con su esposa, mi adorada madre. Nunca durante la infancia, le busqué explicaciones a tu proceder porque solo me quedó el vacío y la extrañeza de tu ausencia. Recuerdo que me sentí desorientado porque el padre que llegaba cada semana desde su lejano trabajo y me prodigaba las más tiernas atenciones y era capaz de complacerme en todo cuanto emanara de su inmensa bondad se había marchado de repente, no lo volví a ver por mucho tiempo.

No estabas en el pueblo, pero tu fama de poeta improvisador, tus canciones, tu inmensa sapiencia, las innumerables anécdotas de tu vida parrandera y tus versos que repetían a cada instante la gente del lugar se encontraban por todas partes. Por esa razón, cuando yo me empeñé en aprender a tocar el cuatro y, al mismo tiempo, me atrevía a componer aguinaldos para cantarlos en las navidades, lo único que escuchaba de los músicos y compositores con más experiencias era la reiteración de tu herencia, de tus capacidades creativas: "Carajo, este salió idéntico al papá", era la frase más pronunciada.

El día en que de improviso regresaste a nuestro terruño, yo era un joven que ya había superado la adolescencia y me encantaba tocar y cantar junto a esos alegres amigos que me acompañaban todo el tiempo en tales menesteres. En eso estábamos cuando sentimos el emocionado rumor de tu presencia. Tus conocidos te saludaban efusivamente y se alegraban porque volverían a escuchar el atrayente encanto de tus versos improvisados y la hermosa autenticidad de tus canciones.

Cuando te acercaste adonde yo me encontraba, solo te pedí la bendición y nos dimos un abrazo. Después hablamos de poesía, de música, de las canciones que habíamos creado en esos años y comenzamos a cantar hasta el amanecer. Y así continuó nuestra relación. Tú me buscabas para salir a compartir todas esas vivencias de parranderos, mientras yo aprendía y apreciaba con fervor esa capacidad tuya de verter cada experiencia en unos versos de extraordinaria calidad…

No fue necesario, porque así parecimos acordarlo tácitamente, discutir sobre tu intempestiva ausencia, sobre tus graves errores como padre; solo nos dedicamos a vivir, a aprovechar al máximo el tiempo que nos quedaba juntos. Hoy que no estás en este mundo prefiero recordar lo que fuimos en esa última etapa de tu existencia.

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Invito a los amigos:
@lirvic
@elider11
@yenny47

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_{Nota: Todas las imágenes, excepto una de la portada, pertenecen al autor y fueron tomadas con la cámara del teléfono móvil, modelo: Samsung SM-A135M.}