El síndrome de la cara vacía/ Viernes de Psicología

A medida que el Covid-19, la pandemia que mantuvo al mundo preocupado durante los últimos dos años, fue retrocediendo, las estrictas medidas que se habían tomado con el propósito de disminuir su contagio comenzaron también, poco a poco, a desaparecer. Una vez que la enfermedad mostró fehacientes indicios de que su agresividad estaba atenuándose, las autoridades sanitarias consideraron que aquellas normas que cambiaron casi por completo la manera de desenvolvernos ante la realidad debían ser gradualmente sustituidas por las costumbres anteriores a la aparición del virus.

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Aunque varias veces se ha advertido que el Covid-19 no se encuentra por completo erradicado, la mayoría de la población mundial se sintió aliviada ante estos nuevos lineamientos,. No era para menos, el aislamiento, el “quédate en casa,” que fue impuesto por largo tiempo, así como otras restricciones sociales, estaban perdiendo vigencia y la emblemática mascarilla que nos cubría parte del rostro ya no era una prenda obligatoria, un inflexible escudo que debía formar parte de nuestra personalidad... Sin embargo, con respecto a esto último, en muchas sociedades se observó que, a pesar de que se instituyó como una opción llevar el tapabocas o no, un gran número de personas decidió no despojarse de ellos en ningún momento.

De acuerdo con algunos investigadores de la conducta humana, después de un extenso período de tiempo utilizando la mascarilla, muchos individuos se niegan ahora a mostrar el rostro completamente descubierto, debido a que experimentan cierto grado de inseguridad, de fobia, ante la sensación de que se encuentran expuestos ante los demás sin ninguna protección, sin nada que les separe el rostro de cualquier factor negativo. A esto se le llama El síndrome de la cara vacía. Los psicólogos han advertido que no se trata de una enfermedad cuyos síntomas pueden ser especificados con rigurosidad clínica, pero que sí pueden ocasionarles graves problemas de personalidad a quienes no se dispongan a superar sus efectos.

El síndrome de la cara vacía puede aparecer en aquellos individuos que sienten un miedo excesivo ante el contagio. En el momento en el que se desprenden de la protección del tapabocas, asumen que el contacto directo con las demás personas se convierte en el escenario propicio para la proliferación y el intercambio de agentes infecciosos que pululan libremente hacia las partes más vulnerables del rostro, las cuales se encuentran ahora expuestas a las enfermedades. Esta temerosa sensación les obliga, prácticamente, a centrar en la mascarilla un significativo porcentaje del resguardo de su salud.

Los adolescentes, por otra parte, según datos recabados por psicólogos y orientadores educativos, es uno de los sectores de la sociedad más afectado por el síndrome de la cara vacía. Durante esta etapa de crecimiento, de cambios tanto físicos como conductuales, pueden surgir transformaciones que se convierten en factores perturbadores en el desenvolvimiento de estos seres humanos, debido a que muchas veces no se encuentran completamente preparados para afrontarlos.

La presencia de acné, por ejemplo, de vellos faciales con los que no se sienten a gusto o de rasgos que no estén en consonancia con los cánones de belleza preponderantes, pueden ser ocultados, sin ningún problema, mientras la mascarilla sea una prenda de uso corriente. Así mismo, los jóvenes con problemas de personalidad, los que se refugian en la soledad porque se sienten incapaces de compartir experiencias, de relacionarse con los demás; los que demuestran miedos, inseguridades y baja autoestima que les imposibilita compenetrarse con su entorno, utilizan el tapabocas como una máscara protectora que les ayuda a pasar desapercibidos, que los protege de todas las situaciones que no quieren enfrentar.

Para que los afectados por el síndrome de la cara vacía puedan superarlo es imprescindible que se les ayude a ganar confianza en sí mismos. Se les debe hacer comprender que la mascarilla es una prenda diseñada para ciertas eventualidades, por lo tanto, su empleo no garantiza la erradicación de los problemas, sean físicos o psicológicos. Estos deben ser enfrentados con las herramientas y los conocimientos que la inteligencia humana ha dispuesto para ello, además es necesario tomar conciencia de que las adversidades forman parte de esta cotidianidad que llamamos vida, por tanto, hay que buscar los medios de superarlas para continuar adelante.