A finales de marzo de 2024, en una noche sin luna como a las 2 de la madrugada, me dirigía a casa medio borracho, celebrando el triunfo del Real Madrid con mis amigos en el bar. Decidí tomar un atajo por un callejón oscuro para así llegar más rápido. Cuál sería mi sorpresa, fui atacado por un vampiro sediento de sangre.

La borrachera me quitó fuerza y agilidad y el vampiro me derribó. En un dos por tres, se fue acercando a mi cuello, listo para succionarme la sangre. Pero apenas me besó el cuello, en el último momento, dio un brinco como si un choque eléctrico lo hubiera hecho saltar.

¿La razón? Yo me había comido un par de hamburguesas en el bar y las había bañado “full salsa de ajo”, una salsa venezolana que le pònemos a todo y que es mi preferida, y se había “chorreado” hasta mi cuello. Pensé que me había salvado, pero de nada sirvió.

El vampiro, que no pudo soportar el olor y se apartó de mí. Pero antes de salir volando, me lanzó una maldición: a partir de ese momento, no podría separarme de los ajos. Si dejaba de oler a ajos, él me buscaría y me mataría.

Y así, mi desgracia comenzó. Mi esposa me dejó y se llevó a los niños porque había llenado nuestra casa de sacos de ajos. Me baño con ajos licuados; desayuno, almuerzo y ceno con ajos en cada plato. Me despidieron del trabajo porque mi sudor huele horriblemente. Nadie quiere contratarme por la misma razón.

Me encerré en la casa, pero ya no tengo dinero y los sacos de ajos que había comprado se están acabando rápidamente. Presiento que mi muerte está cerca, pero al menos moriré con un aliento fresco (me queda medio frasco de listerine).