Un homenaje a mi Maestro / Que Dios bendiga a sus descendientes

Cuando se ha vivido en el mundo de la educación, como en el caso de quien escribe, es difícil escoger a un solo maestro como el favorito, puesto que se trata de varios maestros que han dejado huella a lo largo de nuestras vidas. Aunque sí es muy probable que haya existido uno muy particular al que nunca olvidaremos.

Ahora bien, ¿cuál maestro? Porque no son maestros nada más los que nos dieron clases desde primero hasta sexto grado. También han sido nuestros maestros los que llamamos “docentes” de secundaria e, inclusive, los de la educación superior. Porque, a fin de cuentas, todo el que enseña es en la práctica un maestro.

Pero si vamos al caso venezolano, los maestros aquí son los que cubren los niveles 1 y 2 de la educación: preescolar y primaria, los que lamentablemente, en la actualidad están subsidiando al Estado trabajando casi de gratis; puesto que los empleados públicos han pasado a ser especies de esclavos tras la negativa de los gobernantes de turno de mejorar sus sueldos.

Yendo al punto del presente concurso, a mí me tocó estudiar la primaria en la época en que a uno lo castigaban físicamente, lo que lejos de animar a las personas a interesarse por los estudios, eso lo que producía era fracasos y deserción escolar. A causa del castigo y de las humillaciones verbales de aquellas maestras, creo que salí de sexto grado acumulando odios y rencores hacia cuatro de esas señoras, salvo a dos de ellas que se preocuparon por enseñarme cosas útiles; por ejemplo, la maestra Rosa fue la que me enseñó a leer y escribir; mientras que la maestra Justina me enseñó a multiplicar y dividir. A esas dos maestras las recuerdo con mucho cariño y que Dios bendiga a sus descendientes, porque ellas ya se fueron.

De las que más odié hubo una que al comenzar las clases –después de rezar hipócritamente un ave María y un padre Nuestro- lo que hacía era repartir cachetadas y coscorronazos. La mujer era sádica. A los primeros que les revisaba las tareas era a los chicos más flojos. Conmigo se cansó de jalarme las orejas, las patillas y de torcerme pellizcos. Y no sé cómo pude yo aprobar el año en medio de aquella pesadilla.

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Posteriormente, en la secundaria también conocí a verdaderos maestros, profesores de los que a uno les quedaba algo útil. Pero también tuve, inevitablemente, lo que se conoce como profesores “piratas”, lo que se traduce como ineptos o que, podrán tener muchas credenciales, pero que no saben enseñar nada en absoluto. Por ejemplo, hubo una profesora de matemáticas que se aprendía de memoria los problemas y si uno le hacía una pregunta se disgustaba.

De igual manera me tocó desfilar por un mundo académico más complejo y avanzado donde de cada cinco docentes, se podía señalar a uno o dos como buenos.

Quiera Dios que haya pronto un cambio político en Venezuela para mejorar las condiciones de vida de los maestros y hacer también que las instituciones que los formen les den una mayor calidad profesional a los mismos, porque de su sagrada misión depende el futuro del país.

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