Talentos artísticos de América Latina / Antonio Aguilar: El charro de México

Crecí escuchando en la radio, sobre todo al amanecer, la música ranchera mexicana. Era una costumbre del lado occidental de Venezuela, particularmente de los Andes. En aquellos tiempos la radio era quizás el medio de comunicación que más se utilizaba. Ese fenómeno de la música mexicana era una la respuesta al dominio comercial de México sobre buena parte de los demás países de Hispanoamérica, claro, desde el punto de vista de la industria del espectáculo e incluyendo el cine.

En consecuencia, los niños de aquellos años nos despertaban bien temprano para ir a la escuela, en medio de un ambiente musical amenizado por cantantes legendarios como: Antonio Aguilar, Miguel Acévez Mejía, Lupe y Polo, las Hermanas Calle, Yolanda del Río, Vicente Fernández, etc. Recuerdo que los conductores de aquellos programas, antes de anunciar una canción, la dedicaban a un listado de personas mencionando al mismo tiempo el barrio o el pueblo de sus ubicaciones.

Decían, por ejemplo: “La siguiente canción es para complacer a Pedro Pérez allá en Chachopo que está hoy de cumpleaños… Y aquí les va el corrido de Rosita Alvírez de Antonio Aguilar. Son las 7 y 15 de la mañana”.

Y ciertamente, este cantante y actor mexicano, gracias a las letras tragicómicas de sus canciones, se convirtió para mí en un personaje inolvidable. Su nombre era José Pascual Antonio Aguilar Márquez (1919 – 2007), y se destacó por tener una voz formidable y hecha a la medida para la interpretación de rancheras e incluso de los boleros más sonados de aquellos años.

Aguilar fue además un estupendo actor de cine, dejando en su haber cerca de 150 películas, donde actuaba haciendo el papel de charro. Estas películas fueron los primeros videos musicales, puesto que dependiendo de la escena, el protagonista cantaba una o varias canciones.

Canciones como la de Rosita Alvírez y la Martina eran historias crueles con un toque de humor, y hay muchas otras que son especies de chistes con música como una donde se dice: “Vámonos ya compadre. Ya se acabó la botella y no sale la mujer. Vámonos”.

No me da pena decir que me gustan las rancheras. Más pena me daría decir que me gusta el rigatón.