Llegue a Piñango dándole un aventón a un maestro que se encontraba varado en el Pico del Aguila, en el páramo merideño. Esto fue hace mucho, aproximadamente en 1989, en mis tiempos de fotógrafo de prensa, utilizando película análoga ASA 400 y utilizando un viejo laboratorio del que hoy no existe nada. Luego de una larga travesía por carretera de tierra, llegamos a este pueblo extraordinario. Me pareció que todo podía entrar en una caja de zapatos. Todo compactado, las casitas, calles, aceras y hasta la plaza Bolivar. Todo “apretadito” como para resguardarse todos en calor y rechazar el frio de las montañas. Llegamos en la noche y al amanecer recorrimos este pueblo con sus características propias de barro y bahareque, tierra y frio y regresamos a la ciudad contando con un nuevo amigo: el profesor de la escuelita mas pequeña que jamás haya visto.