UNA IMAGEN, UNA HISTORIA

Dicen que las mujeres somos obstinadas por naturaleza, no es obstinación, es determinación.

María Mónica Molina Márquez, soñadora desde niña, quería ser pirata, pero no podía. Era un oficio de hombres y una mujer no debía, ir a buscar aventuras y una vida de piratería.

María Mónica Molina Márquez, determinada desde niña, no le gustaban las verduras ni que le dijeran que no podía. Reunió 20 monedas de plata y ropa en una mochila, se despidió de su madre con un beso en la mejilla.

Viajó 3 días es bus, hasta que llego a Cartagena, le dolía mucho la espalda pero el viaje valió la pena. Vio la ciudad amurallada y le dieron ganas de llorar, estaba muy cerca de realizar su sueño y ahora no iba a parar.

Legó a un bar de piratas y pidió una botella de ron, un plato de escarabajos, y una canción de acordeón. Se tomo varias copas y comió escarabajos, comenzó a hablar con piratas tratando de encontrar trabajo.

Nadie le puso cuidado, nadie le paraba bolas, nadie le ponía conversa, todos la dejaban a solas.

El tiempo pasaba y ella sin encontrar trabajo, le ofrecieron un puesto en la cocina y el salario era muy bajo. Ella no quería cocina, ni hijos, ni esposo, ni casa. Ella quería tener aventuras, montada en una barcaza.

Un viejo pirata se le acerco y comenzó a platicar, diciéndole a María Mónica lo que había de pasar. “Para ser pirata es preciso tener un diente de oro, un parche en uno de los ojos o en el hombro un bello loro”

El diente era muy difícil, pues le tenía miedo al dentista, el loro lo podía comprar pero la juzgarían los ambientalistas. Le quedaba el parche en el ojo, era la opción más probable, hacerlo con una cuchara caliente era la elección más confiable.

Le pidió una cuchara al mesero y se terminó la botella de ron, la única forma que tenía para poder aliviar el dolor. Los piratas en el bar comenzaron a hacer apuestas, nadie podía creer que María Mónica tuviera las criadillas puestas.

Entre todos los hombres machos que se encontraban en el bar, no había ni siquiera uno que se atreviera a observar. María Mónica no era hombre, era una mujer determinada, tomo la cuchara con la mano y al final no le dolió nada.

Los piratas del bar gritaban en gigante conmoción, “en mi barco yo te llevo a y vas a tener mucha producción.”

Trecientos ochenta años paso María Mónica como pirata, con un parche en el ojo izquierdo y muchos lingotes de plata.