Cuando me dijeron que iría a Marte me alegré; era el primer viaje del año 3000, y habría una buena paga, era tradicional que dieran un bono extra a los que partieran el 31 de diciembre a las 12 de la noche; yo necesitaba ese dinero para retirarme definitivamente, por eso acepté.

Jacobo decía que mi cerebro se estaba deteriorando por las exposiciones tan largas a la falta de gravedad.

Al principio no le presté atención, pero luego me fui dando cuenta de que confundía algunas cosas básicas, hace poco había visto a unos colegas riendo a carcajadas, y no reconocí ese gesto, fue solo por un instante, pero me asusté; no dije nada, porque me podían sacar del programa, y yo quería retirarme con este último viaje a Marte, y pasar mi vejez con mi familia y mis nietos en Río Caribe.

Pasé todos los exámenes; esta nave era la más moderna, una joya, hecha para un solo piloto, con máxima seguridad, la rusa me dijo:

Esta es perfecta, la llamamos Ícara, está preparada para el retorno automático, si enciende la señal de emergencia, cierras los ojos, te pones en posición fetal en la cápsula, y despertarás a los tres meses en la tierra, sana y salva, en nuestra estación marítima de Hawái.

Es de noche dentro de la nave, desperté con una extraña sensación de miedo, de vacío, me solté los cinturones y comencé a flotar, nadé hacia la sala de controles, la luz verde estaba encendida, y no la reconocí, por un instante no supe que significaba, "¿es rojo o es verde?, ¿cuál es la de peligro?

Y me puse en posición fetal y me disparé, Ícara se destruyó a los pocos segundos.

En la base nunca supieron que pasó, la compañía rusa fue despedida, a mí me pagaron de todos modos el bono especial; el Sindicato me defendió.

Ahora vivo tranquila en Río Caribe, salgo poco de casa, y Jacobo no me deja manejar.

Si deseas participar aquí la información