Un día el príncipe Sanders revoloteando en la soledad de su castillo, estando distraído, hubo algo que llamo su atención, observo con cuidado y era una luz que venía acercándose por los alrededores de su reino.

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Esta se fue desplegando hasta rodearlo por completo, ¡pobre príncipe sintió que su corazón se iba a salir de su pecho!, se preguntaba ¿Qué sería aquella luz?, ¿Será que alguien vendría a hacerle compañía?; de repente una voz le hablo desde lejos, el no entendía lo que decía, hasta que la escuchó más de cerca y comprendió claramente lo que le decía:
¡vete, estas aguas ya no te pertenecen!.

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Sanders recordó lo feliz que fue de niño, que en cada rincón de su reino, jugo a las escondidas con sus hermanos, en cada espacio aún podía sentir el aroma tan peculiar de su padre y sentía el abrazo tierno y cobijador de su madre, por lo que le contesto a la voz ¿Qué podría hacer para quedarse allí?, pero la voz le contesto que lo sentía, que ese lugar ya no era suyo, que si se quedaba allí se desvanecería lentamente, este sería su destino.

El se apego a cada rincón de este lugar y sollozaba por el dolor que esto causaba, era lo único que tenía el pobre, y la voz en su interior sintió el dolor del mismo, le dijo vete, más allá de la luz hay más vida, atrévete a cruzar los horizontes, no te quedes solo sin tener con quien estar.

Sanders sonrió y le dijo, esto es lo único que tengo, la voz le contesto que ya tendría que marcharse, que lo más inteligente seria que el también lo hiciera, pero el príncipe se entristeció tanto que se acurruco lo más que pudo, cerro sus ojos, de ellos emanaban lagrimas sin parar, se quedo allí tan tranquilo, se apego tanto a lo único que conocía, que prefirió desvanecerse con los recuerdos que tanto añoraba.