Concurso Semanal, "Creando Historias Semana #5". LA MÁSCARA DEL ALMA by @palabreador

palabreador (62)Memberin WORLD OF XPILAR • 4 years ago

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Ilustración original e inédita hecha para esta historia por @palabreador

LA MÁSCARA DEL ALMA

Isabella había decidido caminar sola hasta su casa. Era lunes de carnaval y había mucha gente que estaba en la calle a esa hora del final de la tarde. Eran las 5:42. Llevaba puesto un antifaz amarillo, con extensiones que sobresalían fuera de su rostro. Mientras caminaba, se deleitaba con el bullicio, los colores y la alegría del carnaval. A Isabella le encantaba. De niña, siempre lucía un nuevo disfraz. Mariposa, princesa, hada, abeja y hasta de astronauta. Esa vez, lloró y lloró hasta que su padre le compró el disfraz con una sola condición: debía colocarse algo que la identificara como mujer. El padre, conocedor de muchas historias, también sabía que si no lograba identificarse, algunos chicos podrían “inventar” alguna cosa contra su pequeña hija, de 10 años entonces. Ya con el acuerdo suscrito, Isabella tuvo su disfraz de astronauta.

En el camino, se tropezó con Alex, un joven compañero de la universidad, de su misma edad, quien se había disfrazado de arlequín y lucía, además, una hermosa máscara azul y blanca. Alex nunca se acercó a ella con apertura. No eran muy cercanos, pero habían logrado entablar algunas conversaciones en grupo que a ella le parecieron interesantes en su momento, como aquella vez en la que Alex contó que su abuelo materno, Zacarías, se lanzó en paracaídas desde un avión a los 80 años, para celebrar su cumpleaños. Había ahorrado en secreto, durante un lustro, para darse ese regalo y fue sólo un día antes cuando su madre se enteró, luego de hallar una carta de compromiso firmada por él a la empresa de paracaidismo. En ella, el abuelo liberaba a la compañía de cualquier responsabilidad por su muerte. La madre de Alex, por poco se desmaya, pero, con escándalo y todo, no pudo convencer a su padre de desistir de aquella locura. El día indicado, Zacarías Ferrer, de 80 años de edad, saltó en paracaídas, asistido por un experto, desde 3000 metros. Su aterrizaje fue perfecto y el revuelo que causó lo hizo tan famoso, que vivió el resto de su vida de las ganancias que le producían las entrevistas, los reportajes y los derechos de autor de un libro que él mismo escribió sobre su vida.

Alex estaba muy entusiasmado con el carnaval. Aunque iba con un grupo de jóvenes, al tropezar con Isabella decidió quedarse con ella. “¿Y tus amigos?”, le preguntó la joven. “No importa. Sé dónde encontrarlos más tarde”, respondió él con seguridad. La tarde transcurría con lentitud y mucho ruido de vehículos, música, grupos ambulantes, tambores, pitos y todo lo que caracteriza al carnaval y sus sonidos. Isabella veía a un Alex que no había conocido. Cantaba, chocaba las manos de otros jóvenes con quienes se encontraba, bailaba. Jamás se imaginó que aquel muchacho con quien veía clases, tan callado, afable y cortés, podía tener esa otra faceta. “Qué bien!”, pensó, “Me encanta este Alex”. A fin de cuentas, a ella le fascinaba el carnaval. En una esquina, se encontraron con un espectáculo muy llamativo: un grupo musical tocaba salsa, el género favorito de Isabella.

El ritmo, conocido por Isabella también desde la infancia, ya que su padre era trompetista, la contagió enseguida. Sin titubear, tomó de la mano a Alex y ambos comenzaron a bailar. Luego de unos segundos, se dio cuenta de que el muchacho era un excelente bailarín, tanto, que terminaron dentro de una rueda hecha por las otras parejas, quienes disfrutaron mucho de la destreza de aquellos jóvenes hasta que la música cesó, unos diez minutos después. Isabella, como agradeciendo a Alex por esa sorpresa tan grata, lo abrazó con efusividad. Alex, aunque aceptó el gesto, se alejó tan pronto pudo, como evitando el contacto. Detrás de la máscara, los ojos de Isabella brillaron. Alex, de forma inteligente, la tomó de la mano y la haló para continuar caminando. “Qué bien bailas!!”, le dijo Isabella. “¿De dónde lo sacaste?”. “Mi madre es fanática de la salsa. Me enseñó a bailarla desde que era un niño”, respondió Alex. “Guao! Debe ser muy buena bailarina”, expresó la chica. “Lo es! Amo a mi madre. Somos dos para el mundo”, agregó él.

Isabella y Alex siguieron el recorrido juntos. Bailaron unas tres veces más, comieron perros calientes y se tomaron una cerveza. Era un encuentro inesperado, pero realmente mágico. Ella estaba tan feliz que se olvidó de la hora hasta que escuchó a una señora responderle a un niño: “Son las ocho, hijo. Debemos irnos”. “Dios”, le dijo a Alex, “Debo irme. Mi padre me va a matar!”. Él, en calma, le dijo que estaba bien, que debía irse. Isabella no podía creerlo. Había pasado casi tres horas con un joven a quien conocía muy poco, pero que en menos de tres horas le hizo sentir una felicidad enorme en la época del año que más le gustaba. Brillaba de alegría. “Tomaré un taxi para llegar más rápido”, dijo ella. “Está bien. Te acompaño”, le respondió el joven.

En una esquina contigua a una calle de mucho movimiento, se detuvieron a esperar. Ella, emocionada, se le acercó y lo abrazó nuevamente. Separó el rostro de su hombro. Detrás de las máscaras, los ojos de aquella pareja deslumbraban. Ella, ya desprovista de cualquier temor, acercó su boca a la de él, ansiosa de sentir sus labios y su aliento. Él la sujetaba por la cintura y justo antes de que el beso se hiciera realidad, con firmeza pero con mucha delicadeza, le dijo, “No! No! No puedo!”, separando su rostro. “¿Por qué? ¿Qué pasa?”, le manifestó ella sin ocultar su ansiedad. “Bésame!”. “No. No puedo, no puedo”, insistió Alex. “Pero, ¿Qué ocurre? ¿Por qué? Explícame por favor”, le rogó ella, ya desesperada. “No puedo hacerlo, Isabella. No puedo. Tú y yo somos hermanos”.

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