📸 UNA IMAGEN, UNA HISTORIA 📸

Hola queridos amigos, espero se encuentren muy bien aquí nuevamente en este concurso de World of Xpilar, promovido por nuestra querida amiga @franyeligonzalez.

El sol brillaba con fuerza y los pájaros cantaban en el pequeño jardín de la casa Villamizar. Roberto y Alejandro, dos hermanos de 16 y 14 años respectivamente, se encontraban en su hogar sintiéndose absolutamente aburridos. Habían jugado videojuegos, visto películas, y hasta habían tratado de hacer la tarea, pero nada parecía entretenerlos.

¿Qué hacemos, Roberto? —preguntó Alejandro, con un suspiro.

No lo sé, hermano. Estoy cansado de estar aquí encerrado, respondió Roberto, mirando por la ventana.
Después de un largo silencio, la idea surgió.

¿Y si vamos al centro de la ciudad? propuso Alejandro, con un destello de emoción en sus ojos.

Roberto asintió y ambos se prepararon rápidamente. Salieron de casa, el aire fresco les dio la bienvenida, y comenzaron a caminar hacia el centro. Al llegar, se encontraron con una escena vibrante. Una de las avenidas del centro estaba llena de gente: familias, artistas callejeros, vendedores ambulantes. El bullicio era ensordecedor y alegre a la vez.

¡Wow! No esperaba que hubiera tanta gente, dijo Alejandro, sorprendido.

Los hermanos empezaron a explorar entre la multitud. A un lado, un grupo de músicos tocaba estruendosamente, mientras algunos adultos bailaban en torno a ellos. Al otro lado, un pintor capturaba la escena con su pincel, su lienzo lleno de colores vivos. Muchas personas transitaban por aquella avenida.

Mira Roberto, ¡hay una exhibición de arte al cruzar la calle! exclamó Alejandro.

Sin pensarlo dos veces, se acercaron. Un artista estaba desplegando instantáneamente su talento, pintando retratos a quienes pasaban. Los hermanos decidieron observarlo y, sin darse cuenta, unos minutos se convirtieron en horas.

¿Qué tal si hacemos algo divertido? sugirió Roberto. Podríamos intentar sumar algo a este bullicio.
Alejandro asintió con entusiasmo. Se les ocurrió que podían dar un espectáculo improvisado. Alejandro, siempre fue el más atrevido, empezó a mimar a la gente alrededor, haciéndolos reír con gestos exagerados y caras divertidas.

Roberto, sintiéndose un poco avergonzado al principio, finalmente se unió a su hermano. Juntos comenzaron a hacer una especie de baile y mímica, mezclando payasadas con bailes que habían visto en internet. Para su sorpresa, pronto atrajeron la atención de una pequeña multitud, quienes comenzaron a aplaudir y reír.

No tardaron en darse cuenta de que estaban entusiasmando a la gente. La energía aumentaba. Cuando terminaron su actuación, la multitud los aplaudió mucho, y Alejandro, viéndose más confiado, propuso que pasarían el resto de la tarde buscando nuevas formas de entretener a las personas.

Vamos a ser los reyes del espectáculo de la calle, Roberto, se rió.
Sin embargo, mientras seguían actuando y disfrutando del momento, un grupo de chicos más grandes se acercó a ellos. Había cuatro jóvenes, de aspecto rudo y con sonrisas burlonas.

Miren a estos payasos. Uno de ellos se rió, mientras los demás se unían. ¿Qué creen, que hacen reír a alguien?
Roberto sintió un nudo en su estómago. No quería pelear, pero tampoco estaba dispuesto a dejar que se burlaran de ellos. Alejandro, por su parte, comenzó a defenderse.

Estamos divirtiendo a la gente. No necesitamos su aprobación, dijo firme, pero nervioso.
La situación se tornó tensa. La multitud que los había estado animando ahora se había dispersado, dejando a los hermanos cara a cara con los matones. Justo cuando parecía que todo iba a desmoronarse, un niño pequeño se acercó a ellos.
¡Yo quiero reír! gritó el niño, rompiendo la niebla de tensión entre los hermanos y los matones.

Esa pequeña chispa pareció transformar el ambiente. Todos miraron al niño, y de repente, la atención se centró en él. Roberto y Alejandro, entendiendo la oportunidad, comenzaron de nuevo con sus mimos y payasadas, haciendo reír al niño que, a su vez, hizo que otros se detuvieran a mirar.

Los matones, confundidos por la repentina alegría, empezaron a perder su dirección feroz. Al final, se dieron cuenta de que no valía la pena. Uno de ellos murmuró algo sobre ir a buscar otra diversión y se alejaron.

¡Lo logramos! exclamó Roberto, sintiéndose aliviado.

Los hermanos continuaron su espectáculo, llenando el aire con risas. Aprendieron que a veces, un simple cambio de perspectiva y una buena dosis de valentía son suficientes para transformar un día normal en una aventura inolvidable.

Al caer la tarde y mientras regresaban a casa, ambos sabían que ese día había cambiado su relación. Ahora eran mucho más que hermanos. Eran compañeros de aventuras, capaces de hacer reír a otros incluso en los momentos más difíciles.

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