Yo tenía 15 años cuando se murió mi abuela paterna quien siempre había cuidado de mí. Su muerte significó un duro golpe para toda la familia. Recuerdo que sentí caer en el sótano 11 de mi vida. Como cualquier adolescente, la única forma que tuve de canalizar mi dolor fue rebelándome contra todo, meterme en un ostracismo que me hiciera inmune al dolor, por lo que no solo me mantenía en mi habitación mucho tiempo sin hablar con nadie, sin comer, a veces, sino que empecé a salirme de clase, no asistir al liceo y a no tener amigos. Aunque mis padres estaban al tanto de mi conducta, creyeron que en un punto cambiaría, pero no. El resultado: debía repetir 4 año de bachillerato.

Cuando mi padre llegó a casa con el boletín de calificaciones, estaba muy molesto. Mi padre siempre había sido mi representante y estaba acostumbrado a que elogiaran continuamente mis sobresalientes notas e impecable conducta. Cuando me miró, en sus ojos estaba la palabra decepción. Aunque sentí mucha vergüenza, la rabia y el dolor no me dejaron aceptar mi falta. De manera soberbia e infantil le dije a mi padre que la única persona que me quería, había muerto y que a mí no me importaba nada. Mi papá me dijo: “Si no te importa estudiar y ya no quieres ir al liceo, vas a trabajar. Por mí ya no sigues estudiando”.

Aquellas palabras fueron un baño de agua fría. Sentí como un golpe muy duro en el estómago. Aunque intenté decirle a mi papá que no quería dejar el liceo, mi padre enfáticamente me dijo: “No insistas. No vas a estudiar más”. Dijo eso y se fue. Entonces mi mamá, quien generalmente no contradecía en nada a mi padre, me tomó de la mano y me preguntó: “¿Realmente quieres estudiar?” Mi sí fue apenas audible. Entonces mi mamá me dijo: “Pues vas a seguir estudiando. Yo voy a ser tu representante. Pero vas a estudiar por ti, porque eso es lo que quieres; por mí, para darme un gran gusto, pero especialmente por tu papá, para demostrarle a él que tú sí puedes y que él está equivocado”.

_{El segundo mejor promedio de mi graduación}

Desde ese momento, mi vida académica volvió a tomar su rumbo. Mi madre me inscribió en el liceo y yo fui nuevamente una excelente estudiante. Me gradué de bachiller e inmediatamente entré a la universidad e hice mi carrera en 4 años y medio. El día que me tocó graduarme, cuando bajaba de la tarima con mi título en la mano, mi padre me estaba esperando con una rosa en la mano. No pude dejar de decirle: “Sí pude, sí pude, papá”.

_{Inolvidable este momento: mi padre me recibe con una flor al culminar el acto de entrega de título. Aunque no se ve bien en la imagen: los dos llorábamos de la emoción}

A veces es una caída la que nos motiva a seguir luchando. A veces es una persona. En este caso yo utilicé el fondo en el que estaba para impulsarme. Desde ese sótano 11 me impulsé para llegar a la cima. Porque se vale caer, pero se hace necesario levantarse.

Esta es mi participación para el hermoso concurso propuesto por nuestra amiga, @franyeligonzalez, en el que nos propone contar una historia a partir de una palabra inspiradora. Si quieres participar, aun estás a tiempo y aquí te dejo el enlace

HASTA UNA PRÓXIMA OPORTUNIDAD, AMIGOS