Cuando era niña supe que mi abuelita era analfabeta y desde ese instante sentí que me gustaría enseñar a otros, por lo que no solo le enseñé a mi abuela a escribir su nombre y algunos números, sino que jugaba con mis muñecas, con mis amigas a ser la maestra y ellas mis alumnas. Cuando crecí, no hubo dudas, estudié para ser profesora y fui el orgullo de mi familia: era la primera en obtener un título universitario. Después de mí, una camada de profesionales Brito llegaron a la familia.

Cuando comencé a trabajar en un liceo de la localidad, era una muchacha de 23 años, me encontré que la universidad era una cosa y la realidad era otra: niños con hambre, abandonados, con familias disfuncionales, eran las criaturas que debía formar. Así que cuando entraba al salón de clase trataba de pintar con palabras, gestos y acciones un mundo mejor para ellos. Cada actividad realizada por ellos, no solo era recompensada con una nota, también con una palabra afectiva, un gesto amoroso. Mi recompensa: ver la alegría, el entusiasmo y muy especialmente, el interés de aprender. Una vez, mientras hablaba con ellos y el timbré de salida sonó, una niña se me acercó y me dijo: no quiero ir para mi casa, quiero quedarme con usted, profa. Se me dispararon todas las alarmas.

Al día siguiente, llamé a su representante y descubrimos que la niña estaba siendo abusada por su padrastro. Desde ese día entendí que más que enseñarles a escribir y a leer a un niño debía enseñarles a expresarse, a hablar de sus temores, a luchar contra las injusticias y las opresiones. Enseñarles que así como Don Quijote peleaba con sus imaginarios dragones, así mismo ellos pueden luchar con esos monstruos reales que atacan sus corazones.

Esta es mi participación para el concurso semanal creado por @adeljose y patrocinado por #worldofxpilar. Si quieres participar, revisa las bases del concurso aquí

Muchas gracias al equipo de #worldofxpilar