Cierras tus ojos. Te alejas del mundo que compartimos. Me has hablado de la ciudad que has creado.

Los rascacielos llaman a las puertas de Dios, pidiendo una explicación a la vida que vivimos. La niebla humedece los cristales, aislando la cima del mundo corriente. Der Wanderer über dem Nebelmeer mientras dure la temporada de lluvias.

Los subterráneos llevan a diferentes puntos de la urbe sin límites. Desde estaciones fantasma hasta las más nuevas y concurridas que sólo los habitantes del presente conocen.

Canciones que se niegan a salir de tu cabeza y que tiñen las acciones de cada alma que puebla la ciudad, mezcla de todas las que has oído en películas y series de televisión.

En esa misma urbe, deambulas y transitas sin pagar un centavo por ir y venir. La ropa y el calzado que no te puedes comprar, lo vistes y presumes para ti mismo. Las metas imposibles que la realidad te niega, las alcanzas entre una ensoñación y otra.

De todas las fantasías, sólo hay una que no te atreves a tocar: sabes que el amor no se compra ni tampoco se toma de donde no lo hay.

Decidir entre hacerte la víctima de las circunstancias o defenderte de ellas, argumentando que eres un adulto y que puedes aguantar lo que sea.

Los demonios de Vrubel no dejan de caer. Teñidos de todos los colores, ¿saltan o son empujados? de las más grandes alturas, dudando del bien y del mal absolutos, abrazando un punto medio que invisibiliza para que sólo los extremos queden expuestos.

Cada vez que vuelves a esa ciudad, lugar que aún no has bautizado, te preguntas si esto es todo lo que habrá.