Acceso: recuerdos

in WORLD OF XPILAR4 days ago

Hola a todos.

Este relato vino a mí hace poco y está inspirado en la naturaleza poco fiable de la memoria.


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Acceso: recuerdos

Una mañana yo me desperté. Me tomé mi tiempo para incorporarme al mundo de la vigilia y no salí del cuarto hasta estar seguro de que me sacudí los últimos vestigios de sueño y que no haría o diría nada de forma inconsciente o accidental.

Al llegar a la cocina para desayunar, vi a mis dos primos, Ludovica y Catulo, sentados frente a mi abuelo escuchando con atención lo que él les decía. Yo me senté cerca de ellos e intenté unirme a la conversación, pero aún no podía procesar lo que decían a una velocidad adecuada.

Las pocas palabras que podían atravesar la niebla de mi modorra me hicieron entender que el abuelo quería que uno de nosotros llevase un paquete a una amiga suya que vivía en la Calle Segoviano, es decir, a dos cuadras de aquí.

Cuando éramos más pequeños solíamos vivir en una casa que quedaba al final de esa calle. El abuelo visitaba a su amiga con frecuencia hasta que hace siete años tuvimos que mudarnos a nuestra nueva dirección. Ludovica y Catulo solían ir de visita y pasar las tardes jugando conmigo y los hijos de los vecinos. A veces, nos pedían hacer mandados a las bodegas cercanas. En muchas ocasiones, tuve que ir a diferentes puntos de esa zona siguiendo indicaciones verbales nada más. Yo conseguía llegar y hacer los pedidos. Para la siguiente ocasión, yo no necesitaba que me repitieran las direcciones: las memorizaba desde la primera vez y eso era todo.


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El abuelo notó que yo no estaba en condiciones de salir por lo que la tarea cayó sobre mis primos. Escuché las indicaciones y, antes de que Ludovica saliera, agregó:

—Espero que lo puedas hacer.

Casi quince minutos después, ella estaba de regreso con el paquete en las manos. El abuelo, tras sorber el último trago de café de su taza, arrugó el ceño y le preguntó qué había ocurrido. Al oír la respuesta, el hombre lloró:

—Pero habías dicho que te acordabas del camino.

—Sí, ya sé...

—Yo voy abue —saltó Catulo.

Ludovica le dio el paquete y el más joven de nosotros salió a la calle.

Los que quedamos en casa volvimos a nuestras actividades, las cuales no interrumpimos hasta el retorno de Catulo con todo y paquete. Yo esperaba ver vergüenza o fastidio al haber fallado en la tarea. Sin embargo, la intriga teñía su expresión.

—¿Y ahora? —empezó el abuelo—¿Qué pasó?

—Yo llegué a la casa de tu amiga y, llamé por la ventana golpeando con las llaves y nadie me atendió.

—¿Ventana, dices? —le increpó el abuelo.

—Ah, sí... —contestó Catulo sin seguridad en la voz.

El abuelo le hizo un gesto para que le diera el paquete y, al tenerlo en sus manos, se dirigió a mí. Ya para entonces estaba bien despierto y seguí las indicaciones que ya repetía por tercera vez en el día. Yo sabía de qué amiga él hablaba y también recordaba dónde quedaba su casa y qué colores decoraban la fachada.

Yo salí del domicilio, sin confianza. Mis oídos captaron una súplica de parte de Catulo:

—Si él falla, me muero.


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Yo realicé el recorrido y llegué sin ningún problema. Llamé a la puerta y dejé el paquete a su receptora. Inicié mi camino de regreso, resistiendo la sensación de triunfo y autosuficiencia que amenazaba con hacerme sentir superior a mis primos.

Un quiosco en una esquina llamó mi atención: no recordaba que estuviera ahí. Movido por la curiosidad, me acerqué a esa estructura. Una bicicleta de modelo antiguo y, debido a los tiempos que corren, extraño, casi me atropella. Llegué al puesto y me di cuenta de que estaba cerrado.

De vuelta en la casa, Catulo, Ludovica y el abuelo me recibieron con alegría.

—Muy bien, —dijo el abuelo tras servirme una taza de chocolate caliente— diles cómo fue que llegaste a la casa.

Escucharon mi explicación con toda atención. El abuelo se sentía feliz mientras que la duda, sino el asombro, era notorio en la cara de mis primos.

—Ludo, —dijo el abuelo, refiriéndose a la única chica del grupo— dijiste que encontraste una puerta con enredaderas, ¿no?

La aludida asintió.

—Y tú, Catulo, dijiste que viste una ventana.

—Ah, sí.


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Lo que el abuelo nos dijo a partir de ese punto, fue como sacado de un cuento fantástico:

—Todo lo que vieron, desde la ventana, la enredadera y la puerta de la casa de mi amiga, era real. Ninguno de ustedes está equivocado. Si Catulo vio una ventana, entonces era real. Si llamó a la ventana y nadie atendió es porque así tenía que ser.

Si Ludo vio una puerta con una enredadera que no reconoció tal vez, por los años o porque el objeto era diferente, también estaba en lo cierto.

—No entiendo —se quejó Catulo.

—Todos vieron cosas que de verdad estaban ahí. Ustedes siguieron mis indicaciones y se encontraron con lo que ustedes creían como verdadero, en este caso, la fachada. Para ustedes, todas las calles se parecen y dan por sentado que también las puertas, ventanas y demás elementos se parecen o son iguales.

Si yo les pidiera a ustedes que me dieran indicaciones de adónde ir o que dibujaran la urbanidad de esta zona, no lo harían a la perfección.

—Bueno, —le interrumpió Ludovica— eso es normal. La memoria no es perfecta: los recuerdos se modifican y la mente llena vacíos. Eso hace que el pasado no quede correctamente almacenado en el cerebro.

—Ludo, mucha gente jura que lo que vieron, sintieron y oyeron fue verdad. Si hay pruebas, eso ayuda a ver si lo que pasó ocurrió realmente. La gente ve lo que quiere ver y hay que ser muy desligado del propio ego antes de querer insistir en lo que no funciona.

—Abue, ¿estás diciendo que la ventana y todo lo demás estaba sólo porque creíamos que estaba ahí? —preguntó Catulo.

—Exacto, si Ludo vio una puerta que no reconoció en vez de la correcta, no tenía forma de llegar. Si tú viste una ventana y llamaste pero no atendió nadie, es porque la persona que querías ver no podía oírte ni menos ir contigo.

—¿Y por qué Félix no tuvo problemas para encontrarla?

— Él pasa por ahí con regularidad. Sus recuerdos de la casa y su apariencia están firmemente asentados en su memoria.

Horas más tarde, encerrado en mi cuarto, me puse a pensar en lo que el abuelo dijo. Preferí no hablar de mi experiencia posterior a la entrega del paquete. ¿El quiosco será real o lo acabo de inventar?


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