Weekly Contest, "Creating Stories Week #20". /Concurso Semanal, "Creando Historias Semana #20"./ La ciudad de las momias, por @danieladelavalle

in WORLD OF XPILAR3 years ago


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“Un día más, un mes más, un año más”. Con ese pensamiento lleno de frustración se levantó Carlos de la cama. No era una pieza grande, tres habitaciones, una cocina, un baño y un lavadero componían la casa de alquiler. Carlos ocupaba el cuarto al lado de la cocina, los otros dos estaban alquilados, una por Gustavo, y la otra por Ana. A esta última apenas la veía, parecía que trabajaba mucho y solo llegaba a comer y dormir, Gustavo en cambio, siempre estaba ahí, y para colmo tenía la mejor habitación de todas: la que daba con la ventana a la calle. Ninguno era muy amigo del otro, conversaban lo esencial, a veces compartían o intercambiaban comida, y ya, la confianza no era suficiente para más.

Gustavo era el que más tiempo llevaba allí, calculaban que tres años; le seguía Carlos con un año, y Ana solamente tenía tres meses. Entre ellos poco sabían uno del otro, de hecho, parecía que todos vivían solos y los demás eran solamente fantasmas que, aunque siempre estaban, se acercaban por ratos y daban brincos de realidad en el corazón.

Esa mañana Ana salió muy temprano a su trabajo como chef, pues le habían ofrecido un turno desde las 05:00a.m. hasta las 12 del mediodía, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Carlos también salió al trabajo, por lo que en la casa quedó solamente Gustavo, que trabajaba como freelance para varias empresas.

Así que como dijo Carlos: ese era un día más en la vida de todos. La mañana siguió su curso normal; sin embargo, antes del mediodía, el cielo se nubló extrañamente rápido. Esto dejó pasmados a los climatólogos, a los locutores de radio, a los presentadores de televisión, e incluso a los teléfonos inteligentes, pues todos habían pronosticado un soleado y caluroso día. Las personas revisaban sus móviles y estos aún marcaban que la temperatura era de 33º, aunque en las calles se sentía el frío característico que antecede a una tormenta.

Cuando Ana salió del trabajo se dirigió directamente a la casa, no quería empaparse con la lluvia que se avecinaba. En los medios las informaciones respecto al clima no eran exactas, nadie sabía con claridad si todo era producto de un raro fenómeno meteorológico que habían pasado por alto, o si era un huracán no detectado que se acercaba. Como no había muestras de mejorías en el clima, Carlos no pudo trabajar por la tarde. Le tocaba hacer de payaso en una fiesta de cumpleaños que se suspendió debido a la cercana tormenta. Y muy cercana, pues lo alcanzó cuando le faltaban 200 metros para llegar a la casa.

Afuera todo eran gotas de lluvia, truenos, relámpagos y rayos: un espectáculo de tormenta eléctrica. A las 04:20p.m. la luz se fue en toda la ciudad. Carlos se encontraba en la cocina terminando su almuerzo-merienda; Gustavo no pudo seguir trabajando porque el internet se fue junto con la luz; Ana despertó con el ruido del televisor que se apagó solo, y no pudo volver a dormirse. Se encontraron todos en la cocina, tomaron café, y observaron en primera fila, desde la ventana, como un rayo caía en la punta de la pirámide más grande del mundo.

-Qué maravilla-, dijo Ana enormemente asombrada. Los otros dos no hablaron, no pudieron de la emoción, y a la vez miedo, de lo que sus ojos fueron testigos y que su cerebro repetía incesantemente. La imagen del rayo en la punta de la pirámide se le quedó grabada a todo el que tuvo la dicha de verla: jamás podrían olvidarla.

La noche cayó, y con ella la lluvia. El problema de la electricidad aún no había podido ser arreglado, pues con la tormenta un árbol cayó en una de las principales cableras. Las personas se fueron a dormir temprano, sin saber que su noche sería terriblemente larga.

Exactamente a las 03:00a.m. un estruendo despertó a media ciudad. No fue un trueno, y tampoco parecía un accidente de auto. El ruido se repitió, esta vez más fuerte. Parecía un grito, pero quién puede gritar tan fuerte como para alarmar a una ciudad entera. En la casa de alquiler, Gustavo miraba por su ventana, preocupado. Tenía un pálpito, algo le decía que fuera lo que fuera ese ruido, no era bueno.

Se repitió nuevamente el sonido, más fuerte, más cercano. Las calles estaban oscuras, y algunas personas habían salido de sus casas o se asomaban por las ventanas con los celulares en la mano. Eran las únicas luces. Se escuchó por cuarta vez: no cabía duda de que eran gritos, todos tan parejos que parecía una sola voz.

La gente se asustó y se encerró. Pocos quedaron en la calle, pero todos veían por desde sus ventanas. Un señor apareció corriendo, y gritaba: - ¡Son momias!, ¡vienen las momias! -, y así como llegó, desapareció, pero sus gritos todavía se escuchaban, cada vez más lejanos. Gustavo palideció, escuchó claramente lo que gritaba el señor. Afuera la gente decía que no gritó momias, sino monjas. –Eso es peor-, declaró una señora –para que unas monjas hagan semejante estruendo, tendrá que ser que viene el anticristo-. A los pocos minutos de que el señor pasara corriendo y gritando, llegaron las momias.

La gente se alocó, todos gritaban. Carlos y Ana salieron entonces al balcón, Gustavo observaba por la ventana. Las momias caminaban tranquilas, como vagando sin razón; olían a vómito, mierda y muerte. Era difícil verlas por la oscuridad de la noche, pero un curioso sacó una linterna, y lo que se podía apreciar a través de las vendas rotas no era nada bonito: piel rota entre morada y verde; los ojos parecías de mentira, eran grandísimos, y parecían que en cualquier momento iban a salir de sus cuencas. Los dientes amarillos y negros. Era una suerte que casi todos sus cuerpos estaban vendados, el olor era muestra suficiente de lo que había debajo.

Hubo gente que por miedo comenzó a atacarlas. No tuvieron éxito. Los que las tocaron murieron quemados, aunque de ninguna parte salía fuego. Eran como tocar hierro ardiendo, las personas se revolcaban de dolor y gritaban que sentían fuego dentro de ellos. Al morir les salían marcas profundas de quemaduras en todo el cuerpo: se quemaban de adentro hacia afuera.

Los golpes con algún objeto no servían, los disparos tampoco: las momias eran inmunes al dolor. En todas las calles había un ejército de ellas, todas caminando lentamente, girando la cabeza de lado a lado, arriba y abajo, observando cada parte de lo que les rodeaba. Algunas momias se metieron en las casas que tenían puertas o ventanas abiertas, torpemente rompían todo lo que tocaban.

Amaneció y anocheció, y las momias seguían allí, revueltas por toda la ciudad. Al principio no dañaban directamente a nadie, pero a medida que recibieron ataques sin cesar, su furia creció. Comenzaron a tomar las actitudes vengativas de los humanos, usaban armas y objetos para golpear a cualquiera que se les atravesaba; después de todo, ellos también fueron humanos alguna vez.

La electricidad nunca se restableció, y la gente asustada poco salía de sus hogares. Ana, Gustavo y Carlos ya tenían poca comida. Ninguno, como nadie en la ciudad, se explicaba qué había sucedido, y mucho menos si alguna vez acabaría. Ignoraban si en otras partes del mundo pasaba lo mismo, y si no, cómo es que no se habían enterado e iban a ayudarlos.

Así pasaron casi un mes. Mucha gente murió deshidratada dentro de sus hogares, muchos otros de hambre, y muchos más atacados por las momias. Otros habían tenido suerte de salir a buscar alimentos y regresar sin ser vistos, sobre todo los que vivían cerca o eran dueños de una tienda de comida. Fueron específicamente esos los que más sobrevivieron, ahorrando la comida enlatada.

El día número 30 a la aparición de las momias, cayó una tormenta terrible, muy parecida a la de hace un mes. Llovió y cayeron rayos todo el día y parte de la noche. Desde la casa de alquiler nadie quedó para ver nuevamente el espectáculo del rayo en la punta de la pirámide. A la mañana siguiente la ciudad estaba desolada. Las momias se habían ido, sin dejar ni una prueba de su paso por allí. Alguien dijo que las vio entrar a la pirámide, otro que le pareció verlas desaparecer en el mar.

Nunca se supo por qué llegaron o por qué se fueron. Pronto, la poca gente que quedaba, fue yéndose de la ciudad. Parecían muertos en vida, y acaso si lo estaban. Una niña curiosa alguna vez les preguntó de dónde venían, y ellos respondieron con una sonrisa en el rostro: -De la ciudad de las momias, mi niña-.

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 3 years ago 

Saludos amiga @danieladelavalle

Inquietante historia la que se crea en torno a la Ciudad donde la gran tormenta abrió paso a tenebrosas momias que trajo mortandad al pueblo, dejando la ciudad desolada y con un misterio latente.

Gracias por su entrada al concurso.

Participante #15

Gracias a ti por la oportunidad de hacernos crear una historia con ese estilo

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