Mira la luna, ¿has visto que nos arropa?, preguntaba ella sin tregua. Desde siempre le gustó su presencia en las noches serenas. Le hablaba y señalaba a los demás para que la vieran. Pero lo obvio no es motivo de contemplación para quien se obnubila con lo cierto, con lo diario, con la monotonía del momento.

Su afán por tener algo que los uniera le hacía ver el manto nocturno con complacencia, pero él estaba ensimismado, afanado en sembrar la tierra, desde temprano se entregaba al trabajo y al arado. El sueño le ganaba a la noche y le apagaba los ojos, antes de que cantara el gallo ya estaba de nuevo en pie.

En otra oportunidad, ella insitía ¿“Viste la luna”? Èl perplejo y hastiado respondió, "¿pero qué de extraordinario tiene?, desde que nací la veo; fue mi pelota en la infancia, mi linterna en los senderos, y sí me quedo quieto siento que se me queda viendo".

Ella no insistió más, y se dedicó a dibujarla, a tejerla en los tapices, que llevaba a vender al mercado, a dormir con ella en noches de luna llena, y hasta tuvo el atrevimiento de pedirle que le velara el sueño, cuando esta indiscreta se colaba por las rendijas de su aposento.

Llegó el 2 de febrero, día de la Candelaria y la luna se mostró con todo su esplendor, bajo esta se reunieron los dos, él a cantar las más hermosas melodías, regalo para su espíritu y ella a bordar los tapices con su emblemática presencia. De pronto él le dijo:

“Mira la luna, pareciera que nos mira, y nos consiente”. Ella sonrió, ya el mal estaba hecho.

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Imágenes propias diseñadas por mí para este post

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@charjaim