En mis sueños, viajo, disfruto la travesía, imagino, todo es posible.

Aguas doradas como el oro, brillantes como el sol, como una alfombra de hojas de otoño, se mecen de un lado a otro bajo los palafitos de la hermosa Isla Dorada.

Los habitantes de esta comunidad son amables y trabajadores, están rodeados de una riqueza inmensa, tienen todo lo necesario para vivir en paz y armonía entre sí, con otras tribus y con el ambiente.

Sus corazones están puros, no conocen de la envidia, de la ambición, de las ansias de poder, cuando alguien necesita algún tipo de ayuda, entre todos colaboran para apoyarle. Cuando alguien enferma, la curandera hace todo lo necesario para aliviar su dolencia, nadie cobra a nadie, nadie es más rico que otro, la representación de la aldea se hace por el más experimentado de acuerdo a lo que se requiera en el momento, todos son responsables por los demás.

El único contacto que se ha tenido con estos pobladores, fue el de un náufrago que llegó a sus costas y fue rescatado por sus pescadores, con el tiempo, construyó una balsa y con algunas provisiones intentó suerte y logró encontrar una embarcación que lo llevó a puerto seguro.

Desde entonces, dicho náufrago cada 2 meses emprende un viaje solitario, llevando medicinas, libros, cuadernos, creyones y lápices, ropa y algunas herramientas. Luego de un mes vuelve, sin nada más que las provisiones justas para llegar y una inmensa alegría, después de visitar la Isla Dorada.