Cuenta la leyenda que un poderoso anillo estaba escondido en algún lugar de las islas Griegas, dicho anillo tenía el poder de dominar las aguas, los máres, los océanos. Quien poseyera dicho anillo sería el amo y señor de todo lo que navegara, y en su búsqueda estaban decenas, cientos, miles de seres ambiciosos de poder.

En las Islas Griegas, cruentas batallas se daban entre los ambiciosos, se mataban entre sí, no daban oportunidad, según ellos, el tesoro bien valía la pena tanta sangre y sacrificio. Pasaron días, semanas, meses y años, la leyenda continuaba, sus agua se teñían de sangre, y la ambición crecía. El mar se llenaba de embarcaciones de piratas, de barcos de guerra, los griegos tuvieron que crear una armada para mitigar las contiendas cerca de su costa.

Hicieron circular otras leyendas, de que el anillo se encontraba en otras aguas, y los enviaron a Eritrea, entre la Arabia Saudita y Egipto, y hasta allá fue a llegar el conflicto, pero fue tanto así, que sus aguas se tiñeron con la sangre derramada por la avaricia y la codicia, muchos galeones yacen en su lecho, y todo por las ansias de poder, de dominar las aguas de los 7 mares, por sentirse el más poderoso amo y señor de los océanos, pero... ¿Para qué?

Sin embargo, el anillo nunca fue encontrado, dicen que Poseidón, creador del anillo, los escondió en su morada, en las profundas aguas del mar griego, escarbó en su lecho y ahí lo dejó, colocando inmensas rocas sobre él, para que nadie lo poseyera, y así el mundo estuviese a salvo de quien malamente utilice su poder.

La ambición es mala consejera y ciega el saber y la razón.