Suena el despertador del móvil que avisa que es la hora señalada para levantarme, me siento en la cama, me estiro y me acerco al móvil que lo dejo a dos metros de la cama para tener que levantarme a detener el sonido, sin seguir de largo. En ese instante un poco más despabilado, hago mención de la gratitud de seguir en este tiempo y bajo estas circunstancias, y noto, que la habitación está más oscura de lo que tendría que estar a esa hora. ¿Estará nublado? ¿Irá a llover?

Luego del aseo personal, arreglo de la cama, vestir y calzarme, lentes, llaves…, bajo a la parte inferior de casa, para abrir ventanas, apagar la luz del patio… y si, en definitiva el día está algo más oscuro de lo esperado.

Las aves que siempre cantan el amanecer, estaban más cantoras que otras veces, había aumentado la variedad, incluyendo guacamayas, los diferentes sonidos que convertían el escucharlos en una magistral experiencia… en ese momento abro la puerta y reja que da al patio y… ¡Guao!... sorpresa… ¿Qué…? ¿Cómo es posible?... ¿De…, de donde salió eso?

Me estruje los ojos, limpie los lentes, el ritmo respiratorio era más fuerte y firme, y con todo y la sorpresa viví la experiencia con cierta paz, asombrado más al mismo tiempo con éxtasis, ganas de llorar y pronunciando agradecimientos por tanta belleza, magia, color, sonido, temperatura… y es que frente a mí se encontraba erguido una especie de tepuy, cubriendo el espacio correspondiente a la totalidad del Jardín Botánico, quizás más allá de sus límites.

Luego comencé a notar que ya había personas transitando tanto a pie como en vehículos por la calle y no se daban cuenta de su presencia e inclusive lo atravesaban en algunos sectores de su falda como que fuese un espejismo.

Con las precauciones recomendadas por la pandemia y en forma automática, salgo a la calle para ver más de cerca esa manifestación que seguiré llamando tepuy, y me dirijo hacia la parte que colinda con la av. 5 de Julio a la altura de la estatua de Bolívar y por la cerca rota, entro en ese espacio. Busco y busco como entrar al tepuy y al fin diviso la vereda un poco a mi izquierda y procedo a entrar.

Es impresionante el cambio instantáneo, de aroma, de ruidos, de temperatura, humedad, vegetación, el terreno que voy pisando… en conclusión, sí, me encontraba en las faldas de un tepuy como los de la Gran Sabana, y por supuesto las precauciones a la pandemia pasaron a mi bolsillo. Sin prisa y a la vez sin pausa es el avanzar por la vereda, cuyas hojarascas piso y resuenan algunas crujientes por mi peso, mas, de repente la vereda se desaparece y una especie de bosque interrumpe el paso. Aun así decido avanzar apartando ramas, abriéndome paso y un trecho corto más adelante se abre un poco el panorama, y a la vez un sonido a caída de agua se deja escuchar.

Entre las ramas de los arboles logro ver un poco de la caída de agua y noto que es muy semejante a la cascada de Kama, mas, lo inmensamente sorprendente es que en la orilla de la laguna está una edificación muy conocida por mí: la casa de mi amiga Milena, en donde tantas veces dicte talleres espirituales en el pasado que queda en Tucupido, estado Guárico. Tal como la recuerdo, con su gran pirámide en el techo del segundo piso.

Me dispuse a acercarme y escuche voces de conversación y cuando voy a saludar a mi vez… Ti ri rin…, ti ri rin…, ti ri rin… Desperté… ¡Dios!, estaba soñando.

Esta es mi entrada para el concurso Creando Historias semana #2 de @adeljose a quien agradezco por este momento que ha sido muy divertido para mí.