Debemos ser fieles y devotos no solo a un amigo, sino a la sociedad donde nos desenvolvemos, ¿por qué?, porque en ella interactuamos diariamente. Le debemos lealtad a cualquier relación que entablemos, principalmente con nuestra familia, luego, con los amigos, por último y no menos importante, a las instituciones para quienes trabajamos.

La lealtad no es más que una muestra de cariño, que va de la mano con el respeto, la unión, la comprensión, el compromiso, la sinceridad y la confianza. Una muestra palpable de este valor, lo vemos día a día en el mejor amigo del hombre, el perro, un valor que pocos tienen y no entienden, y este animalito, vino a este mundo a enseñárnoslo muy bien.

Para mí, quien no tiene lealtad con nada, ni con nadie, no es una buena persona, y no tiene nada que ofrecer en la vida. Es un ser vil y despreciable, incapaz de enseñar a sus propios hijos y llevarlos por el buen camino. La lealtad nos hace hombres y mujeres de bien, honestos y confiables.

Debemos ser leales primero con nosotros mismos, de lo contrario, será imposible continuar con este legado hacia nuestros semejantes. Sin importar que tan diferentes seamos en una sociedad donde los valores quizás se hayan perdido, no debemos avergonzarnos de quiénes somos y mantener siempre firmes estos principios.

Desde muy pequeños, comenzamos a descubrir este valor, tal vez sin entender de que se trata, primero en nuestro hogar y luego con los amigos. Con el pasar de los años, vamos escuchando esa palabra y conocemos su significado literal, con esto podemos deducir que tan leal somos. Ya después, a la edad adulta, somos capaces de aplicar este concepto en todos los ámbitos de nuestra vida que iremos trasmitiendo a nuestra descendencia.

La lealtad no solo aplica en las relaciones de tipo social, familiares o afectivas, van mucho más allá, se extienden al plano laboral, es decir, en las organizaciones donde prestamos servicios. Este valor traspasa todas la fronteras, capaz de definirte en cuestiones de segundos.