En ese momento entró mi hermana Yolanda, vio mi sufrimiento por la chupeta; y la sonrisa de goce de Rosita; fue allí donde se prendió la pelea más cruenta que yo he podido ver de cerca.

Ya dije que Rosita tenía 12 años, pero era robusta, con una fuerza incontenible; sabía pelear, porque papá la había enseñado, además le encantaba hacerlo; de hecho, sus amiguitas intimidaban a sus rivales, diciendo que llamarían a Rosita para que las pusieran en su lugar. Por su parte, mi hermana Yolanda tenía 18 años, era flaca, pero sus ojos negritos como unos azabaches parecían echar fuego cuando se enfurecía.

Ambas comenzaron a discutir por mi chupeta: Yolanda exigía que me la diera; y Rosita decía que no. Los gritos se escuchaban en la cuadra; papá y mamá no estaban; los vecinos se asomaron para ver la pelea; y cuando ellas se percataron de que tenían a un público cautivo, sacaron todo el odio que les hervía en la sangre.

Rosita rasguñaba a Yolanda; y esta le quería sacar a la otra los cabellos de raíz; yo lloraba diciendo que "No quería la chupeta". Pero ellas no me escuchaban.

Recuerdo que Yolanda tenía una cadena de oro, que le había regalado un novio, que se había ido para Maracaibo; y ese era su amuleto. Ella no dejaba que nadie le tocara esa valiosa joya, que era símbolo de su amor. Rosita eso lo sabía bien; entonces agarró la cadena y juró que se la iba a reventar; en ese momento Yolanda tomó un filoso cuchillo y se lo puso en el cuello.

Las dos hermanas comenzaron a retarse. Yolanda decía: "Si me revientas la cadena, te mato"; y Rosita le respondía: "Mátame, anda, mátame; así pasarás tu vida en la cárcel". Yo las miraba con pánico. Nunca había visto tanto odio de cerca.

Papá llegó a la casa, asustado, atendiendo al llamado de un vecino que le dijo que sus hijas se estaban matando. Con fuerza, le quitó el cuchillo a Yolanda, y obligó a Rosita a soltar la cadena.

-Un día de estos se van a matar, carajo -dijo papá- Estas mujeres son unas fieras. Se me van para sus cuartos, y no salen de allí hasta que yo no lo autorice.

Las dos lloraba de rabia y de frustración por no haber acabado una con la otra.

Yo no dije nada. Me quedé sentada en el mueble, con sentimiento de culpa, pues por mi causa, mis hermanas se iban a matar.

El tiempo pasó, y todas crecimos. Yolanda y Rosita siguieron odiándose, día tras día. Cuando Yolanda falleció a los 47 años, la que más la lloró fue Rosita. Creo que en el fondo sentía que ya no tendría a quién odiar ¿o amar? todos los días.

Esta es la historia de una pelea que se desató por mi culpa.

_{Mi hermana Rosita, yo y mi hermana Agustina}

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